Opinión

La hija de Eusebio

Por Alejandro Mier


Cuando Eusebio se casó con Paulina, sabía perfectamente que ella no estaba enamorada mas no le importó porque después de todo, Paulina era una mujer muy asediada por los hombres y lo había elegido a él. Ya encontraría la manera de lograr que lo quisiera.

El primer año de casados fue en realidad malo. Eusebio a veces no se explicaba por qué Paulina había decidido aceptarlo. Pensándolo fríamente, lo que quizá habría visto en él era la seguridad de una vida estable.

Durante el día no se veían y por las noches, Paulina rara vez llegaba antes de las once alegando un exceso de trabajo que ahora era el pan de cada día y motivo también por el cual, escasas veces tenían relaciones.

Cuando Eusebio sintió que no tenía caso continuar así, Paulina le dio la noticia más emotiva y grandiosa: pronto serían padres.

Cristina nació un jueves por la mañana y tuvo que pasar más de una semana para que Eusebio asimilara la feliz embriaguez que lo llenaba todo.

Pensó también que la hermosa bebé, acaso podría unir su matrimonio. Tenía la esperanza y lucharía por ella; sin embargo, ello no sucedió. Paulina dejó a Cristi a su cuidado y ahora menos la veían porque aparte del trabajo, estaba dedicada por completo a recuperar la línea de su cuerpo y por las noches iba al gimnasio.

Eusebio y Cristi superaron muy bien la ausencia de la madre y esposa y ello acrecentó en la pareja una feliz complicidad y mutuo agradecimiento de compartir sus vidas.

Y el momento por fin llegó. Eusebio siempre lo supuso, la gente cercana se lo repetía con insistencia y él se hacía de oídos sordos. No quería enfrentar la realidad: Paulina vivía en un constante amasiato. No tenía más de dos semanas que al acudir con Cristi a una tienda por el uniforme del kinder, encontraron a Paulina saliendo del cine del brazo de un hombre. Eusebio de inmediato distrajo a Cristi para que no la descubriera y él, con profunda tristeza, observó que la pareja parecía muy feliz: reían, se besaban, jugueteaban.

Eusebio también notó que ese no era el mismo hombre del que le habían hablado. En verdad, contando su nuevo novio, tenía conocimiento de por lo menos otros dos.

El había decidido callar por el bien de Cristi, pero ni eso fue suficiente. La tarde del sábado, cuando Eusebio y Cristi se disponían a visitar el parque de diversiones, apareció Paulina. Era muy raro verla en casa hasta en fin de semana.

–Vamos a salir a pasear, ¿quieres acompañarnos?

–No. En realidad, vine porque necesito platicar contigo. Cristina, –le dijo a la niña–, ve a tu cuarto que voy hablar con tu padre.

Cristi obedeció y Paulina, fría como de costumbre, fue al grano: me voy. Ya no soporto sufrir un minuto más en esta casa. Te puedes quedar con la niña. Ahorita en cuanto salgan, agarro mis cosas y me largo.

Eusebio ni siquiera respondió. En el fondo, estaba feliz de que, sin mayores complicaciones, le dejara a Cristi, su Cristi.

 

Así pasaron los años y en la fiesta de graduación de la secundaria, Eusebio le dijo a Cristi:

–Hija, conocí a una mujer. Es buena conmigo y pienso que juntos podríamos hacer una familia, ¿qué te parece?

–Claro papá, –contesto dándole un beso y volvió a la pista de baile.

Carmela, la prometida de Eusebio, era cinco años menor que él, acababa de cumplir treinta y seis y su máxima ilusión, era tener un hijo; sabía que le quedaba muy poco tiempo para procrearlo así es que decidió apresurar las cosas y le dijo a Eusebio que se casaría con él en cuanto quisiera, la única condición que le ponía era hacerse los análisis prenupciales para asegurarse que podrían tener hijos.

Al salir del consultorio del doctor Suárez, a Eusebio se le nubló la vista. Se sentó en plena banqueta y, escondiendo el rostro entre las manos, comenzó a llorar. La gente lo observaba sorprendida. No era normal ver a un hombre de la edad de Eusebio llorando como un niño.

Un joven se le acercó y le preguntó:

–Señor, ¿puedo hacer algo por usted?

Eusebio lo miró y vio que el muchacho fumaba.

–¿Me regalarías un cigarro?

El joven se lo encendió y en agradecimiento le contestó:

–Gracias estoy bien. En realidad, lloro de felicidad, estoy tremendamente agradecido. La vida ha sido muy generosa conmigo, ¿sabes?

–¿En serio? –Contestó incrédulo el joven.

–Sí, ¿ves esto?  –Continuó mostrándole el sobre que contenía los resultados de los análisis. –Aquí dice que no puedo tener hijos, por lo tanto, Carmela no querrá casarse conmigo, por lo tanto ¡yo seguiré siendo feliz viviendo con mi hija Cristi! Pero sabes, mi joven amigo, en realidad eso no es lo mejor. Según estos estudios, yo siempre he sido estéril, ¿comprendes? Nunca tuve la capacidad de fecundar niños y ¿qué crees? Aún así, la vida decidió ser buena conmigo y me regaló la hija más preciosa que pudieras imaginar.

Eusebio tosió un par de veces. Tenía más de diez años de no fumar, pero eso ahora no importaba. Volvió a esconder la cara entre sus piernas y esta vez estalló en risas.

 

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