Opinión

Estoicismo jurídico (5 y último)

Por Juan José Rodríguez Prats

Las leyes deben ser tratadas con delicadeza, desde su concepción hasta su cumplimiento


Las leyes deben ser tratadas con delicadeza, desde su concepción hasta su cumplimiento. Sin un derecho respetado y respetable, México tendrá un futuro con graves carencias de gobernabilidad. 

El filósofo Ronald Dworkin escribe: “Podemos reclamar que se tome los derechos en serio, que siga una teoría coherente de lo que son tales derechos, y actúe de manera congruente con lo que él mismo profesa”. En México, en contraste, se legisla para el caso, tenemos ordenamientos ocasionales, resultado de procesos irregulares y plagados de improvisaciones.

El problema se origina desde la enseñanza. De las aproximadamente dos mil escuelas de derecho en el país, egresan litigantes, no juristas. Saben ganar juicios, pero carecen del sentido de la justicia. La materia prima de la política y el derecho es, obvio decirlo, la condición de las personas. Es un asunto de índole cultural. Sin valores que orienten las conductas, la situación se torna compleja, con tintes de barbarie.

El estoicismo tiene profundas afinidades con el cristianismo, la ilustración y el liberalismo. Sus convergencias doctrinarias lo confirman. San Pablo y los estoicos en el primer siglo de nuestra era y posteriormente san Agustín y santo Tomás. Algunos siglos después, Kant, Hegel y Maritain se nutren de las ideas fundamentales de los estoicos. Para explicar los “sentimientos morales”, Adam Smith acude a sus postulados: “La humanidad, la justicia, la generosidad y el espíritu público son las cualidades más beneficiosas para los demás”.

El principio estoico de la “dicotomía de control” (la distinción entre lo que nos es posible hacer y lo que tenemos que soportar y resistir) debe estar al inicio de toda reforma. Kant escribe en La Crítica de la razón pura: “Una Constitución que promueva la mayor libertad humana de acuerdo con leyes que hagan que la libertad de cada uno sea compatible con la de los demás (no una Constitución que promueva la felicidad suprema, pues está se seguirá por sí sola), es una buena idea necesaria que ha de servir de base, no sólo al proyecto de una Constitución política, sino a todas las leyes”.

Estamos padeciendo un profundo desgaste, empeñados en querellas estériles. Urge superar el encasillamiento dogmático y la polarización que impiden el acuerdo básico para avanzar. El andamiaje jurídico es un proyecto de conductas, pertenece al ámbito de la intención, del deber ser. Si no se complementa con la voluntad general en la diaria convivencia, el desorden estalla.

Al asumir el cargo, los servidores públicos hacen un solemne juramento de “guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen”. La clave está en que el verbo guardar no se interpreta como cumplir, sino como esconder y soslayar las prescripciones que emanan del Estado. En el mismo caso, los profesionales del derecho protestan defender la justicia, pero están ávidos de defender al delincuente más contumaz con tal de obtener generosas remuneraciones por sus servicios.

El estoicismo combate el prejuicio y la desesperanza. Hoy, que el mundo sufre de graves consecuencias por la violación de sus documentos fundacionales, por el resquebrajamiento de organismos internacionales que llevó décadas construir, que la misma cultura occidental está siendo cuestionada y amenazada en sus más valoradas tradiciones, me parece una imperativa necesidad reflexionar de manera serena sobre cómo mejorar la condición de las personas en todos los aspectos.

En las condiciones actuales, ¿es pertinente plantear cuestiones doctrinarias? Lo requerimos urgentemente. Insisto: política y derecho son consustanciales. Las personas que se dediquen a estos menesteres deben ser prototipo de virtudes. Con ese criterio los debe elegir la ciudadanía.

Los tiempos que vienen son de pronóstico impredecible. Más nos vale prepararnos con un ejercicio honesto de retrospección.