Opinión

Nahual

Por Alejandro Mier


“Erasmo, Erasmo”, le susurraba la voz femenina de sus sueños.

Erasmo, como cada vez que llegaba a él la recurrente pesadilla, se arremolinaba de un lado a otro de la cama hasta ver llegar la escena final en la que un hermoso caballo blanco se paraba  a su lado relinchando frenéticamente y luego corría junto a un barranco, dejando una estela blanca tras su paso.

Hipólito, su compañero de habitación, se incorporó y empezó a mover despacito a su amigo:

–Despierta, Erasmo, es sólo un sueño…

Erasmo se levantó de un brinco y con los ojos llorosos miró a Hipólito.

–Estás empapado Erasmo, esta vez sudaste más que nunca, ¿qué fue lo que pasó?

–No sé, Hipólito. Es la pesadilla que me ha perseguido toda la vida. Esa mujer me llama por mi nombre… “Erasmo, Erasmo”, y el caballo relinchando... ¿Sabes? Tengo que ir a Zacatlán. Estoy seguro que en mi pueblo se esconde la respuesta a todo esto.

–Pero Erasmo, desde que te trajeron recién nacido a Querétaro, hace 20 años, nunca has vuelto. Quizá no te guste lo que halles.

–No importa, he de ir…

–Y yo contigo.

El autobús paro a mitad de la carretera y dirigiéndose a los dos jóvenes, gritó:

–¡Zacatlán!

–¿Es aquí? –Interrogó contrariado Hipólito porque no veía ningún poblado cercano.

–Tomen el camino empedrado–, refutó el chofer, –sigan la vereda y en unas tres horas habrán llegado a Zacatlán.

Afortunadamente la tarde era fresca y eso hacía menos cansado el trayecto. Suponían que ya les faltaba poco para llegar cuando vieron que dos hombres se aproximaron a ellos. Vestían de manta y huaraches y debajo del sarape se asomaba el cañón de sus rifles.

–¿Erasmo? –Preguntaron cuando estuvieron frente a ellos.

–Soy yo. ¿Cómo saben mi nombre? ¿Quiénes son ustedes?

–El es Josué y yo soy Candido. Tú y yo somos primos, y me han enviado para protegerte. Aquí corres mucho peligro.

–Pero, ¿por qué? Cuestionó Erasmo sin comprenderlo.

–Será mejor que prosigamos nuestro camino–, fue la respuesta que recibió, –no tarda en caer la noche y hay que evitarla a como de lugar.

Sin embargo, eso fue imposible porque Hipólito se torció un tobillo y la caminata se tornaba lenta.

Ya en plena oscuridad, Erasmo preguntó:

–¿Falta mucho?

-¡Ssshhh! ¡Silencio! ¡Al suelo!, ¡Al suelo! –Gritó Candido arrojándose boca abajo.

Erasmo e Hipólito no alcanzaron a reaccionar con tal rapidez y se quedaron petrificados cuando vieron la escena: un gigantesco tecolote y un coyote los estaban atacando.

Batiendo sus estruendosas alas, el ave se fue en picada contra Erasmo, pero en su camino se topó con Josué. El tecolote lo capturó con sus garras, lo derribó y de cada picotazo que le asestaba, volaba un pedazo de carne.

Candido se incorporó y aunque tenía el rifle listo para batir al animal, no se atrevió a disparar por temor a herir a su compañero. Descargó su arma contra el coyote y éste salió huyendo internándose en la barranca. Acto seguido, quiso auxiliar a su amigo, pero el tecolote fue más rápido que él, alzando su vuelo rumbo al horizonte.

Erasmo corrió hasta Josué y quedó aterrorizado al percatarse de que el ave le había arrancado los ojos y gran parte de su cuerpo lucía en carne viva.

Josué tomó de la mano a Erasmo con gran fuerza y exhaló sus últimas palabras… “¡Nahual! ¡Nahual!”

Los tres jóvenes se miraron y sin decir más, continuaron su camino con paso veloz. Al llegar a un viejo establo, Candido dijo:

–Aquí estaremos seguros, en este lugar pasaremos la noche.

Se acomodaron entre las hojarascas y la paja que estaba hasta el fondo y antes de dormir, Erasmo preguntó:

–Candido, ¿Qué es "Nahual”? ¿Por qué dijo esa palabra Josué antes de morir? ¿Qué significa?

–El tecolote y el coyote que nos atacaron son nahuales y fueron enviados para matarte. Un Nahual es un curandero o brujo que tiene el poder de trasformarse en un animal; sin embargo, estos seres sólo pueden mantener su condición durante la noche ya que si al amanecer no regresan a su forma humana, corren el riesgo de quedar convertidos en animales para siempre.

