Opinión

El deber

Por Juan José Rodríguez Prats

Somos apenas 6% de los ciudadanos mexicanos afiliados a un partido.


A mi edad uno sigue la amable sugerencia de Shakespeare: “Ningún deleite tengo con que pasar el tiempo/ sólo espiar mi sombra bajo el sol”.

Toda mi vida he hecho política. Dado su desprestigio, requiere cierta osadía para confesarlo. Orgullosamente milité 24 años en PRI del siglo pasado. Voy a cumplir 30 en las filas de Acción Nacional. Nunca me ha gustado el concepto de “sociedad civil”. Somos apenas 6% de los ciudadanos mexicanos afiliados a un partido. El otro 94% tiene destellos cuando percibe una amenaza a sus intereses. 

Me califico como político profesional. Denomino a los que no son políticos intermitentes. Se asoman esporádicamente y no con la disciplina que exige la más universal de las tareas que pueden asumir los seres humanos. Ahí se ve su estatura, ahí se calibra el alma de los hombres. Mucho se ha escrito sobre su condición humana; algunos sostienen que el poder transforma, otros afirman que ejercerlo nos muestra quiénes somos realmente. La buena política (aquí el adjetivo es necesario) existe y eso explica el desarrollo de los pueblos.

El 13 de junio hablé con Xóchitl Gálvez. El día anterior, amparo en mano, había tocado la puerta de Palacio Nacional. Me pareció un gesto valiente y auténtico. Mi trato con ella era escaso, me agradó que, sin estar mi nombre en su celular, me haya contestado. Le dije sin ambages que, en su decisión de ir por la Presidencia, contara conmigo. La percibí dudosa, sin embargo, a los pocos días me devolvió la llamada para iniciar la recolección de firmas en Tabasco.

Hacer política en Tabasco en las filas del PAN, por obvias razones, es un acto casi heroico. Ya somos menos de 500 y no tenemos siquiera el registro de partido estatal. Una de las tareas más complicadas es conseguir candidatos, con las restricciones de los últimos años, la situación ha empeorado. Consciente de mi deber, me quise postular a gobernador (ya fui candidato en 1994), senador o diputado federal. No tiene caso relatar la manera como se me cerraron las puertas. Por último, me registré como diputado de mayoría por el XX distrito. Fui el único que lo hizo y lo aprobó la Comisión Permanente, espero que no me borren.

Ya perdí la cuenta de las veces que he sido derrotado, tanto en las internas como en las elecciones constitucionales. Lo que más duele son los daños colaterales. Me refiero a los métodos de los gobernantes para “persuadir” a quienes se rebelan ante la consigna. Antes las amenazas no pasaban de la consabida auditoría fiscal o la pérdida del empleo, ahora son más serias y peligrosas. La penetración a los partidos opositores es práctica rutinaria. 

¿Por qué pretendo ser diputado local?

1. Para defender las tesis panistas, más vigentes que nunca, lo que Carlos Castillo llamó “La victoria cultural del PAN”.

2. En los estados no existen los poderes Legislativo y Judicial. Si a nivel presidencial hay concentración de poder, en las entidades federativas los gobernadores son señores feudales. Los diputados son cooptados y la justicia local está sometida a la federación vía el juicio de amparo.

3. He escrito 11 libros sobre el PAN, impartido conferencias y cursos en todos los estados. Fui presidente de la Comisión de Doctrina del Consejo Nacional. Y he sido diputado federal (en tres ocasiones) y senador.

Considero que los representantes populares se entretienen demasiado en iniciativas absurdas e inútiles puntos de acuerdo, olvidándose de su función principal: la de control, a la que el jurista Diego Valadés le dedica un acucioso libro que reseña las atribuciones de las asambleas. Con todo y sus fallos, el régimen parlamentario amortigua mejor las crisis que el régimen presidencial, cada vez me convenzo más de ello.

La ocasión es fugaz, o como dice el refranero popular, las oportunidades se pintan calvas. Como suelo repetir en mis pláticas, “seguimos continuando”.