Opinión

El lenguaje de los políticos

Por Ricardo Homs


La insistencia del jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera respecto a que en la Ciudad de México no hay cárteles, es equivalente a lo expresado por las autoridades judiciales del gobierno del Estado de Tamaulipas respecto a la desaparición de la ciudadana española Ma. Del Pilar Garrido Santamans, en el sentido de que no fue un secuestro porque no se ha pedido rescate. Ella fue privada de la libertad… ¿cómo se le llama a eso?.

El jefe de gobierno de la Ciudad de México reconoció que la organización que dirigía “El Ojos” es “amplia, violenta, de cobertura que había rebasado a la delegación Tláhuac”, pero aún así, insiste en decir que no es un cártel. ¿Entonces que es?.

El problema para él es que si reconociese la existencia del cártel de Tláhuac, se confirmaría lo que muchos periodistas han afirmado desde muchos años: que operan varios cárteles en la Cd. De México, manejando un bajo perfil.

En la política mexicana el lenguaje se maquilla con significados que tratan de ocultar verdades incómodas. El manipular los conceptos cambiando el nombre termina siendo un intento infantil de negar una realidad adversa o pretendiendo que, a través de su reinterpretación del hecho, de modo mágico todo se ajuste a sus deseos.

Sin embargo, este un problema enraizado en la idiosincrasia nacional. Poco valor se da a las palabras y por ello los mexicanos hemos creado un metalenguaje no verbal para comunicarnos.

Es un lenguaje anclado en códigos que solo se descifran a través de la intuición y de simbolismos que están anclados en el inconsciente colectivo o imaginario colectivo.

Para saber lo que realmente quiere decir alguien que está en posición incómoda, necesitamos saber interpretar las inflexiones de voz, los gestos, lenguaje corporal y mucha intuición.

Sólo en nuestro país podamos estar diciendo verbalmente algo que en realidad significa lo contrario.

Cuando se va a despedir a alguien de un cargo público por los errores cometidos, seguramente antes su jefe o superior le alabe públicamente, se le reconozcan logros quizá inexistentes y se le de un espaldarazo. Después se anunciará su renuncia que todos interpretaremos como un vergonzoso despido.

Por algo tuvo tanto éxito el programa de TV “El privilegio de mandar”, transmitido en 2005 en el Canal de las Estrellas, donde en tono de comedia aparecía un personaje que parodiaba al vocero del presidente Fox, Rubén Aguilar, quien representaba un sketch que popularizó la frase “lo que Chente quiso decir”.

A través de este sketch el vocero daba una interpretación a alguna frase controvertida de las muchas que acostumbraba decir el presidente Vicente Fox.

La política mexicana generalmente está cargada de simbolismos idiomáticos que deben ser interpretados a través de los códigos locales.

Los mexicanos despreciamos lo que expresamos con palabras y por ello nunca nos comprometemos con lo que decimos.

En México la palabra nunca es contundente y siempre está sujeta a interpretaciones.

Las promesas que expresamos los ciudadanos en la vida diaria generalmente no nos comprometen a su cumplimiento. A lo más que llegan es a expresar una vaga intención de cumplir, no obstante que precisen fechas, por ejemplo.

Cuando alguien tiene una deuda puede estar expresando promesas de pago con fechas, que realmente en el momento que se expresan no tienen la intención de ser cumplidas en los días fijados. El pago se realizará en el momento en que el deudor quiera, o cuando exista una presión que le inspire temor. 

Lo mismo sucede con los horarios para asistir a una fiesta o una reunión de tipo social, o la vaga promesa de vernos con un amigo o conocido con quien nos encontramos de modo casual en algún lugar y para despedirnos de modo amable prometemos buscarnos posteriormente, sin que exista la intención de cumplirlo para ninguna de las dos partes.

Sin embargo, muy grave es que en el ámbito judicial y de impartición de justicia se pueda mentir sin consecuencias, decir a medias la verdad y peor aún dar testimonios falsos que incluso pueden llevar a la cárcel a alguien.

La política en México es el arte de mentir impunemente. Esto sucede con la convicción de parte de quien miente, que su interlocutor, ya sea persona física, grupo de personas o colectividad, de que  no dan crédito a lo que se dice y por tanto, no se considera grave la mentira.

La grave crisis de credibilidad en México, en todos los ámbitos y más aún en el político, se debe a que no se da valor a la palabra.

Por tanto, el reto es dar valor a la palabra castigando la mentira en el ámbito judicial y en el político, con escarmientos que realmente sean temidos por los funcionarios públicos.

¿Usted cómo lo ve?

@homsricardo

Facebook/ RICARDO HOMS

www.ricardohoms.com