Opinión

Ideales señeros

Por Juan José Rodríguez Prats

El mayor miedo es no saber a qué atenerse. Lo inmediato es vivir con orden


Ardua tarea la de señalar nuestro mayor problema. Creo que consiste en una gran confusión, al gastarse los ideales de antes. Pensamos que la democracia consistía en elecciones competitivas y creíbles y la alternancia de partidos en los tres órdenes de gobierno. Pero faltó lo más importante, una cultura democrática. El gran desafío de decir algo que convenza, que se recuerde, que trascienda. Definir lo preservable y lo prescindible. No puede haber pluralidad sin un mínimo de consenso.

El mayor miedo es no saber a qué atenerse. Lo inmediato es vivir con orden. México no va a democratizarse si en medio de la desconfianza y la discordia se ha fragmentado en sus cimientos la escasa identidad mexicana. Sin virtud cívica no es posible la convivencia.

Nos deslumbró la transición y, ante el vacío de la legitimidad que más o menos sustentó el discurso de la Revolución Mexicana, no fuimos capaces de ofrecer algo a cambio: se partidizaron las instituciones, la jerarquía presidencialista se agrietó, la magia del tlatoani se perdió, se despojó a la palabra del sentido del honor para cumplirla.

Perdón por mi crudo realismo, pero hemos regresado a la “sociedad fluctuante”, la lucha entre dos concepciones incompatibles del Estado. Ya estamos inmersos en el proceso electoral para renovar cargos de elección popular en 2027. Anoto algunas sugerencias para la deliberación.

En 1823, Servando Teresa de Mier expresó: “Esa voluntad numérica es un sofisma, un mero sofisma que se puede decir reprobado por dios cuando dice en las escrituras: no sigas a la turba para obrar el mal, ni descanses en el dictamen de la multitud para apartarte del sendero de la verdad”. No se puede alcanzar cierto nivel de razonabilidad cuando el oficialismo se niega a argumentar sus iniciativas. La disciplina abyecta debe ser desechada.

El mismo fraile sostenía una propuesta para resolver nuestra eterna asignatura pendiente: “Siempre he estado por la Federación, pero una Federación razonable y moderada (…) un medido en que dejando a las provincias las facultades muy precisas para proveer a las necesidades de su interior, y promover su prosperidad, no se destruya a la unidad”.

A su vez, Mariano Otero (1842) decía: “Jamás una nación ha sido feliz y sobre todo respetada en estas épocas en que la Constitución se variaba sin cesar; y el único modo de salir de esta crisis ha sido siempre el de volver al punto de partida”. Esto es, respeto a los derechos humanos y división de Poderes.

Benito Juárez expresó en 1867: “La templanza en su conducta (…) ha demostrado su deseo en moderar en lo posible el rigor de la justicia, conciliando la indulgencia con el estrecho deber de que se apliquen las leyes”. Alguien distorsionó esta idea; al trastocarla, se aplica una justicia tendenciosa.

Justo Sierra (1892) afirmaba: “Este pueblo tiene hambre y sed de justicia”. Francisco Bulnes (1903) preguntaba: “… ¿saben señores lo que verdaderamente quiere este país? Pues bien, quiere que el sucesor del general Díaz se llame… la ley”. Ambos pensadores insistían en lo básico: Estado de derecho.

Para Francisco Madero (1911), su gobierno principiaba “bajo los augurios favorables, pues el pueblo mexicano ha dado pruebas de su gran capacidad para ejercer sus derechos políticos y gobernarse a sí mismo”. Fíjense desde cuándo nos invade un optimismo que nos ha cegado para ver el tamaño del reto.

Por último, Jesús Reyes Heroles (1977) expresó: “Cuando no se tolera se incita a no ser tolerado y se abona en el campo de la fratricida intolerancia absoluta de todos contra todos. La intolerancia sería el camino seguro para volver al México bronco y violento”.

La agenda es voluminosa. Este no es más que un ejercicio provocador en el que nos debemos empeñar.