Opinión

Partidos políticos y sociedad civil

Por Juan José Rodríguez Prats

Del mismo modo que los hombres conservan durante toda su vida la huella de la infancia, los partidos sufren profundamente la influencia de sus orígenes.


Los partidos políticos han sido una de las instituciones más fecundas y pioneras para constituir los Estados. Son ideales en torno a los cuales se han agrupado hombres y mujeres con afinidades de creencias para arribar al poder e intentar realizarlos. Hay antecedentes desde el origen de la vida sedentaria de pequeñas comunidades hace unos 12 mil años. La deliberación colectiva, precursora de las prácticas parlamentarias, se puede rastrear en el origen de todas las civilizaciones.

Me atrevo a señalar que, cuando menos hace tres milenios, se conformaron dos corrientes ideológicas: Heráclito representa una al sostener que todo cambia, de ahí su famoso apotegma: “Nadie se sumerge dos veces el mismo río”. Parménides pensaba diferente: “Construir la vía de la verdad. Y así deducir que el ser (lo que es) es ingénito e imperecedero: continuo y único; indivisible e inmóvil (…) es eterno y se encuentra en una esfera compacta y homogénea”.

En otras palabras, el río fluye permanentemente, pero en el mismo cauce. Ahí lo encuentra uno siempre, salvo algún desbordamiento en ocasiones excepcionales.

En una arbitraria exposición, brinco más de dos mil años para acudir a una reflexión del gran parlamentario y teórico político Edmundo Burke:

“Donde los hombres no están familiarizados con los principios de los demás, ni tienen experiencia en los talentos de los demás, ni practican en absoluto sus hábitos y disposiciones mutuas mediante esfuerzos conjuntos en los negocios; sin confianza personal; sin amistad, sin interés en común, subsistiendo entre ellos; es evidentemente imposible que puedan desempeñar un papel público con uniformidad, perseverancia o eficacia”.

Estas ideas nos permiten afirmar que los partidos se sustentan en principios de los que quieren hacer cambios y de los que quieren conservar la situación imperante y que estas directrices tienen fuerza vinculatoria y consistente.

Hay indicios de partidos políticos en los dos últimos siglos antes de nuestra era en Roma: el movimiento de los hermanos Graco, la rebelión de Espartaco (esclavo y gladiador) y la lucha entre Sila (líder de los optimates que agrupaba al Senado, la clase aristocrática) contra Cayo Mario (que encabezaba a los populares). La lucha se prolongó por varios años y culminó con la ejecución de Julio César, lo que significó el fin de la República.

Vayamos ahora al México de hoy. El más reciente libro de Luis Rubio constituye una agenda para abordar la problemática nacional rumbo a la elección del año próximo. Afirma algo de gran relevancia: “La democracia mexicana es peculiar: en lugar de girar en torno al ciudadano y votante, gira en torno a los partidos políticos”. Así es, pero eso sucede en todas las democracias del mundo. La crisis de los partidos es culpa de los ciudadanos. Confrontar a unos y otros me parece uno de nuestros más graves desvaríos.

Afirmo contundentemente que los partidos políticos forman parte de la sociedad civil. En un falso debate, a ésta se le califica de informada, participativa, responsable, mientras que los políticos son oportunistas, deshonestos y mezquinos. Medias verdades, un mazacote de ideas y propuestas que impiden entendernos y que no conducen a soluciones para superar los trágicos momentos que vive México.

Muchos pensadores de diferentes especialidades han estudiado la personalidad del mexicano. Hay notable coincidencia al señalar su aversión a la política como un asunto que es tarea de unos cuantos y su desprecio a la ley como consecuencia de una autoridad ilegítima y arbitraria.

Acepto que nuestras elites políticas (igual que en otras naciones) son mezquinas y mediocres, y que la sociedad (con algunos destellos de rebeldía) atraviesa por un periodo de amodorramiento. Como sostiene Rubio, acusa un enorme “potencial de desasosiego”. Por ahí debemos comenzar.