Opinión

El Código Esmeralda

Por Rafael C. Zugasti


Se sabe que el mineral de color verde chillante y que es sumamente considerado y valorado en la joyería fina, lleva por apelativo: Esmeralda.

Y es la Esmeralda lo que da sustento y contenido a toda la serie de acusaciones que en el último período de tiempo ha venido confrontando el sentir de todos los Veracruzanos.

Ahora bien, dicha Esmeralda, se ha venido desarrollando bajo un conjunto de símbolos, que la gran de las veces no dicen nada, pero que al ser agrupados producen un lenguaje sumamente entendible para quienes conocen del sistema.

Ello se traduce en un Código, el Código Esmeralda.

A saber, dichos símbolos han estado gravitando en toda la atmósfera de lo público; desde la semana santa pasada, han sido tema de admiración, reclamo, solicitud de justicia, patente de inconsistencias y lo más grave: un claro ejercicio de impunidad.

Quien fue acreedora a tal códice, Esmeralda, entiende muy bien el juego que se está jugando. Conoce el tablero, sabe de los intereses intrínsecos de los jugadores, tiene claro panorama de lo que se hizo, pero ante todo de lo que se avecina; o, mejor dicho, se le avecina en la inmediatez.

Todo ello lo avizora desde la colorida Chalcot Crecent Street; o visitando la histórica Dean Street; quizá bajo la elegancia que encierra Savile Row; o lo bello de Carnaby Street; sin dejar de acudir, para considerar la obra que está viviendo y el drama por venir, a la teatral Shaftesbury Avenue, todo ello en la capital del glamoroso, y extremadamente suntuoso y caro, United Kingdom.

Acompañada por toda su dinastía, hacia arriba y hacia abajo, y los únicos que valen la pena para hacerse acompañar, Esmeralda goza de tranquilidad, de salud, de salubridad, sobretodo financiera; el dote resultó mayúsculo, inmenso, muy merecido en abundancia; en suma, lo tiende a llamar, el destino.

Mientras tanto a 8,941 kilómetros lineales, en una mazmorra, o bueno ahora en dos, se encuentra su excompañero, pasando y pagando hasta lo que no hizo; y su antigua contrincante, aquella que se paseaba por las más concurridas Avenidas del País con el amor de su destino.

Muy satisfecha se encuentra Esmeralda, porque la vida le decretó abundancia y justicia, ahora. No hay mentira que dure, hasta que el amigo del marido no diga la verdad de sus amoríos.

Y eso, ella le agradece a la vida; sólo una cosa basta por aclarar y responder, y ello es: ¿si del mismo lugar donde salió el recurso para los regalos, del amor y la pasión oculta, salieron todos los deseos cumplidos y cumplimentados que en su tiempo y en su momento ella quiso, obtuvo y ordenó?

Sencilla cuestión.