Opinión

La Autotrascendencia

Por Roberto Matosas


Trascender consiste en ir más allá, en cruzar una frontera. No ésta o aquélla, sino cualquier frontera que se vislumbre en el propio caminar. Consiste en no contentarse con lo que se es, con lo que se tiene, con lo que se sabe. Es esta voluntad indómita de no conformarse con lo que se conoce. Es la pasión por indagar lo que está más allá de límite, lo que se esconde más allá de lo que conocemos. El trascender expresa una carencia, pero también una esperanza.

La capacidad de trascendencia es un poder de la inteligencia espiritual que faculta al ser humano para moverse hacia lo que no conoce, para ir hacia lo que no tiene, para penetrar en el territorio de lo desconocido. Lo contrario es la instalación en el lugar donde se está, en el estadio que se conoce.

Más allá del significado religioso de la palabra trascedencia, la capacidad de trascender no es algo que acontece sólo en personas religiosas, sino políticamente en todo ser humano, pues todo ser humano aspira a superar un límite, a cruzar un umbral, a introducirse en un terreno desconocido.

Esta capacidad está particularmente presente en el explorador que indaga terrenos desconocidos, en el científico que no se contenta con lo que sabe y elabora nuevas hipótesis de trabajo, en el artista que no se conforma con lo que ha creado y busca nuevas expresiones de la belleza, en el atleta que aspira a superar su última marca, sus límites, aunque no sabe si será capaz de ello.

El desenvolvimiento creativo de la inteligencia espiritual permite trascender. Por autotrascendencia entendemos la capacidad de expandir el yo más allá de los confines comuna de la experiencias vitales y cotidiana, nos referimos a la capacidad de abrirse a nuevas perspectivas desde criterios distintos a la lógica racional. No es la voluntad de colonizar, sino el deseo de superación.

Trascender significa, de algún modo, despojarse de lo banal, de lo previsible, de lo contingente y necesario para ahondar en lo esencial. (Fuente: Del excelente Francesc Torralba, en su libro ¡Inteligencia Espiritual!)