Opinión

¿Estamos condenados a cumplir nuestras expectativas? El reto de la sana ambición

Por Roberto Matosas


Conviene que diferenciemos entre desempeño y potencial, entre presente y futuro, porque apenas un 4% de quienes lo están haciendo excelentemente en un determinado puesto lo harán bien en el siguiente. El desempeño suele ser un pésimo algoritmo del potencial, como hemos visto miles de veces: excelentes comerciales que no funcionan dirigiendo equipos de ventas, investigadores que no saben/quieren/pueden gestionar, maravillosos técnicos que fracasan como directivos.

Y es que el desempeño suele estar, para bien o para mal, a la altura de las expectativas propias y ajenas. En el mundo de la gestión empresarial se suele hablar de “efecto Pigmalion” y “efecto Wallenda”.

Pigmalión, es un personaje de la mitología griega (rey de Chipre, escultor enamorado de Afrodita, según la ‘Metamorfosis’ de Ovidio) que hizo una estatua de la diosa a tamaño natural; Afrodita, la belleza, se apiadó de él y en la estatua se hizo carne. Robert Rosenthal y Lenore Jacobson utilizaron este mito para comprobar el “efecto Pigmalion” en el aula en los 60 (si a los profesores se les prejuzgaba con el Talento de unos niños y la falta de Talento de otros, al final del curso escolar ambos colectivos cumplían las expectativas iniciales). Lauren Rivera ha publicado en 2016 un libro que lleva por título ‘Pedigree. How elite students choose elite jobs’ (Pedigrí. Cómo los estudiantes de élite eligen empleos de élite’): está comprobado que ciertos padres ayudan a sus hijos a entrar en las mejores empresas (multinacionales, firmas de consultoría, banca de inversión, bufetes de abogados) porque son conscientes del impacto en sus carreras profesionales. Y les preparan para ello concienzudamente.

Warren Bennis, el padre científico del Liderazgo, nos enseñó el “factor Wallenda”, la correlación entre autoconfianza y resultados. Karl Wallenda (1905-1978) era un equilibrista de origen alemán (de Magdeburgo), patriarca de una dinastía (los “Wallenda voladores”) que falleció en un accidente al tratar de pasar sobre el alambre entre dos rascacielos (el Condado Plaza Hotel) en San Juan de Puerto Rico. Un fuerte viento le hizo precipitarse al vacío; un accidente mortal. El profesor Bennis entrevistó a su viuda tiempo después; durante toda su carrera profesional (que empezó a los 6 años), Karl insistía en su “amor por el alambre”, su vocación, lo que disfrutaba preparando sus espectáculos y dándoles vida. Al final, se preocupaba de los riesgos, de que se podía caer. Seis de sus bisnietos (entre ellos, Nik Wallenda) siguen actuando como equilibristas. El “factor Wallenda” nos enseña que “si crees que te vas a caer, te caes”. Poner el foco en no perder significa perder. En dos de mis películas favoritas, ‘All That Jazz’ (1979) y ‘Rounders’ (1998) se cita la mítica frase de papá Wallenda: “La vida es estar sobre el alambre; el resto es esperar” (Life is on the wire; the rest is just waiting).

El potencial depende de nuestra predisposición (que no es genética, sino bioquímica: lo que nos da placer en forma de endorfinas, adrenalina, testosterona y oxitocina, y lo que nos lo quita al segregar cortisol). Por ello, hemos de atender a los “descarriladores” (derailers) como la falta de ambición, la falta de pensamiento conceptual, etc. Me sigue sorprendiendo que la mayor parte de las empresas prefieran “opiniones subjetivas” (más baratas, nada científicas) sobre su talento, especialmente sobre su talento directivo, en lugar de una valoración objetiva de su Liderazgo. Por ejemplo, Hogan ha estimado (con una base de datos de millones de profesionales) que los tres principales descarriladores entre los ejecutivos son: ser excitables, excesivamente cautelosos y traviesos.

Para aprovechar convenientemente el potencial, el clásico modelo de aprendizaje de consciencia y competencia.

La consciencia es darnos cuenta de nuestras fortalezas y oportunidades de mejora, el “conócete a ti mismo” del Oráculo de Delfos. Aportar tus puntos fuertes y encontrar en el equipo (desde un buen tándem a un quinteto ganador) quien te complemente. Recordemos que el otro principio clásico era “Nada en exceso”: el equilibrio, la justa medida.

La competencia no es lo que decimos sino lo que hacemos. Thomas Chamorro-Premuzic insiste en la incoherencia entre nuestros pensamientos y lo realmente logrado: en un extremo, la soberbia (más masculina que femenina) y de otro, la humildad mal entendida. “Lo que haces habla tan alto que no me deja escuchar lo que dices” (Oliver Wendell Holmes).

Tenemos que ser conscientes de nuestra incompetencia, para trabajarla y llevarla hacia una competencia inconsciente, natural. El 80% de los mortales cae en el “efecto Dunning-Kruger”, el sesgo cognitivo, el sentimiento ilusorio de creernos más competentes que las personas más preparadas. O, como suele decirse, “¡qué atrevida es la ignorancia!” Lo que no sabe se lo inventa.

El verano es un gran momento para conocernos mejor a nosotr@s mism@s, para elevar nuestra consciencia y, desde la Learnability (Aprendibilidad) marcarnos un plan de acción para seguir apreciando nuestro Talento.

Mi agradecimiento a quienes tanto nos enseñan, consciente o inconscientemente, sobre la vida.

Fuente: Juan Carlos Cubeiro, Hablemos de Talento, agosto 3.2018