Opinión

Estamos a mano

Por Alejandro Mier


Caminando por la plancha del zócalo, como suele suceder en estas fechas, meditaba acerca de las metas a alcanzar en el año que inicia. Pensaba en aquellas cosas, materiales por supuesto, que habría que lograr, cuando caí en la cuenta de que la vida y yo, estábamos en paz. Mientras más le rascaba, más me convencía de que estábamos a mano, ni yo le debía nada, ni ella a mí. Me sentí muy tranquilo y por primera vez decidí olvidarme de ese repetido deseo de objetivos mundanos y mejor comenzar una feliz lista de lo que poseo, ¿te imaginas que desahogo hacer las pases con la vida y sentirte completo?

Lo primero que me vino a la mente al empezar mi colección de pertenencias, fue la imagen de mi hija que al cumplir un añito, al entrar a casa, me vio, se incorporó como pudo y me regaló sus primeros pasos. Se llama “dos dientes”, bueno no es que ése sea su nombre real, pero así le digo porque con esos dos pequeños gajitos de maíz que le salieron en la boca, enfrenta al mundo con gran bravura. Le sirven para comer, para morderte si atrapa tu dedo y para mostrar esa sonrisa pícara que la hace tan singularmente bella. Eso me dedicó “dos dientes”, su primera faena, fue como ver torear a Manolete en la México, o a la selección conquistando el campeonato mundial contra Brasil.

Qué magia poseen los niños, ¿no crees? Y los otros dos, porque has de saber que tenemos tres niños, todo el día cantando, jugando, sonriendo; llenos de salud y alegría y protegidos por un ángel al que llaman mamá y que no sólo los cuida y les da de comer a ellos, sino con la suerte de que a mí también ¿qué tal? Yo lo único que tengo que hacer es salir a trabajar y lo hago con la fuerza y el ímpetu que inyecta el saber que por la noche me espera la paz, seguridad y amor de ese hogar. Humilde sí, pero sólo mío.

Ya sé lo que estás pensando, uno no debe conformarse con lo que tiene, hay que ir por más, conseguir un mejor empleo. No es que estés mal ni se trata de aflojarle, es simplemente que hay momentos en los que conviene detenernos y voltear atrás; olvidarnos que a nosotros la vida nos recibió en desventaja y con pocas posibilidades, ya ves, yo a duras penas pude terminar la secundaria porque había que chambearle para ayudar a mi mamacita; pero te decía, revisar ese camino para ver lo que hemos hecho, valorarlo y si cabe, ser agradecido. Mira, te lo explico de esta forma, yo veo las pisadas que he dejado y de toda la bola de chamacos que salimos juntos al paseo, unos hoy están muy tristes; otros, y que conste que no son pocos, ya están en el cielo, bueno por lo menos espero que allá arriba y no en el hoyo de abajo; hay también los que hicieron un poco de plata, no digo que no, y claro que eso no está mal, pero depende un poco el enfoque que le des, ¿estás de acuerdo?, imagínate, el último que me topé, estaba tan concentrado en el trabajo que se le había olvidado vivir, o a menos que un millón en el  banco equivalga al beso de un hijo. Hasta hay dos más que duermen tras los barrotes. ¿Ahora comprendes lo que te digo? Tenemos libertad, estamos sanos, no nos falta la comida y teniendo el amor de tu familia, ¿que más puedes querer?

Es más, hasta tú y yo estamos también a mano. Te lo digo en serio, hoy por la tarde que nos vimos en la plaza, yo luego, luego te reconocí. Y es que qué carrazo, qué bárbaro, está precioso, me pregunto que se sentirá pasear en él. Pero, en fin, en cuanto me chiflaste te identifiqué de inmediato. “Ahí está el señor que nos saluda de un chiflido”, pensé. ¿Sabes cuántas veces me has comprado globos y seguro no te acuerdas ni de mi cara? Ni pongas el pretexto de que no me has puesto atención porque siempre andas discutiendo con tu esposa. Acuérdate que hoy venías sólo con tu hijo. Por cierto, cuando le pasaste el gran globo rojo ni él ni tu dijeron palabra ¿qué tampoco te llevas bien con él? Bueno, no me meto en lo que no me importa; y te agradezco la ayuda y el esfuerzo, porque cuando se regaron las monedas de diez pesos sobre tu sillón de piel, evitando voltear a verlas, no vayas a creer que no noté el gran trabajo que te costó introducir la mano en el cenicero hasta rescatar del fondo una más chica. Al depositarla en mi mano, vi en tus ojos esa satisfacción de haberle dado algo a los pobres, porque, ¿a poco no con esa moneda de a cinco te quitaste un gran peso de encima y sientes como si estuvieras ayudando a todos los necesitados de México? Sobre todo ahora que es fin de año y hay que ser compartidos. Estoy seguro que duermes tan tranquilo como yo.

Pues yo ya me voy a casa. Termina un año más. He trabajado hasta el último día y, por fortuna, como te decía, no nos falta nada. Hoy cenaremos todos juntos y cuando estemos en el brindis me repetiré bien convencido, “gracias, vida, ni te debo ni me debes… y estar a mano contigo, no sabes la tranquilidad que me da…”

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