Opinión

Carlos Cano: Viejas pinceladas para una ciudad de mar

Por Ivonne Moreno


La memoria es vasta como el mar, cuando de almacenar recuerdos e impresiones se trata. En ello Carlos Cano, fotógrafo de gran trayectoria y ahora pintor es experto.

Cano Jiménez ha ido hilvanando al estado de Veracruz en una tela de enorme formato.

Sus imágenes de los Voladores de Papantla, de Tlacotalpan, de la orografía veracruzana así como sus nexos con el pasado a través de las cabezas Olmecas y los baluartes son sinónimo del peculio de nuestra entidad.

Es casi imposible dar  una ojeada plástica y de registro a  la historia del estado y no traer el trabajo de Carlo Cano a la mente: el malecón y la llegada de barcos, las boyas, las panorámicas de San Juan de Ulúa,  sus patios y garitas, los cuadrantes del Tajín en sus campos de pelota, los papantecos y la vainilla, los aires y brisa del Papaloapan y sus habitantes, el Citlatépetl, las veredas conducentes a pueblos mágicos  de Veracruz su niebla y carnavales,  y por ende las lunas y amaneceres del Golfo, son hoy  para muchos, discurso fotográfico obligado.

Pero como las artes plásticas te permiten incursionar en otros terrenos, Cano Jiménez decide emparentarse con la pintura.

No le es ajena, el manejo de la lente, le allanó el camino y en esta ocasión, como en otras, sus tomas fotográficas le permiten aproximarse al óleo.

Veracruz de nueva cuenta es la razón o debiéramos decir el pretexto recurrente para completar su lenguaje artístico, donde Carlos construye y de- construye un puente entre el pretérito y el devenir, una expresión de emoción en la ya tan citado en sentencia ortega gassetiana del hombre y su circunstancia, en tal caso: Cano el fotógrafo, Cano el pintor, Cano el hombre, todos ellos y el en sí mismo concatenado con Veracruz.

La lectura de Viejas Pinceladas para una ciudad de mar nos acerca a las narrativas de Luis Arturo Ramos:

En uno de sus paseos llegó al mar. Tres cuadras atrás según la litografía, comenzaba la tierra y la muralla. Caminó por el malecón estudiando la cara de la gente con que se cruzaba. Mar adentro descubrió el manchó de un barco. Venía de Europa seguramente. Alguien le había hecho notar la diferencia en los derroteros, Los buques procedentes de Norteamérica mostraban el estribor cuando navegaban sobre la raya del horizonte, luego justo en el centro enfilaban hacia la ciudad. Eran primero una línea y después un punto. Este había sido un punto desde el principio… En Intramuros

Y Leticia Frías en Mentir de Veras:

… La Fortaleza de San Juan Ulúa con sus bellos muros de coral ennegrecido por el constante roce del mar, se recorta en el horizonte y le oculta parte de la bahía. Desde su sitio Ilse ve el faro junto al muro, ambos levantados desde el siglo XVII para que las naos pusieran amarras y descargaran sus mercancías…cien años después se edificó la fortaleza para defender a la Vera Cruz…y desde hace un siglo el fuerte es utilizado como prisión…

Ambas novelas estilizando la esencia de la ciudad-puerto.

Carlos Cano vuelca en su vocabulario la nostalgia del paseante atrapado en el ayer y en  la tesitura de una ciudad de coral y arena, espuma de vertientes, de locura y bohemia canción con  acordes de noches de luna de plata,  psiques  de piratas y ojeras de mujer, cuya semejanza a las palmeras ululan pasiones.