Opinión

Viento del norte y viento del sur

Por Trixia Valle Herrera


Cierto día se encontraban el viento del norte y el viento del sur peleando nuevamente por mover una hoja en direcciones opuestas. Ya eran muchas las ocasiones en que se encontraban en este mismo punto, tratando de mover la misma hoja; sin embargo, esta vez fue diferente: esta vez se detuvieron a analizar la situación. Lo hicieron, porque vieron que la hoja, que en otros tiempos había sido bella y plena, se encontraba lesionada y a punto de romperse.

Conmovidos por la pérdida de la belleza de la hoja decidieron negociar.

El primero en hablar fue el viento del norte:

“Viento del sur”, dijo muy firme y decidido, hasta malhumorado, como solía ser, “te pido que dejes de soplar. Tu brisa me molesta, es suave y constante, y aunque yo podría con un soplido ganarte a la hoja y echarla a volar, me cansas y me fastidias. Así decido irme de momento, para luego regresar a tratar de moverla y nos encontramos de nuevo en el mismo punto”.

Y muy enérgico concluyó: “¡Así que por favor déjame a la hoja ya!”

El viento del sur, paciente, tolerante, analítico y tranquilo, lo escuchó con atención. Tenía razón en que llevaban meses, quizás años, luchando por tener a la hoja. Así con voz suave le dijo:

“Tú, viento del norte, eres fuerte, robusto, agresivo, contundente, directo e impaciente. Yo soy tranquilo, paciente, constante y mesurado, pero muy constante, por lo que hago que te des por vencido en cada encuentro y así cada uno nos alejamos por un tiempo para dejar pasar a la hoja. Lo malo es que como dices, ella está a punto de romperse y me parece injusto que me pidas que yo me vaya. Así que como los dos la queremos, te propongo preguntarle a ella ¿qué quiere?”

“Me parece bien”, replicó el viento del norte.

La hoja rodaba distraída, se había acostumbrado tanto a esta lucha entre los vientos que ya no se daba cuenta que existía. Aunque ese día había notado una diferencia en una de sus venas y pensó que quizás algo no iba bien. Así de pronto, se aparecieron ante ella los vientos y se presentaron con ella, de nuevo el viento del norte tomó la palabra:

“Hoja, déjame presentarme, soy el viento del norte, ese que te hace ser impaciente para buscar tus objetivos, que te desgasta trabajando por ellos, que te lleva a pasar largas jornadas volando para lograr eso tan importante que te has propuesto. Soy quien te hace ser importante, te lleva al triunfo y me encanta que des órdenes constantemente. Soy quien te lleva a la prisa y al agotamiento buscando brillar y quien se enoja cuando pierde pues sólo le importa ganar. Ya me cansé de luchar contra este mequetrefe del sur y queremos que decidas con quien te quedarás.”, concluyó muy contundente.

La hoja lo miró por primera vez como era y no le gustó tanto lo que percibió. Así tocó el turno al sur de hablar, quien con voz hermosa y llena de paz dijo:

“Amiga hoja, yo soy el sur, el que te hace sentir plena con mi brisa y te lleva a realizar tus labores tranquila y en paz, pues estás rodeada de la conexión con las fuerzas del universo que te hacen avanzar con calma. Cuando me escuchas a mí y me sigues, una chispa se enciende en tu interior y puedes crear cosas hermosas, más tengo un problema: yo no te doy poder, ni riquezas. Al contrario, te doy inestabilidad y retos constantes porque esa es la esencia de la vida: lo cambiante, lo transitorio; en la vida no hay seguridad más que estar aquí de paso y por eso la marcha es un día a la vez. No te puedo asegurar transitar mil días, pero te puedo garantizar que cada uno que vivas será en felicidad.”, repuso alegremente.

La hoja miró las roturas en uno de sus lados y se dio cuenta que habían sido ocasionadas por la lucha entre los vientos. Sabía que de seguir luchando se rompería en dos. ¿Qué hacer? El viento del norte le prometía la gloria eterna pero no era lo que la hacía vibrar. El viento del sur le aseguraba plenitud y conexión pero le daba incertidumbre. Lo opuesto de ambas posturas estaba a punto de romperla y ahora, con lo que quedaba, requería tomar un solo viento.

Después de tirarse de panza al sol, en un verde prado y mirándose a sí misma con profundidad, respiró hondamente y asintió:

“Viento del sur, me convenciste a fuerzas de romperme. Sé que si sigo en la lucha, sólo dejaré de existir. Quedarme con el viento del norte me impulsará tan fuerte que quizás también me romperé en algún punto. Así que elijo la brisa suave del sur, que no ostenta, que no pretende, que no es poderosa, pero que se parece más a mí”.

El viento del norte salió de ahí como huracán enfurecido, pues había perdido con esa hoja, parte de la fuerza y le molestaba perder. El viento del sur y la hoja, lo miraron alejarse rápidamente y con la tranquilidad de una pluma, se movieron poco a poco en otra dirección. La hoja no regeneró sus venas, pero evitó que se rompieran otras, y con una sonrisa se miró como ahora era y se aceptó por fin así. Dejó que las cosas fluyeran y por fin dejó de luchar por ellas. Se llenó su alma por vivir una vida digna de recordarse, que aunque también un día terminará, el recorrido será en plena felicidad.