Opinión

El momento del PAN

Por Juan José Rodríguez Prats

Ningún partido tiene tan honrosa obligación y tan excelente oportunidad para oponerse a la mayor amenaza que se cierne sobre México como el PAN


El PAN se creó en la época del apogeo del partido de Estado, del nacionalismo revolucionario, del estatismo avasallador. El evento se percibía como un acto de ingenuidad política, sobre todo por aquellos que se definían como de izquierda. Contender en lo electoral y confiando en el respeto a la ley y en autoridades imparciales, se veía como una misión imposible. En la elección de 1940 hubo más vidas sacrificadas que años después en el mitin de Tlatelolco el dos de octubre de 1968. De esa magnitud fue la represión a la campaña de Andrew Almazán en su intento por ganar la Presidencia de la República. La historia da cuenta de ello.

La institución que siempre fue una propuesta de Gómez Morin desde la década de los veinte, como se confirma en el debate epistolar con José Vasconcelos, en su persistente anhelo de crear una organización política con doctrina que partiera de la ciudadanía y la preparara para la democracia, fue una abnegada y heroica lucha por defender ideales conformados por la confluencia de la filosofía política social cristiana y el pensamiento liberal. Representados por Efraín González Luna y Gómez Morin y aunque algunos percibieron contradicciones, se empalmaron de manera compatible. En el transcurso del siglo XX muchas iniciativas panistas, tanto políticas como económicas, fueron adoptadas por el gobierno. Castillo Peraza la llamó “victoria cultural del PAN”.

Al paso de los años, la denominada izquierda y los desprendimientos del PRI se fueron sumando a los esfuerzos del PAN por defender el Estado de derecho y la división de Poderes. La decisión en 1988 de aprobar reformas con el gobierno de Carlos Salinas fue crucial para que, por fin, la transición a la democracia permitiera la alternancia del titular del Ejecutivo federal.

El escenario es hoy similar a aquellos años de la fundación y los desafíos siguen siendo los mismos. Así de resistente y terca es la realidad mexicana. Por lo tanto, la actitud debe ser la misma. Como entonces se dijo, es “brega de eternidad”. El romancero José María Gurría Urgel lo tradujo en versos: “El hombre es patria que pasa, la patria es hombre inmortal”.

Ningún partido tiene en estos momentos tan honrosa obligación y tan excelente oportunidad para oponerse a la mayor amenaza que se cierne sobre México como el PAN. Es el que tiene mayor preferencia electoral, representa lo más esencial del pensamiento de la Ilustración que en todo el mundo está en disputa y tendrá que probar que su militancia y dirigencia están a la altura de su tradición y de sus principios.

Tal parece que persiste la obsesión del triunfo electoral, la cual ha mareado siempre a quienes luchan por el poder.

En su paso por México, durante una de las páginas más brillantes de nuestra historia, el periodo de la República restaurada, José Martí escribió: “O se quiere reformar el país, o se anhela el puesto desde que se rige la nación, aquella fuera nobleza que hay siempre modo de cumplir, esto es ambición bastarda que es noble cuando puede ser medio de un bien, pero que, siendo objeto principal, no puede el país sensato respetar y proteger”.

De ninguna manera sugiero no pelear con todo por cada cargo en disputa, pero tampoco creo que el proyecto transexenal vaya a ser exitoso. Tengo la certeza de que el primero de octubre de 2024, aun ganando el partido en el poder, López Obrador, Morena y la 4T se irán juntos al rancho en Palenque. No valdrá la pena continuar con prácticamente nada de lo que deje. Una necesidad prevalecerá inminentemente: corregir, rectificar, rescatar.

Todas las democracias han fortalecido su vida parlamentaria. Basta asomarse a los debates en los regímenes, aun siendo presidenciales, para confirmar que hoy lo urgente es enaltecer la capacidad de deliberación política. Así se toman las decisiones, así se resuelven los problemas.