Opinión

Que mal comentario

Por Ramón de la Peña


Que mal comentario le escuche a un funcionario público mexicano (El secretario del trabajo) en un programa televisivo de noticias, en el cual destacó que la diferencia de los salarios entre los empleados de México, Estados Unidos y Canadá se debe a que los mexicanos no estamos lo suficientemente capacitados y por eso nuestros bajos salarios.

Esto implicaría que el sistema educativo que tenemos en nuestro país es deficiente, que los mexicanos somos menos listos que los residentes en esos dos países. En lo cual yo no estoy de acuerdo, si no, basta ver el número importante de mexicanos educados en nuestras universidades que trabajan en esos dos países.

Después les pregunte a un grupo de colegas y amigos sobre esta respuesta del funcionario mexicano, recibí un buen número de mensajes mostrando su desagrado con esta respuesta, uno de ellos me comento: "Lo que sucede es que casi todos los "funcionarios públicos" que hay en nuestro país, no tienen el conocimiento para dar estas respuestas tan difíciles, porque con seguridad no saben cuánto gana un trabajador ni cuánto gasta en su familia. Estos "funcionarios" viven en otro mundo, y su desconocimiento es tan grande, que no saben que muchos de nuestros trabajadores, en todos los niveles, están debidamente capacitados para desarrollar las tareas más difíciles y delicadas en cualquier trabajo"

Pero sobre todo me recordaron dos mensajes que escribí hace tiempo, en ellos destacaba que lo peor que puede hacer un mexicano es hablar mal de nuestro país y sobre todo estando fuera del país o platicando con extranjeros. En el primer mensaje les comentaba un texto de Gibrán Jalil Gibrán en el cual el autor destaca un mensaje muy importante que los mexicanos deberíamos de tomar muy en cuenta. Dice Gibrán: "Cierta noche, un hombre viajaba a caballo hacia el mar; llegó a descansar a una posada; desmontó y, confiado de los hombres y de la noche, como todos los jinetes que van al mar, ató su caballo a un árbol y entró a la posada. Durante la noche, mientras todos dormían, un ladrón llegó y se llevó el caballo; al amanecer, el jinete descubrió el robo y se afligió por la pérdida de su caballo. En ese momento sus compañeros de posada lo rodearon y comentaron: A quién se le ocurre amarrar el caballo fuera del establo; Más tonto aún, por no haberle atado los pies al caballo; Además, es estúpido ir hacia el mar a caballo; Solamente los lentos y perezosos usan caballos. Asombrado el viajero de todo lo que había escuchado, dijo: Amigos míos, porque mi caballo fue robado señalan todas mis faltas y defectos. Pero es extraño que ni una sola palabra de reproche se haya dicho en contra del ladrón".

En el segundo mensaje destacaba la excelente lección que recibimos un grupo de personas que habíamos ido a San Antonio, Texas, invitados por la Cámara México-Norteamericana de Comercio para hacer promoción de Nuevo León. Después de revisar la agenda de la reunión preparatoria de la visita, pasamos a platicar de varias cosas, incluido nuestro deporte nacional: Hablar mal de México, de sus dirigentes y de lo que aquí sucede. Pronto se empezó a hablar mal de nuestra economía, de nuestro desarrollo, de la corrupción, de la falta de calidad de los productos y servicios de los mexicanos, del alto costo de los servicios públicos y de los combustibles, y así continuamos hasta que José, nuestro anfitrión, nos interrumpió para resaltar lo que él consideraba muy mal de nuestra conversación: "Por favor, señores, si siguen hablando mal de México nadie querrá hacer negocios con ustedes en Estados Unidos; y para terminar su regaño nos dijo: Parece que ustedes no quieren a su país".

Estimado lector, México es nuestro país, es nuestra tierra, es el país en el que nos tocó nacer y vivir y nuestra obligación es quererlo ante todo, cuidarlo y mejorarlo día a día. Esto no quiere decir que debamos esconder nuestros defectos; sin duda, son nuestros y nosotros debemos de hacer todo lo posible por eliminarlos.