Opinión

El mundo virtual es el paraíso del engaño, de la ficción, de la mentira

Por Roberto Matosas


"El mundo virtual es el paraíso del engaño, de la ficción, de la mentira"…  Alejandro Navas García

MADRID.- Nacido en 1952, el profesor Alejandro Navas García se ha pasado las últimas cuatro décadas estudiando los efectos de la comunicación en los hábitos sociales y su evolución al ritmo del desarrollo tecnológico. "Hoy pasamos más tiempo en un mundo virtual que en el real", asegura, con el impacto y la presencia de las redes sociales y de las pantallas movibles, sostiene. "Si a eso sumamos la evolución en el modo de ver televisión y el consumo en alza de series y de contenidos a la carta, se llega a una persona hipercomunicada, pero, a la vez, aislada", describe durante una larga conversación con LA NACION. "Las redes sociales son una gran herramienta. Pero usadas sin criterio empobrecen el carácter y llevan a que se busque refugio en un mundo virtual", previene. Habla también de las patologías y adicciones que este uso genera y que ya son parte de los manuales de diagnóstico en psiquiatría.

-¿En qué cambiaron nuestras formas de socialización con las redes sociales?

-Las personas pasan más tiempo en un mundo o en una sociedad virtual y menos tiempo en el mundo o la sociedad reales.

-Y eso ¿qué efectos tiene?

-Muchos. Algunos no han terminado de medirse. Los contactos cara a cara son cada vez menores y de modo creciente se interactúa con los demás a través de las redes. Se llega a considerar el contacto personal como intrusivo.

-¿Por ejemplo?

-Esto se aprecia, sobre todo, en los más jóvenes. Prefieren los mensajes a hablar por teléfono. No se ven cara a cara ni se escuchan de modo directo.

-¿Por qué?

-Porque el cara a cara compromete. Expone a lo que venga: una negativa, un desaire. Con un mensaje de WhatsApp, el riesgo es menor. El mensaje se envía y el otro ya verá cuándo lo mira y qué responde. Las redes sociales empobrecen el cara a cara y nos refugiamos en lo virtual.

-¿Nos estamos convirtiendo en una especie de huraños comunicados?

-Sí y no. Porque una necesidad básica de todo ser humano es ser uno más, sentirse acogido, querido, recibido. Es un sentimiento básico y universal. Por lo general, el ser humano está dispuesto a flexibilizar principios con tal de ser uno más en el grupo. Lo decía el clásico español Baltasar Gracián en uno de sus agudos aforismos: "Antes loco con todos que cuerdo a solas". Esto se ve especialmente en la dependencia de las redes sociales. En el síndrome que hace vivir pendiente de los likes, de los "me gusta". Para los adolescentes, especialmente, no recibir ese tipo de feedback puede ser agobiante. Surgen sentimientos de rechazo, de discriminación.

-Es casi una contradicción. Por un lado, se privilegia el contacto virtual. Por el otro, hay síndrome de rechazo si el calor humano no llega.

-Es que en el fondo lo que ocurre es siempre lo mismo. El hombre no funciona si no es en sociedad. No es viable como ser aislado. Lo complejo es cuando el torrente de afecto y de aprobación llega a través de las redes sociales como fuente primordial. Con clics y likes se puede pensar que se cuenta con cientos, miles de seguidores. Pero, en el fondo, ese tipo de contacto es pobre y no se compara con la riqueza del cara a cara.

-¿Qué es lo pobre de lo virtual?

-Todo lo que se pierde y todo lo que se inventa y se miente. Se pierde todo lo del cara a cara: el lenguaje corporal, los gestos, los matices. Además, el mundo virtual es el paraíso del engaño, de la mentira, de la ficción. El mundo en el que se pueden camuflar los errores o defectos e inventar fácilmente una identidad falsa. Es una lógica un poco perversa. El hombre necesita a los demás para que lo aprueben, pero en el mundo virtual esa aprobación es endeble, frágil, provisional y basada en cierta mentira.

-Días atrás, un informe aseguraba que estamos creando una generación de autómatas. De gente que vive pendiente del teléfono, de la pantalla. ¿Es así?

-Hay inquietud creciente. La psiquiatría habla de nuevas patologías y adicciones; algo que se aprecia por el simple hecho de no poder ir a la cama sin una pantalla. En los Estados Unidos, los estudios muestran que, entre estudiantes, las consultas al móvil llegan a 200 por día. Una cada tres o cuatro minutos y, con frecuencia, se trata de una relación multitasking, porque, al mismo tiempo, se está escuchando música y viendo un canal de YouTube. O se está chateando. Es un mundo de estímulos que dispersa la atención. Uno de los efectos es lo que cuesta a los estudiantes concentrarse en un texto. Se les hace difícil aislarse de otros estímulos y leer.

-Una enorme carencia...

