Opinión

Esa mujer... La uruguaya, de Pedro Mairal

Por Omar González García


En algún momento de sus 40 años, Lucas Pereira memorizó dos versiones de Montevideo, el poema en que Jorge Luis Borges describe esa otra Buenos Aires –su patria remota dice Atilio Garrido en 1978–. Ciudad que se oye como un verso./ Calles con luz de patio. El trazo poético de una ciudad "…que no deja nunca de ser íntima" dice Borges en el prólogo de Luna de enfrente (1925), poemario donde se incluye Montevideo.

Pereira busca entonces en la memoria de la ciudad íntima que solo podía existir en su deseo a Guerra, la uruguaya; Guerra, como palabra y apellido que a veces se le escapa mientras duerme; Guerra como antónimo de paz; Guerra, apellido sin género, ese lugar, acaso Guerra, acaso Montevideo donde “Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un/declive”.

A Pereira, sin embargo, Montevideo le depara menos que poesía. Preso en los límites de una suerte de vida conyugal que ha transitado todas las posibles conjugaciones del deseo hasta perderlo en una monstruosa simbiosis de forzada permanencia a partir de las deudas diseminadas en columnas de Excel, Lucas Pereira cree encontrar en la mínima fuga a Montevideo un asidero para salir de las columnas del debe que Cata registra minuciosamente y de paso, sí, por qué no, alcanzar finalmente a la uruguaya, llevarla a la cama; cobrar, tras cruzar el río, el anticipo por dos libros que no ha escrito y escapar al menos por unas horas de la prisión doméstica –esto es, para huir de su vida asfixiante– para transitar hacia la de las editoriales que le anticipan el pago; si no fuera por el hecho de que Lucas Pereira se vuelve terriblemente entrañable por ingenuo, su patetismo sería el mejor argumento para entender o acaso justificar los modos a través de los cuales Cata –su mujer– y Guerra –la uruguaya– le darán un portazo.

Mensajes de texto, correos electrónicos, errores de variado linaje, una suma de hechos que unidos soportan no el relato de un mal rato –un par de patadas, un robo, una duda, una confesión final, una replanteamiento– contextualizan el profundo quiebre en la vida de Lucas Pereira, ese punto de no retorno que Pedro Mairal resuelve con lograda elocuencia en una puntual vuelta de tuerca que pone patas arriba la mesa –esto es la narración– no por escandalosos sus vericuetos –que no lo son– y sí por precisos, tan precisos que la vuelta de tuerca al relato se instala con soberbia naturalidad, esa forma consustancial a la literatura que logra lo inevitable: transformar en verosímil lo inesperado.

La vuelta de tuerca de La uruguaya se transforma entonces no un trueno sino en el imperceptible chasqueo de los dedos de una mano que anulan el ruido de un centro comercial o la atronadora batería de ensordecedores tamboriles en la fiesta de la carne.

Luego todo se acomoda. Se flexibiliza, inicia y concluye y acaso nadie pida más porque todo está dicho en esta novela contundente de Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970). Ganador del Premio Clarín de novela en 1998 por Sabrina Love, Mairal fue reconocido en 2007 por el jurado de Bogota39 como uno de los mejores escritores jóvenes de Latinoamérica. En 2015 publicó, en Chile, Maniobras de evasión, un libro de crónicas. Su obra más reciente, La uruguaya, reúne, ha dicho Ferrán Bono en El País: "… sexo, dinero, infidelidad, humor, crisis existencial, mezquindad, amargura, traición e incluso futbol". La intensa novela corta de un autor que viene de la poesía sabiendo que: "Uno escribe en soledad y oscuridad sin saber bien lo que está haciendo… Después tirás una piedra al agua y que los círculos lleguen tan lejos es una sorpresa". Una memorable sorpresa y también una precisa lección sobre cómo llevar al lector por una ruta intrigante sostenida por el pulso magistral de Pedro Mairal de la primera a la última página.

(Pedro Mairal, La uruguaya, Emecé, Buenos Aires 2016-México 2017, 167 pp.).