Opinión

Competitividad y Productividad

Por Ricardo Homs


Los recientes reportajes sobre las crisis en industrias tradicionales como juguetera, zapatera, sólo por citar algunas, nos muestran falta de competitividad ante la oferta global.
Es cierto que nos hemos convertido en grandes productores de industrias sofisticadas como la aeronáutica, -dentro de la cual se nos dice que somos quizá el líder global en producción de partes-, así como en la industria automotriz y las de tecnologías. 
El Presidente Peña Nieto, dio a conocer los resultados de la Encuesta Mundial sobre Perspectivas de Inversión 2013-2015, realizada por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Dicen que México hoy es el séptimo país más importante para hacer inversiones productivas.
También informó que AT Kearney afirma que México está entre los 10 primeros países que atraen inversión, mientras que un año atrás México no estaba incluido entre los primeros 25.
A su vez, México subió cinco posiciones desde 2012 según la escala de competitividad que elabora el International Institute for Managment Development (IMD). Para entender este logro es necesario compararlo con el nivel que ocupábamos en 1997, que era ocho escalones abajo del actual.
En contraste en este estudio del IMD Brasil, bajó de la posición 46 en que estaba el año pasado a la actual que es la 51. También la IMD destacó que México se sumó al grupo de 22 países que mejoraron en competitividad.
Este es el problema de México: los grandes números no corresponden a los niveles de calidad de vida de la mayoría de los mexicanos, ni al número de empleos formales.
Nos hemos convertido en un importante país maquilador, pues tenemos ubicación privilegiada con acceso a uno de los mercados más importantes del mundo en condiciones excelentes, gracias al TLC y mano de obra de calidad, con salarios más bajos que el de otros países del mismo nivel de desarrollo económico.
Sin embargo, que seamos una potencia económica se manifestará en un estado fuerte y rico, -con espectaculares indicadores de desarrollo como país-, pero con alto nivel de pobreza.
A final de cuentas, el desarrollo que debe importarnos es aquel que se manifiesta en el hogar de todos los mexicanos y no sólo de un porcentaje de privilegiados.
Que seamos grandes maquiladores significa mucha inversión extranjera, -que genera empleos, es cierto-, pero que nos vuelve dependientes si no desarrollamos en forma paralela a las empresas nacionales para que sean competitivas en el ámbito global.
La mayor parte de la pequeña y mediana industria nacional se quedó anclada en la cultura proteccionista de hace veinticinco años, -anterior al TLC y la globalización-, cuando nuestras fronteras estaban cerradas para los productos importados, lo que nos obligaba a tener que consumir productos de calidad mediocre a os internacionales o caer en la seducción de la “fayuca” hormiga cuando viajábamos fuera del país.
Los retos para alcanzar un desarrollo sustentable y armónico exigen el desarrollo de una cultura competitiva, sustentada en la innovación, la renovación del diseño, generar tendencias y modas y pagar en su justo precio el talento nacional.
Con tristeza vemos que nuestros mejores profesionistas tienen que emigrar al extranjero en busca de mejores oportunidades, pues el empresario mexicano de nivel medio sigue anclado en el ensayo y error y la improvisación y resistiéndose a darle su justo valor al talento y el conocimiento, lo cual es una limitante cultural de nuestra idiosincrasia.
No somos un país con mentalidad emprendedora y ese aspecto intangible es fundamental. Es más, hemos estigmatizado desde que México es una nación al trabajo empresarial, y en el inconsciente colectivo las utilidades empresariales son derivadas del abuso sobre la clase trabajadora, como derivación de la revolución industrial. Sin embargo, también hay que decir que aún hay muchos empresarios que con su conducta refuerzan este estereotipo, esquilando a sus trabajadores y engañando a sus clientes.
Es necesaria una revolución cultural en el ámbito empresarial para generar una mentalidad emprendedora y competitiva, para fortalecer el desarrollo de las PYMES.
Nuestra visión empresarial se limita a los resultados de corto plazo, lo cual nos arroja irremediablemente al comercio y en menor proporción al ámbito industrial, que siempre es una apuesta al mediano y largo plazo.
Por otra parte, en el mundo de hoy que para competir hay que hacer las cosas bien y a la primera y no se puede continuar con la práctica tradicional mexicana del ensayo y error, -que es de bajo costo-, para evitar correr riesgos de comprometerse y pagar el costo de comprar tecnología y diseño.
Para hacer las cosas bien se requiere capital de riesgo, que en México es muy caro, pues aún el dinero de la banca gubernamental de desarrollo, pasa por la banca comercial, que le impone sus propias políticas y lo encarece con sus utilidades.
Po0dríamos concluir este breve comentario haciendo énfasis en la necesidad de que dentro de los programas de apoyo a las PYMES, -que representan a la auténtica economía mexicana, que además es el empresariado de tipo familiar-, se considere replantear la cultura empresarial para romper paradigmas que nos impiden tener una visión competitiva de mediano y corto plazo.
Esto no significa la realización de “campañitas publicitarias”, -construidas a base de frases creativas e ingeniosas-, sino la estructuración de un programa de impacto conductual que modifique los valores empresariales y forme una visión estratégica de mediano y corto plazo.
Además, se simplifique el sistema para que los recursos crediticios lleguen de firma directa al empresario PYME, -desde la banca gubernamental de desarrollo-, sin hacer escala innecesaria en la banca comercial, a fin de bajar el monto de los intereses y no hacerlos inaccesibles por la burocratización, como hoy sucede.
Estimular la competitividad de la estructura PYME, -que significa el 98% del total de las empresas y negocios que hoy existen en México-, exige un planteamiento integral y no formulitas simplistas de entrega de recursos.