Opinión

La ilegalidad

Por Ramón de la Peña


"¿Qué tanto comercio ambulante cree que existe en la Ciudad de México?", me preguntó hace tiempo mi asesor de Santa Catarina, Katchumo. Yo le dije, leí un reportaje que mencionaba que se estima que existen cerca de 550 mil puesteros que invaden las calles, principalmente del centro de la Ciudad de México. En cada uno de estos lugares de comercio informal deben de trabajar entre dos y tres personas, lo que hace entonces que el número de gente que trabaja en este tipo de sistema comercial sea del orden de un millón a un millón y medio de personas. En el mismo reportaje se mencionaba que las ventas estimadas por este sistema de comercio informal son del orden de los 40 mil millones de pesos. En otro reportaje se menciona que, a nivel nacional, este sistema de comercio informal le da trabajo al 26.7 por ciento de la población que trabaja en nuestro país.

Para mi es claro estimado lector que el respeto a las reglas de juego, el respeto a normas, principios y reglamentos, es una característica esencial del desarrollo familiar y comunitario armónico. Las normas estructuran la convivencia. Por ejemplo, pagar impuestos es la manera de participar y hacer uso del bien común. Así, al pagar nuestros impuestos no le estamos regalando nada al Gobierno; este pago lo debemos ver como un pago por los servicios que recibimos o deberíamos de recibir: educación, seguridad, justicia, servicios de recolección de basura, etc.

Desde luego, esta norma es un camino de dos vías, por un lado la del que paga impuestos y por otro lado la de los servidores públicos responsables de ofrecer un servicio de calidad, relevante y pertinente en forma y tiempo.

"Pero pronto empieza a aparecer la ilegalidad de nuevo", advierte Katchumo, "pues hasta en el pago de impuestos empieza a aparecer la ilegalidad cuando el Estado termina premiando con descuentos a los morosos, no respetando a los que pagamos puntualmente nuestros impuestos. ¿Y qué pero me le pone a los comerciantes que adulteran pesos, medidas y mezclas de productos en sus comercios, en sus antros, en sus restaurantes? Desde luego esta misma ilegalidad aparece cuando las personas usan "diablitos" para no pagar la luz, o cuando se apoderan de una propiedad que no es de ellos, y muchas veces usando el argumento de la pobreza: "Como soy pobre tengo el derecho de tener y usar un carro chueco, como soy pobre mi única alternativa de tener un terreno es apoderándome de él, como soy pobre tengo derecho a apoderarme de un pedazo de calle comunitaria para poner mi comercio informal"

Esta cultura de la ilegalidad implica también una degradación de normas, leyes, reglamentos y valores a tal punto que muchas veces no sabemos lo que está bien y lo que está mal. En 1996, el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM realizó un estudio sobre los mexicanos de los 90 y en él se destacan varios datos importantes relacionados con la visión del mexicano con la ilegalidad: el 22 por ciento de los entrevistados acepta abiertamente que están dispuestos a dar dinero para ahorrar tiempo en la realización de algún trámite gubernamental; curiosamente, este porcentaje aumentaba a medida que lo hacía la escolaridad de los entrevistados, llegando a niveles del 55 por ciento entre quienes tienen nivel universitario.

¿Pero entonces qué podemos hacer? Necesitamos rescatar y hacer nuestros aquellos principios esenciales de lo que debería de ser nuestro contrato social, contrato que aparece en nuestra Constitución, en nuestras leyes y reglamentos, en nuestros principios y creencias religiosas, en nuestros principios y normas morales. Yo le recuerdo que en ninguna de ellas está permitida la ilegalidad, el soborno, la corrupción, la impunidad, el apropiarme de lo que no es mío, el copiar exámenes, patentes, programas de software, música y películas. Si logramos crear esta nueva cultura en nuestras familias, en nuestras escuelas, en nuestras organizaciones y empresas, esto nos permitirá encaminarnos hacia un mejor país, hacia una mejor vida familiar y comunitaria.