Opinión

Buenas costumbres

Por Alejandro Mier


Fausto hacía un gran esfuerzo por disimular que la rutina de la caminadora lo tenía agotado y es que, en los aparatos contiguos, Magdalena trabajaba los músculos de pierna y cadera y, cada tanto, cruzaban miradas. El juego de imágenes que reflejaban los espejos era por demás incitador. Sobre todo, cuando Magdalena se recostaba boca abajo y levantaba primero una pierna, luego la otra, en un perfecto vaivén de sensualidad; en esa posición él podía observarla a placer sin ser descubierto. Le encantaba Magdalena, tan joven y refinada; sus ajustados pants blancos con esa impresionante tela strech que hacía tan apetecible cada una de sus abultadas curvas, con los eternos audífonos que se enredaban entre sus rizos de sombras.

Aprovechando que estaban por cerrar el gimnasio y ya prácticamente se encontraban solos, Fausto tramaba toda una charla para abordarla, sin embargo, no tuvo que echar mano de ella porque en cuanto la saludó, Magdalena no paró de hablar. Increíble, era la sonrisa más pronta que conociera Fausto y aunque con cierto nerviosismo, también terminó por aceptar la invitación a cenar.

“Mon Chérie” era el restaurante más caro de la ciudad. Eso ayudaría a consumar la conquista.

–¿Qué gustas tomar, Magda??

–Coca de dieta, por favor.?

–Ándale, acompáñame con una copita...?

–Ay no, Fausto. No estoy acostumbrada a beber, me mareo muy fácil.

–Que tiene... bueno, aunque sea una cervecita, ¿sale?

–Bueno...

El mesero, que esperaba paciente la orden, se asombró cuando Fausto le pidió una Bohemia; no era necesario ser Sommelier para saber que la Bohemia era una cerveza fuerte.

Muy pronto, Magda era puras risas; al principio se reía de la plática de Fausto, después, hasta sola. Fausto no se cansaba de repetirle lo hábil que era en su negocio: yo mismo diseñé el software del inventario de la tienda, es muy minucioso, a mí nadie me roba ni mucho menos me engaña, ¿qué te parece?, le decía. Magdalena lo miraba divertida y abría los ojos en señal de asombro, sobre todo cuando mencionó que manejaba más de dos millones al mes, “en puro efectivo”.

Magda se disculpó para ir al tocador y Fausto aprovechó para cambiarle la cerveza.

–¿Otra? –cuestionó al regresar.?

–Ay, no pasa nada.?

–No sé si podré, –respondió divertida.?

Breves minutos después, ante las imparables carcajadas de Magdalena, Fausto ya celebraba su triunfo, sólo faltaba la estocada final.

–Fausto, te lo advertí... estoy mareada.?

–Pronto se te pasará, pero ¿no preferirías que te llevara a un lugar más tranquilo? Así no puedes llegar a tu casa.?

–¿En verdad existe un lugar en el mundo más tranquilo que éste? –respondió Magdalena nuevamente riendo. Y tenía toda la razón. El enorme salón estaba vacío. Fausto continuó con su labor de convencimiento sin saber que la mente de Magdalena deambulaba a años luz de distancia, disfrutando cada nota del concierto para piano No. 3 en Re menor de Rachmaninoff, que por increíble que parezca, el pianista interpretaba con pulcritud. Amaba a Rachmaninoff, pero mencionarlo en esas circunstancias estaría totalmente fuera de lugar. Al concluir la melodía, Magda intentó ponerse de pie, pero trastabilló. Fausto la tomó del brazo y ella entonces dijo las palabras mágicas: creo que tienes razón, una escala antes de casa no estaría mal.?Ya en el hotel, Fausto entró al baño y al salir, Magda se había quedado dormida en la posición más sexy que pudiera existir, la blusa semi abierta, tras un fino sostén, dejaba ver gran parte del grácil busto; por sobre el pantalón, afianzado a su cintura, una minúscula línea rosa, prometía una inolvidable tanga.

Fausto se sintió el tipo más afortunado del mundo, semejante pastel para él solito y en tan perfecto estado. Magda balbuceaba palabras sin sentido y, de vez en vez, se reía. La desnudó, la besó donde nunca jamás mujer alguna, mucho menos la santurrona de su esposa, se lo había permitido. Le hizo lo que le vino en gana. Fue un títere que le inspiró sus más infames instintos y vaya que los sació hasta quedar exhausto, tumbado a su lado. Cerca de media hora después, Magda reaccionó, tomó su ropa y como si no hubiera pasado nada, se vistió y le pidió que la llevara a su casa. En el corto trayecto, ninguno de los dos mencionó absolutamente nada.

Al día siguiente, Fausto despertó feliz, radiante, rejuvenecido. Aunque no tenía nada relevante que hacer, se puso el traje que reservaba para las juntas con el Gobernador y rociándose su perfume más caro, se dirigió al auto sólo que, en la puerta de su casa, se encontró un extraño sobre amarillo, a su nombre. Extrajo un dvd el cual miró de inmediato: los actores, él en el papel estelar haciendo lo que un juez seguramente condenaría como un abuso total ya que la flacidez del cuerpo desnudo de Magdalena mostraba a una dama inerte, indefensa. Era la encarnación de la bestial lujuria humana, testificada en video. La cantidad por poder conservarla para su archivo personal, dos millones de pesos... ¡Perra maldita!

Nena –escribió Fausto en la nota que depositaría en el lugar señalado–, no cabe duda que eres muy buena en tu trabajo. Por ello y por la deliciosa noche que me hiciste pasar, te anexo un sobre con cincuenta mil pesos.

Dos millones se me hicieron pocos, así es que decidí duplicar la suma sólo que, si no te importa, lo invertiré de una manera más interesante, ¿sí te comenté que soy muy bueno para los negocios, verdad? Verás preciosa, resulta que lo de mi tienda es pura pantalla, en realidad me dedico a algo que estás muy muy lejos de siquiera imaginar y mucho menos te gustaría saber; mis socios son gente muy delicada, se molestan con facilidad y, al igual que a ti, les gusta mucho el dinero, por lo que acabo de mandarles una foto tuya con una oferta de cuatro millones de pesos por tu cabeza... claro, eso sólo en caso de que ese video llegara a manos de mi esposa o de cualquier otra persona. Al pie, figuraban las iniciales de Fausto.

La velada fue encantadora, no debiste haberte molestado con el sobre anexo... de cualquier manera, muchas gracias, decía la perfumada nota que acompañaba al video original de la pareja.

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