Al día siguiente, caminaron por todo Zacatlán en busca de respuestas, pero sin suerte.

–Es extraño–, comentó Hipólito, –¿notaron que aquel raro sujeto, el del abrigo y sombrero negro, apareció en varios lugares de los que estuvimos hoy?

–¡Es cierto! –, afirmó Erasmo, –¿te refieres al flaco, de los ojos hundidos? Tal parece que nos estuvo siguiendo. Fue muy sospechoso.

Por la noche volvieron a dormir en el establo y ya comenzada la madrugada, regresó a Erasmo la recurrente pesadilla. Otra vez oía la voz de la mujer que lo llamaba por su nombre y el relinchar del caballo, sin embargo, de pronto despertó y su sorpresa fue mayúscula al percatarse de que esta vez, aún despierto, seguía escuchando a la mujer.

Sus amigos dormían, así es que decidió salir del establo para averiguar de donde provenía la voz.

–¡Erasmo! ¡Erasmo! –se oía en el viento a una mujer triste, angustiada, cariñosa.

Erasmo siguió internándose en la oscuridad de la pradera cuando apareció frente a él el hermoso corcel blanco. Era bellísimo y la estela de luz que dejaba a su paso le daba un encanto mágico. Pero sus ojos parecían llorar y no paraba de relinchar; tenía miedo, como si hubiera visto mil víboras juntas.

–Calma… calma… ven a mí, –dijo Erasmo tratando de acariciarlo.

El caballo por fin bajó las patas delanteras e inclinando la cabeza, invitó a Erasmo a que lo montara.

Erasmo subió en el caballo y comenzó a cabalgar. Volteó para mirar su blanca estela, y se sorprendió al ver sobre ella, que venía el coyote a toda velocidad. Erasmo se abrazó al lomo para no caer y resistir los embates del coyote que ahora brincaba a su costado y en cada intento mordía con fiereza al caballo.

Con sus afilados colmillos, el coyote se trabó de una pata del corcel y estaba a punto de derribarlo cuando algo aún peor sucedió. La intensa luz de la luna había sido tapada por las enormes alas del tecolote que ahora volaba a muy poca distancia de ellos y aprovechando la sagacidad del coyote, los atacó de frente derrumbando a corcel y jinete.

El caballo estaba mal herido, pero aún así, sacando fuerza de Dios sabe donde, se paró para enfrentar a sus enemigos. La lucha se iba a tornar muy dispareja, pero no cabía duda de que el caballo entregaría su vida en combate si era necesario; sin embargo, en ese preciso instante, estalló un potente tiro. Eran Candido e Hipólito y esta vez, el balazo derribó al coyote haciéndolo que se precipitara herido de muerte en el barranco.

Antes de que también acabaran con su vida, el tecolote desplegó su vuelo fundiéndose con la noche.

El corcel no quiso perder un momento más así es que nuevamente hizo que Erasmo se trepara en él reactivando de inmediato su trote. Dos horas después, cuando ya se escuchaba el cantar del gallo anunciando el nuevo día, el caballo fue deteniendo poco a poco su paso hasta caer mansamente sobre su costado, en un verde prado.

Erasmo estaba muy débil, pero se sentía a salvo. Cerró por un momento los ojos y al abrirlos, pudo contemplar con la luz del día a una hermosa mujer de piel blanca que dormía a su lado. El caballo había desaparecido.

“Cuenta la leyenda que el padre de Erasmo era un acaudalado pero maléfico hacendado y que una tarde, al ir cabalgando por sus tierras, lo deslumbró la presencia de una humilde jovencita.

La claridad de su piel, era muy extraña por esos lares ya que en Zacatlán predominaba el color moreno. La robó, la hizo suya, pero al ver que había quedado preñada, mandó a dos de sus hombres a que la llevaran lejos del pueblo y la mataran; sin embargo, un desconocido ofreció dinero a los maleantes por ella y estos aceptaron con la condición de que nunca volviera al pueblo. Al nacer, Erasmo fue retirado de su madre y vendido como mozo de una casa de la ciudad de Querétaro. Su madre escapó, pero todos en el pueblo sabían que el extraño corcel blanco que cabalgaba en las noches, era ella misma y cuya pena la había convertido en Nahual.

A partir de la noche de la batalla entre el tecolote, el coyote y el corcel blanco, nunca nadie más volvió a ver o a escuchar algo de Erasmo y de su madre, por lo menos en Zacatlán.

Tampoco se supo nada más del feroz coyote que aullaba por las noches; en su lugar, internado en la barranca, cerca de unas huellas de caballo, sólo se encontró el cuerpo de aquel extraño hombre, el flaco de los ojos profundos. Su abrigo negro había sido traspasado por un tiro de escopeta”.

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