Opinión

Las ganas de creer

Por Ricardo Homs


Es oportuno el análisis sobre lo que está sucediendo en este momento de crisis de confianza que vive nuestro país.

Una grave crisis de credibilidad está detrás de este fenómeno social y político. El tema ya no es quien está diciendo la verdad, sino a quien quiere creer la ciudadanía.

El enfrentamiento verbal que se dio con motivo de la visita a México de los miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así como la del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra'ad Al Hussein, -para tratar de colaborar en el esclarecimiento de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Isidro Burgos-, nos debe llevar a la reflexión.

Las conclusiones de los funcionarios de la CIDH y de la ONU generaron respuestas negativas de las autoridades mexicanas. En estos diferendos, la sociedad dio su respaldo a los extranjeros, aún sin que se conociesen a fondo de modo público las conclusiones de sus análisis.

Vivimos en el mundo de las percepciones. Además, cuando las percepciones se respaldan en experiencias o información confiable que se convierte en un indicador, surgen las respuestas ciudadanas contundentes.

La respuesta ciudadana, -dando crédito y un voto de confianza a los reportes de estos organismos extranjeros-, debe ser interpretada como un voto de castigo para el gobierno mexicano, puesto que ésto más que responder al conocimiento público de la información contenida en los dictámenes de estas dos organizaciones, era una respuesta ciudadana de tipo emocional y reactiva.

 Podemos asegurar que aunque la verdad sobre este caso específico estuviese del lado de las autoridades mexicanas, no sería creída ni aún con evidencias contundentes. A final de cuentas hay un axioma fundamental en las teorías académicas de la comunicación: “la credibilidad del mensaje está vinculada y dependiente de la credibilidad del emisor”. Esto define que cualquier verdad en boca de una persona u organismo desacreditado, carece de credibilidad.

El cuento popular de “Pedrito y el lobo”, define con claridad este fenómeno.

Después de que Pedrito, un pastor bromista engañó a los labradores vecinos gritando que venía el lobo y se comería a las ovejas. Cuando ésto realmente sucedió, por más que pedía auxilio, nadie acudió a ayudarle.

Octavio Paz en “El laberinto de la soledad” habla de la desconfianza crónica del mexicano, lo cual nos lleva a considerar que la falta de compromiso con la verdad es una característica de nuestra idiosincrasia. Todos mentimos, unos más y otros menos, pero a final de cuentas la mentira es un recurso común que ejercemos los mexicanos para salir de situaciones conflictivas, e incluso evadir nuestras responsabilidades.

Sin embargo, aun concediendo que en nuestra conducta personal se den estas incongruencias, cuando esto escala a nivel institucional, -en el sector público-, las responsabilidades son de una magnitud tal que ni pueden soslayarse y el gobierno debe conducirse con la verdad si quiere rescatar su credibilidad.

La falta de credibilidad en el ámbito político está entrampada en un terreno crítico, pues la ciudadanía no encuentra en quien creer y las “ganas de creer” abren posibilidades a actores políticos que simplemente prometen, aún sin tener sustento para asegurar el cumplimiento de sus promesas.

Parece ser que el discurso presidencial respecto al “populismo” tiene un destinatario específico en Andrés Manuel López Obrador, quien por no haber podido llegar al momento “de la verdad”, aún tiene hoy por parte de un sector importante de la ciudadanía un voto de confianza y credibilidad que podría ser capitalizable en el 2018.

Simplemente por supervivencia política, el actual gobierno debe tomar en serio la necesidad de rescatar la credibilidad de la ciudadanía, lo cual no se consigue con discursos, entrevistas o campañas de televisión, sino con acciones concretas que muestren un cambio real de actitud política y un compromiso auténtico con la verdad, al precio que fuere.

La verdad puede tener un costo inmediato, pero superable, que en nada es comparable con la pérdida de credibilidad.

Los tiempos de la retórica oficial que apaciguaba los ánimos ya es cosa del pasado frente a esta sociedad abierta y global, con una ciudadanía sobreinformada y exigente, totalmente interconectada a través de las redes sociales.

Hoy los hechos incuestionables, -convertidos en “datos duros”- son el único mensaje político efectivo y creíble para la ciudadanía.