Opinión

Comida para dos

Por Alejandro Mier


Son las cinco treinta de la tarde. Es el día veinte de abril de 1889 y de las entrañas de Klara Ploetz brota uno de los hombres más peligrosos que ha conocido la humanidad.

Al escribir de él, la tinta no cede, no fluye. Y cuando por fin corre, lo hace con toda la intención de pararse de tajo y esparcir una mancha sin forma, espesa, como tanta sangre derramada.

El mundo no debe olvidar. Todos tenemos que recordar la capacidad destructora que puede generar un sólo hombre. De vez en vez hay que revivirla, sin importar el motivo. Mientras más sabemos del enemigo, es más fácil detectarlo, aniquilarlo o por lo menos protegerse de él.

En la historia de la tierra, por fortuna, nos ha visitado una lista muy jugosa de mentes brillantes que en diversos terrenos nos dejaron las piezas clave que hoy nos colocan en este punto de evolución, de desarrollo, de tecnología aplicada en pro del mejor vivir de nuestra especie.

Hablar de ellos seguro valdrá mucho más la pena, sin embargo, a veces, empecinado en encontrar la respuesta a algo que quizá no la tiene, es sano analizar también la vida de aquellos que han atentado contra el ser humano provocando grandes caos a nivel mundial.

No importa si no lo terminamos de entender. Si no lo justificamos. Si no perdonamos tal derroche de infamia. No importa.

Lo que no podemos dejar de hacer es estudiar los motivos. Buscar los porqués. Y repasar el turbio entorno que alimenta el odio y ello, como ya todos sabemos, nace en el núcleo de la vida, de la sociedad: la familia.

Así pues, el repaso de sus relaciones evidencian cierta parte de su comportamiento que, al correr de los años, con gran velocidad maduraron, -o perturbaron, si usted lo prefiere-, en una enferma mente asesina que de tan sólo mencionar su nombre, aterroriza: Adolfo Hitler.

Para empezar, ni siquiera nació en Alemania. Su pueblo natal es Braunau am Inn, en Austria. Su apellido legítimo tampoco es Hitler, sino Hiedler. Se ve en la necesidad de cambiarlo para maquillar lo que para él era vergonzoso: su abuelo fue judío.

El padre es un hombre en extremo duro y lo amenaza constantemente con la castración. Hitler desarrolla un gran odio hacía él, entre otros varios motivos, porque se cree que presenciaba a sus padres mientras sostenían relaciones sexuales.

De esta manera, vuelca su amor en torno a su madre pero muchas características de su conducta denotan deseos incestuosos motivados por el hecho de que Klara le dio leche materna por más del tiempo debido.

 

Freud lo calificaba de homosexual y sadomasoquista. Erick Fromm, le diagnosticó un caso clínico de necrofilia ya que gozaba con humillar, vejar, matar o destruir.

Con sus hermanos la suerte fue muy similar. Edmund, el menor, fallece en 1900 y al único hermano que le queda, Alois, su padre lo echa de la casa.

Al morir su madre, un 21 de diciembre, deja una profunda huella en él y le crea una gran animadversión por la navidad.

Este es el retrato de la familia del hombre que regularmente era callado y que se distinguió por ser un excelente orador, manipulador de masas y cuidadoso de su imagen personal. El que se interesó por los estudios de la historia, de la sicología de masas y de la conducta humana. El personaje que enloquecía de pasión con la música de Wagner. Gustaba de la pintura y era vegetariano. Jamás tomaba, pero una de las únicas veces que lo hizo en su juventud, después de defecar, se limpió con el certificado escolar. Así eran sus conductas.

Detrás de ese rostro amargo, de roca; del ridículo peinado; del bigotito caricaturesco, encontramos a un hombre que carece de un testículo, motivo de severas frustraciones sexuales en su juventud.

