Opinión

Suicidio

Por Ramón de la Peña


Comparto con ustedes un mensaje que escribí hace tiempo, que me hizo reflexionar en el camino a seguir en el devenir de mi vida. Espero lo disfruten.

Hace tiempo leí una excelente obra de varios autores, "La tempestad", en la que se discute el encanto del suicidio, en cuanto a su filosofía y a los suicidas famosos de la literatura, del cine, de la música, de las artes escénicas, de las artes visuales y de la arquitectura. Cuentan la historia de varios suicidas famosos, que van desde Jean Améry y Primo Levi, dos personas víctimas del nazismo, que lograron sobrevivir su estadía en un campo de concentración alemán pero que no lograron superar el traumatismo infligido. Así pasan de suicida a suicida famosos hasta terminar con un arquitecto suicida mexicano,

Juan O 'Gorman, quien fue uno de los iniciadores del modernismo en Latinoamérica.

¿Qué me impactó y me llamó la atención de este excelente resumen dedicado al suicidio, a los suicidas y a sus causas? Que el juzgar que la vida no vale la pena de ser vivida es un posible camino a la muerte voluntaria; el suicida usa así una de sus libertades: la que todos tenemos para acabar con nuestra propia vida.

Sin embargo, Benjamín Valdivia destaca: "Pero la libertad del suicida es una libertad desesperada: más allá de su acto último no encuentra expectativa ni horizonte", para finalmente concluir con un comentario con el que estoy totalmente de acuerdo: "Personalmente, al menos hasta hoy, no hallo justificación que tenga validez para la pérdida deliberada del vivir". Pasar por un evento o situación traumante, como estar en un campo de concentración, una violación, una intensa violencia familiar, sin lograr superarla, hace que la ofensa sea incurable.

Margo Glantz, en su análisis de Améry y Levi, destaca un mensaje de Améry que ilustra su dolor intenso: "Quien ha sido un torturado, lo sigue siendo; quien ha sido sometido a la tortura es incapaz de sentirse cómodo en este mundo... la fe en la humanidad, ya demolida por la tortura, no se reconquista jamás".

Eso trajo a mi mente el dolor que no se olvida de algunos amigos a quienes les ha sido secuestrado un hijo; trajo a mi mente también el caso de un ex alumno que, cada vez que se toma un par de copitas de tequila, me recuerda con un poco de enojo que yo lo haya reprobado en la clase de balance de materia y energía; ¡imagínense que le hubiese hecho algo peor, lo que no me diría.

Aprendí que al final de la vida, cuando se ha sido famoso e importante -pero que en la edad adulta se encuentra solo, encorvado, viviendo en una casa vieja, sin participar en eventos importantes, sin tener casi nada qué hacer, sintiendo que la edad madura es sólo vejez, enfermedad y dolor y más dolor- esa persona puede, haciendo uso de su libertad desesperada, adelantar su muerte.

Doña soledad es una mala consejera y si lo combina con el Síndrome de Ulises se agrava aún más (Wikipedia:  "El síndrome de Ulises, también conocido como síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple, es un cuadro psicológico que afecta a inmigrantes que viven situaciones extremas, más de 50 millones de personas en el mundo de hoy.1 El nombre se inspira en el héroe mítico Ulises el cual vivió innumerables adversidades y peligros, lejos de sus seres queridos"). Aprendí que el equilibrio entre la vida interior y la exterior es muy importante.

Juan Arturo Brennan destaca que Tchaikovski, otro de los suicidas famosos, se enfrentó en los últimos años de su vida a una grave contradicción: un creciente éxito en su vida pública y un creciente deterioro de su vida interna; imagínelo lleno de pesimismo, angustia, dolor y una visión plenamente oscura de la vida.

Aprendí que tener una enfermedad progresiva e incurable, que el agotar prematuramente el entusiasmo, ese combustible o fuerza impulsora para vivir, cuando se tiene una mala salud, cuando la vida íntima parece haber naufragado, cuando no se cree en nada ni en nadie, cuando no se tiene algo importante qué hacer, cuando no se tiene alguien por quién hacerlo, puede conducirnos a pensar que no vale la pena vivir.

Pero, por otro lado, esta lectura trajo a mi mente una serie de excelentes libros que me han hecho reflexionar sobre el sentido de mi vida, pero sobre todo sobre el sentido del por qué y para qué vivir. Hace tiempo le recomendé el libro de Xavier Scheifler Amezaga, "En busca del sentido de la vida", quien recomienda buscarle continuamente sentido al trabajo, a las grandes experiencias de la vida y a lo inevitable: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, para poder así darle un pleno sentido a nuestra vida.

De este libro, aprendí que lo que hace tan importante a mi esposa, a mis hijos, a mis nietos, a mis amigos, a mi comunidad y a mi país es el tiempo que les he dedicado. Pero también aprendí que ese tiempo es lo que me hace ser importante para ellos.

Finalmente, aprendí que el miedo a la vejez que tienen muchas personas no es más que un reflejo de una vida no realizada; que el dinero y las cosas materiales nunca son buenos sustitutos para la amistad, el cariño, la ternura; que en su caso, con su enfermedad mortal, ni todo el dinero del mundo lo podía sanar, pero el cariño, aprecio, ternura y amor de su esposa, sin duda le añadieron un gran sentido a su vida; que para tener un matrimonio perdurable es necesario respetar, saber y querer transigir, hablar abiertamente, tener un catálogo común de valores y tener fe en la importancia del matrimonio y, finalmente, recomienda y recomiendo: antes de morir, perdónate a ti mismo y a continuación, perdona a los demás.