Opinión

Trompos, matatenas: juegos que nos enseñaron a vivir

Por Pedro Octavio Reyes Enríquez

Hoy en día, en los videojuegos las reglas son claras, no hay capacidad de negociación


Aprender valores divirtiéndose entre amigos

¿Se acuerda usted de cuando jugaba a las canicas, el yoyó, el balero, las matatenas, el trompo, saltar la cuerda, la pirinola, el avioncito, los encantados, las atrapadas, las escondidas, declaración de guerra (Stop), o los tradicionales juegos de mesa como la lotería, serpientes y escaleras, el juego de la oca o basta? ¿Recuerda algún otro?

El más bélico que había era la resortera; afinaba uno la puntería, pero realmente sí se podía lastimar a alguien con un buen tiro.

También había las rondas infantiles, que todavía se promueven en algunas escuelas, pero hoy en día la mayoría de los juegos que he mencionado ya casi no se juegan.

¿Se ha perdido algo en el desarrollo de los niños de ahora? Claro que sí. El juego es una importante herramienta de aprendizaje y de desarrollo cognitivo: la mente crece, al igual que los valores y otras habilidades motoras y emocionales del niño, particularmente con algunos de los juegos que he mencionado.

¿Se acuerda de que no había reglas claras en estos juegos? Entonces se tenía que negociar. No había árbitros y era raro que un adulto interviniera. Alguna vez se terminaba a golpes, pero al poco rato se olvidaba y ya estaba uno jugando con los mismos amigos o familiares. Hoy debe estar un adulto presente para evitar cualquier conflicto y que algún niño se sienta mal por haber perdido o considere que alguien le hizo trampa.

Aprendía uno a ser tolerante a la frustración, porque no siempre se ganaba, pero sabía uno que no pasaba nada: habría otras oportunidades. Se volvía uno resiliente, con esa capacidad de sobreponerse a las derrotas y pérdidas.

Como todos te observaban, tenía uno que ser honesto, decir la verdad; y si no, había pleito seguro. Todos se le iban encima al que mentía, así que no quedaba más que decir la verdad.

Claro que, mientras se jugaba, se aprendía a socializar, a establecer diálogo, a formar alianzas con los amigos; además, se tenía que desarrollar la paciencia y aprender a controlar los impulsos.

Todo lo anterior hoy en día se le llama habilidades blandas. En mis tiempos, a alguien que tenía esas capacidades simplemente se le decía: “ese cuate es bien chido”. Claro, nunca faltaba el niño aguafiestas; entonces se le iban encima: no sabe perder, es un “gandalla”, abusivo, y tenía que aprender a respetar las reglas del juego.

Hoy en día, en los videojuegos las reglas son claras, no hay capacidad de negociación y, bueno, la realidad es que, si te aplicas, terminarás ganando, porque están hechos para que ganes, te aburras y te compres otro, para que les hagas el gasto.

También se desarrollaban habilidades psicomotrices como la coordinación fina, la conciencia espacial, el equilibrio, los reflejos, la agilidad física y la masa muscular, como en la cuerda, los

encantados, las atrapadas, el Stop, entre otros. El cuerpo se movía y podía uno estar horas jugando; no se sentía el cansancio, y eso se reflejaba en la salud del niño: casi no había niños obesos.

Claro que también aprendía uno las leyes de la física, como con el trompo, el yoyó, el balero o las canicas. Se experimentaba con la ley de la gravedad, la fuerza centrífuga, la fricción, el famoso torque (que, para resumir, es la capacidad de poner a rotar un objeto con cierta fuerza). Y lo aprendía uno a la mala, ya que cualquier descuido implicaba recibir un golpe del balero o del yoyó. Con las canicas, por ejemplo, sabía uno que en la tierra había que aplicar más fuerza que en el pavimento. También se desarrollaba la comprensión de causa–efecto, la planificación y la anticipación del movimiento.

Con los juegos de mesa se desarrollaba más el cálculo mental. No había un aparato o dispositivo que llevara la contabilidad ni el registro; tenía uno que estar a las vivas, aprender a estar atento, porque si no, no respetaban tu turno. Había que sumar con rapidez por los dados o la pirinola.

Estos juegos, hoy llamados tradicionales, desarrollaban diversas habilidades emocionales, físicas y mentales, necesarias para enfrentar la edad adolescente y adulta, además de que relajaban y liberaban emociones.

Lo que a mí más me gustaba es que, a través de ellos, hice muchos amigos en mi niñez: fortalecí lazos, aprendí a respetarlos y a que me respetaran; aprendí de ellos observándolos (aprendizaje vicario). Hoy en día, los antropólogos dirían que son prácticas culturales y comunitarias que fortalecen los lazos sociales y disminuyen la violencia.

Otro dato: en las fiestas infantiles, que eran en casas o en la calle, no había animadoras. No era necesario que nos organizaran para jugar ni que nos dijeran qué hacer. ¿Recuerda usted eso?

Si usted piensa regalarle un juguete a un niño, debe saber que es más importante jugar con él que el objeto caro que le piensa dar. . Le aseguro que, a la larga, le agradecerá más el tiempo que le dedique jugando, que cualquier dispositivo electrónico que le pueda comprar.