Evade la responsabilidad de presentarse en el servicio militar, sin embargo, por el amor que le tiene a Alemania, se enlista en el ejército llevando una carrera muy activa en la que lo condecoran con reconocimientos y medallas al valor. En una batalla lo alcanza un tiro en el muslo y un ataque enemigo con proyectiles de gas le produce ceguera temporal.

Más adelante, realiza un golpe de estado y en el enfrentamiento con la policía resulta con fractura de clavícula y luxaciones. Es detenido y lo llevan a Landsberg donde lo confinan en la celda número siete, lugar desde el que escribe su autobiografía “Mi lucha”.

Al salir del cautiverio, se pone al frente del partido nacionalsocialista y con la esvástica como bandera, se dan las condiciones ideales para que su carrera política crezca de manera vertiginosa y en muy poco tiempo llega al poder tan deseado el cual planeo perfectamente en sus días de encierro.

La guerra y la cárcel lo habían cambiado. La persona tímida y débil quedaba atrás para abrir paso al hombre decidido y de sangre fría.

Él mismo escribe sus discursos en los que hace referencias a la Biblia y retoma su ritmo y lenguaje. La gran facilidad y talento que tiene para la oratoria se hacen patentes y es Goebbels quien se encarga de retransmitirlos a todo el país.

Con una autoridad omnipotente, el fuhrer está facultado para comenzar con las atrocidades.

En 1933, inicia el ataque contra los judíos y en la “noche de cristal” asesina a más de cien, quema cerca de ocho mil negocios, destruye un sinnúmero de hogares y se lleva a alrededor de treinta mil judíos a los campos de concentración.

En 1935 pone en práctica la eutanasia a gran escala y acaba con la vida de los enfermos mentales a quienes también utilizaba para practicar inhumanos experimentos.

 

En 1939, los niños son los primeros en pasar por los laboratorios alemanes y los asesina con inyecciones de morfina, escapolomina o luminal.

Los enfermos mentales de edad adulta eran victimados de un tiro en la cabeza, pero en 1940 abre una nueva modalidad: las cámaras de gas, en las que de inicio da muerte a más de setenta mil personas por estar incapacitadas para trabajar. También aniquila a veinte mil psicópatas prisioneros con los que experimentaba de forma atroz el Dr. Joseph Mengele.

Ya con la segunda guerra mundial encima, al atacar Polonia, ordena exterminar cierta clase de polacos: maestros, sacerdotes, oficiales y nobles.

Esteriliza a más de trescientos cincuenta mil negros. Aquellos blancos que eran hijos de padre o madre negra, no son la excepción.

Para el verano de 1944 la situación ya no le favorece. Churchill y Roosevelt bombardean Alemania día y noche. El fuhrer es testigo de cómo se desmorona el tercer reich; es víctima de terribles dolores de cabeza, tiene el mal de Parkinson y su segundo al mando, el General Goering, da testimonio de sus accesos de demencia.

Hitler ya siente la derrota y en un acto desesperado destruye sus propias fábricas, empresas y vías de comunicación. Casi como despedida, manda a doscientos pilotos de la muerte para estrellarse contra los bombarderos enemigos.

Son las tres de la tarde. Ante la derrota de la guerra y la traición de sus hombres, en un estado depresivo muy severo, Adolfo Hitler decide quitarse la vida. En el último momento le nace un sentimiento de agradecimiento por las horas compartidas a su incondicional pareja, Eva Braun, y se casa en privado con ella. Acto seguido, la lleva a una eterna luna de miel muy a su estilo, tragando ambos pastillas de cianuro. Él todavía se da un tiro en la sien. Tras su muerte, deja la orden de que sus cuerpos sean calcinados.

Los cadáveres son hallados, irreconocibles, completamente calcinados.

La noticia es recibida con gran júbilo por el mundo entero. Alemania ha sido derrotada y Hitler muerto.

Pocos años después, se corre el rumor de que Eva Braun camina placenteramente por las calles de Argentina, probablemente en busca de comida, para dos.

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