Opinión

¿Qué hay en tu corazón?

Por Trixia Valle Herrera


Había perdido la hermosa costumbre de escribir mis impresiones de cada semana. Realmente lo extrañaba… Hay tanto que decir en nuestro país que pasa un momento que yo llamaría descabalamiento social. Todo lo que era, no es; todo lo valioso, no vale; y lo único que parece valer son nuestros pesos devaluados, por ello creo que hemos perdido los cabales.

Escribo esto en mi vuelo de regreso a México después de pasar tres días en Chetumal con diversas actividades de trabajo que compartí con mi hijo más pequeño, Alex, quien tiene un año nueve meses pero parece mayor y se porta muy bien.

El hecho que quiero comentar es que después de media hora de retraso en el aeropuerto en la que pasamos Alex y yo jugando a los coches, viéndolo correr con un globo y perseguir una abeja, me di cuenta de lo poco empática que es la gente con los niños pequeños. Fue para mí sorprendente ver que nadie lo volteaba a ver, ni le sonreía y aunque él no cesaba en sus intentos por sacar sonrisas todos parecían estar en otro planeta.

Al subir al avión, nuestro lugar era en la primera fila y nuestro vecino un hombre de negocios con unos zapatos que brillaban hasta el otro extremo del avión, muy bien vestido y por supuesto hablaba por teléfono sin parar. Sólo se escuchaba su emoción al narrar que le había vendido un proyecto millonario al gobierno y que alguien se iba a enojar mucho por este hecho…

Alex muy tranquilo se sentó a su lado mientras yo metía mis cosas en la parte de arriba al tiempo en que sacaba todo para preparar su biberón. Durante la espera, Alex comenzó a gritar de emoción y de inmediato le pedí que no lo hiciera por respeto al vecino telefonista. El señor sin darse cuenta que yo escucharía sólo dijo: “sí imagínate lo que me espera en el vuelo caray…”, pues por supuesto el interlocutor escuchó el grito de Alex y le comentó algo al respecto. Yo tomé a Alex lo moví de lugar y le dije: “vente este señor es antiniños”. GLUP. El señor se puso a sudar frío… ¿cómo un empresario de primer nivel podía ser despectivo con los niños…? ¿Dónde iba aquedar su imagen? Así que sin colgar me dijo: “Ay no es así, a mí me encantan los niños”. Aja, respondí y me voltee.

Cuando terminó su llamada no sabía cómo enmendar su comentario. Nos veía, le decía cosas a Alex… Ya no sabía ni qué hacer. Luego se sintió peor puesto que Alex se porta muy bien, vio tranquilo conmigo una revista del avión y al despegar se tomó su lechita y se durmió todo el vuelo. Finalmente el empresario chic no pudo más con la vergüenza y pidió cambiarse de lugar. Obvio no se sintió mal porque le fascinen los niños, se sintió incomodo porque su imagen fue dañada y una persona que se considera de primer nivel no puede darse ese lujo.

Lo anterior me deja pensando en qué tipo de gente somos en México, donde nos dan “huácala” los niños, nos molestan y nos desagradan sus movimientos y sonidos. Me quedo pensando en que un país que no honra a sus niños tiene como destino hombres y mujeres resentidos con la vida, pues cuando nacemos, lo menos que esperamos es ser bien recibidos, apreciados y respetados y cuando no es así sufrimos una gran decepción.

Sin embargo, en otros países como Inglaterra o Alemania, sucede al contrario. Los niños son considerados personas de primer nivel. Hay señales a su altura, lavamanos, juegos, parques y entretenimiento -sólo para ellos- puesto que les considera como las personas más importantes del país. Se tiene muy presente que los infantes al crecer sembrarán lo que haya en su corazón y esto será el legado para el mundo.

Lo que hay en nuestro corazón es la semilla que sembraron los adultos en nosotros. Si nos honraron, honraremos, si nos respetaron, respetaremos… Algo que leí sobre el Príncipe William quien al ser frecuentemente retratado en cuclillas hablando con su hijo pequeño de dos años, declaró: “Nosotros educamos a nuestros hijos a ser tratados como reyes desde su nacimiento, por ello nos inclinamos a hablar con ellos para hacerles saber que son importantes”.

Al buen entendedor, pocas palabras; si tú quieres que tus hijos sean reyes, trátalos así desde niños; si queremos que México progrese, empieza por honrar a cada niño que tengas a tu alrededor, enséñales que son importantes y valiosos; míralos, escúchalos, respétalos, dedícales tiempo para que su corazón se llene de amor y aprecio que un día sembrará eso mismo que hay en su corazón.