Opinión

Mitos y utopías

Por Juan José Rodríguez Prats

Una sociedad en la que no está establecida la garantía  de los derechos ni determinada la separación de poderes, carece de Constitución.


¿De qué magnitud es el peligro que amenaza a nuestro país? Respondería que sus consecuencias pueden ser fatales, a grado tal de poner en vilo nuestro Estado de derecho y resquebrajar la gobernabilidad y la estabilidad política. Una de las principales tareas para intentar evitarlo es diluir mitos y no engañarnos con utopías.

Hay una fuerte opinión pública que insiste en que lo prioritario es derrotar al candidato a la Presidencia de la República de Morena en la elección de 2024. De ninguna manera subestimo la necesidad de hacerlo, pero no a cualquier precio. Además, considero que ese partido y la 4T ya están derrotados.

En la historia de la humanidad, ningún partido o movimiento ha perdurado cuando su único sostén es la obediencia a un solo hombre y carece de una ideología que le dé coherencia y disciplina. Tengo la certeza de que, gane quien gane, el 2 de octubre (fecha emblemática) de 2024 México despertará de una de las más horrorosas pesadillas de su vida independiente. No habrá nada a lo que se le pueda dar continuidad a pesar de los más aberrantes candados que se instrumenten para la permanencia de los supuestos principios que, se dice, orientan al actual gobierno. Su plan transexenal fracasará. La realidad siempre cobra las facturas derivadas de errores elementales cometidos desde el poder.

Nuestro verdadero mal ha sido el presidencialismo exacerbado, la concentración del poder. La forma de impedirlo es fortaleciendo nuestra vida parlamentaria y la impartición de justicia. Nuestra transición a la democracia fracasó precisamente por el mal desempeño en estos dos rubros. Los partidos políticos, convenciendo ciudadanos y con amplia apertura, deben concentrar su lucha en los 300 distritos electorales. La experiencia de los comicios recientes es que los triunfos de Morena fueron obtenidos sin que sus candidatos hicieran campaña. Las viejas prácticas (ratón loco, carrusel, urnas embarazadas, etcétera) palidecen ante las actuales maniobras para burlar la voluntad ciudadana. Está suficientemente documentado que nos enfrentamos a una maquinaria que utiliza todo a su alcance para manipular el voto. El reto es mayúsculo.

Dejemos de aferrarnos al hombre mesiánico, apostemos por las instituciones. Las más trascendentes son las de los poderes Legislativo y Judicial. La función más importante de los órganos colegiados es darle calidad a la vida pública, desentrañando la verdad, señalando errores y abusos del poder, dándole racionalidad a las decisiones gubernamentales, exigiendo resultados, transparentando el manejo de las finanzas públicas y fincando responsabilidades.

México se ha caracterizado siempre por la supremacía del presidente. Sin embargo, salvo cuando Iturbide, Santa Anna, Zuloaga y Huerta disolvieron el Congreso, nunca habíamos visto un avasallamiento tan feroz como el actual contra los representantes populares e integrantes del Poder Judicial. Destacaría los destellos en que ha habido una auténtica división de poderes: la República restaurada, el breve periodo de Madero y de 1997 a 2018, en que el partido hegemónico perdió la mayoría absoluta en las cámaras.

Deambulamos de un absoluto sometimiento al monarca a la falta total de acuerdos. Destaco una excepción: los periodos de Carlos Salinas de Gortari y de Ernesto Zedillo, en los que hubo entendimiento del PRI y del PAN para beneficiar al país. En los 12 años de gobiernos panistas, la oposición mostró su faceta más mezquina para evitar acuerdos. Si algo puede ser rescatado del gobierno de Peña Nieto, son las diversas reformas realizadas, lamentablemente, frenadas por este gobierno.

Termino con una cita de José Antonio Marina: “¿Qué es ser bueno?, se preguntaba el conmovedor Nietzsche, tan frágil, tan acosado, y respondía: ser valiente es bueno”.