Opinión

¿Se pueden negociar elecciones?

Por Ricardo Homs


Ahora que los partidos están designando candidatos, se ha empezado a especular la posibilidad de que se den negociaciones entre los partidos políticos para cederse gubernaturas o alcaldías a cambio de alguna contraprestación.

En el pasado, -sin poderse confirmar-, siempre se ha hablado como dato histórico de negociaciones que pudieran haber permitido a algunos candidatos llegar a gubernaturas en procesos electorales conflictivos para el gobierno federal.

Sin embargo, esta práctica de la que se habla en privado, representa la opacidad de nuestro sistema político. Es equivalente a los partidos de futbol arreglados, como aquellos de los que hoy se quiere responsabilizar en España al Vasco Aguirre, o las peleas de box negociadas entre los managers pertenecientes al “bajo mundo”, en las cuales se define quién ganará y como se compensará al que pierde.

Ésto en la mayoría de los países está tipificado como delito y por ello el Vasco Aguirre enfrentará un proceso penal, seguramente por algo equiparable a fraude.

Sin embargo, en el ámbito electoral, en México negociar lo vemos como parte del juego político, cuando en realidad constituye una falta ética y un golpe a la democracia.

Negociar gubernaturas, -y seguramente también alcaldías-, es difícil comprobarlo porque basta con que un partido designe un candidato débil y poco competitivo y mande a la banca al candidato ganador, o también, dejarlo perder ya en campaña cerrándole la llave de los recursos.

Sin embargo, si ésto sucede, representa una falta grave en contra no sólo del candidato sacrificado, sino de la militancia de un partido y peor aún, se le niega al electorado el derecho a seleccionar con total libertad entre las mejores opciones.

Negociar una elección a cambio de apoyos en algún otro ámbito político, constituye una grave falta ética y representa la negación de la libre competencia a la vista del gran elector que es el ciudadano, a quien se le reprime de su derecho ejercer  su libre albedrío.

En las democracias de verdad, las elecciones se ganan en las urnas y no en negociaciones opacas.

Es necesario imprimir a nuestra vida política un enfoque ético, pues es la única forma de rescatar la credibilidad del ciudadano.