-Se calcula que, al acabar la secundaria, un adolescente occidental pasó 10.000 horas en el aula y entre 12.000 y 13.000 ante la pantalla. Una tendencia que se vuelve compulsión y que se agudiza con la llegada de las pantallas móviles, que intensifican esa relación. Hoy la estadística muestra que las PC se venden menos mientras aumenta la circulación de smartphones, que promueven esa mayor relación.

-¿Una vida centrada en la pantalla?

-Son tics difícilmente erradicables que dificultan ver el mundo real. Días atrás leía cómo eso afecta lo que se llama "la confianza inicial" del recién nacido. Un sentimiento que depende de la atención de su madre. Pero si esa madre tiene en un brazo al bebé y en la mano del otro la pantalla, que no es algo tan inusual, esa atención, esa mirada total, se pierde y eso es crucial para el desarrollo del niño. Es curioso, pero hace poco tuve la misma experiencia en una plaza de Pamplona. Un padre hamacaba con una mano a su hija en el columpio y en la otra mano miraba su pantalla. La niña protestó y le pidió que subiera con él. Lo que la pequeña buscaba era la atención completa del padre. Algo cada vez más difícil en un mundo de pantallas omnipresentes. Temo que los niños de padres que miran pantallas criarán bebés con graves carencias.

-¿Hay algún estudio revelador de rasgos específicos de conducta en la llamada "generación smartphone" o es aún muy prematuro?

-Es todavía prematuro. Hay sí muchos estudios sobre el impacto de las pantallas. Si uno mira la literatura médica, por ejemplo, una publicación mensual clásica, como The Archives of Pediatrics, no hay número que no incluya un estudio de campo sobre la cuestión.

-¿Tema obligado?

-Se impone, pero no se sabe muy bien cómo lidiar con él. En los Estados Unidos, el 68% de los niños de entre 8 y 18 años tienen pantalla en su habitación. En España, lo tiene el 40%. Es una relación intensa, temprana e incontrolada. Los efectos son cotidianos. Hace poco se comprobó que en España el 15% de los niños en edad escolar llegaban a clase sin desayunar porque se quedaban viendo una serie japonesa de dibujos animados. Encima, sabemos que esa relación estrecha lleva al sedentarismo y a la comida chatarra. Se trata de personas que desarrollan menos vocabulario, con menos lectura, a las que les suele ir peor en los estudios y que desarrollan problemas oftalmológicos y neurológicos específicos. Todo eso sin contar lo que se define como "costo de oportunidad", es decir, todo lo que deja de hacerse cuando se está miles de horas ante la pantalla. La psiquiatría ya tiene detectadas las carencias que eso suscita, como los nuevos síndromes y adicciones derivadas. Los manuales de diagnóstico ya se plantean incorporarlos en su repertorio de patologías.

-¿Cómo impacta en ese mundo de redes la creciente oferta de series y la adicción que despiertan? ¿Se llega a generar una realidad paralela a la real?

-En esto me gusta recordar al alemán Marcel Reich-Ranicki, para quien las pantallas "hacen más listos a los listos y más tontos a los tontos". Usar las pantallas con criterio resulta una maravilla. Un mundo fabuloso. Pero, según estamos viendo, temo que ese criterio de utilización sea solo de una minoría.

-¿Está cambiando el modo de ver televisión?

-Sin duda. Para empezar, cambia el soporte material. Se usa menos el televisor clásico y más la pantalla móvil. Se suma que Internet lleva a la inmediatez. En el mundo de la publicidad ya se sabe que al espectador se le hace difícil soportar un video de más de 30 segundos, algo más largo se le hace aburrido. La inmediatez tiene que ver con las series. O, mejor dicho, con los atracones de series. El efecto es el mismo: esperar una semana por el siguiente episodio es una desmesura. De allí ese consumo de paquetes de ocho, diez, doce, catorce episodios seguidos. Atracones monumentales, con los efectos consabidos.

-¿Viviremos pegados a la pantalla?

-La editorial SM acaba de publicar su reconocido barómetro sobre juventud española. Muestra que la nueva tendencia entre los jóvenes es salir menos de noche. Prefieren muchas veces quedarse en casa viendo Netflix o alguna opción por el estilo. Lo que parecía una conquista de la mayoría de edad ha dejado de serlo. Es una tendencia que también se da entre adultos.

-¿Hipnotizados por la pantalla?

-El hombre siempre ha buscado espectáculo. Los asuntos que más lo atraen son el sexo y la violencia; la vida y la muerte. Son los dos grandes temas de todos los formatos: teatro, cine, televisión y, ahora, en el mundo de las pantallas portátiles. El problema es cuando ese mundo se incorpora tanto que lo virtual y lo real se confunden. Hace poco, una encuesta en los Estados Unidos revelaba el enojo del público por esa diferencia entre lo que muestra la pantalla y su mundo real. Refleja una patología entre quienes pasan tantas horas en el mundo virtual y empiezan a vivirlo como si fuera la realidad.

Fuente: LA NACION, Buenos Aires, Silvia Pisani   22 de enero de 2018