Opinión

Queramos a los adultos mayores

Por Ramón de la Peña


Jorge Luis Borges, en su poema “Con el Tiempo”, nos resalta como idea central que a las personas se les tiene que dedicar tiempo y cariño, pero en vida y mediante un proceso especial.

Pero ¿Cuál es ese proceso especial? Los expertos dan la siguiente recomendación esencial: Déjalo ser, déjalo hablar, ganar en las discusiones, ir a visitar a sus amigos, contar sus historias, aunque las haya contado muchas veces, vivir entre las cosas y personas que ha amado, envejecer con el mismo cariño con el que has visto crecer a tus hijos, déjalo reclamar, pero, sobre todo, déjalo morir entre tus brazos.

No olvidemos que, en la antigüedad, los adultos mayores eran las personas sabias; eran los cronistas de la historia y de los conocimientos adquiridos por su pueblo a través de los siglos y estaban obligados a transmitirlos a sus descendientes.

Los abuelos actuales tenemos la obligación de hacerlo, sobre todo con nuestros nietos y nietas. No es cierto que a ellos no les interesa saber de dónde provienen, debemos promover la comunicación a través de la palabra, esa palabra que fue tan importante para los antiguos mexicanos; tan importante que entre ellos se daban clases de oratoria, pues era imprescindible para ellos, el dirigirse con propiedad a todos los que los rodeaban.

Le recuerdo que también los adultos mayores tenemos derechos: a una vida con calidad; al disfrute pleno, sin discriminación ni distinción alguna de los derechos que ésta y otras leyes consagran; a una vida libre sin violencia; al respeto a nuestra integridad física, psicoemocional y sexual; a la protección contra toda forma de explotación; a recibir un trato digno en cualquier procedimiento judicial que nos involucre; a recibir asesoría jurídica en forma gratuita en los procedimientos administrativos o jurídicos en que seamos parte y a contar con un representante legal cuando lo consideremos necesario.

Tenemos derecho a tener acceso a los satisfactores necesarios, considerando alimentos, bienes, servicios y condiciones humanas o materiales para su atención integral; a recibir orientación y capacitación en materia de salud, nutrición e higiene, así como a todo aquello que favorezca nuestro cuidado personal; a recibir de manera preferente el derecho a la educación.

Las instituciones educativas, públicas y privadas, deberán incluir en sus planes y programas los conocimientos relacionados con las personas adultas mayores; a ser sujetos de programas de asistencia social en caso de desempleo, discapacidad o pérdida de nuestros medios de subsistencia; a ser sujetos de programas para contar con una vivienda digna y adaptada a nuestras necesidades, para tener acceso a una casa hogar o albergue u otras alternativas de atención integral, si estamos en situación de riesgo o desamparo.

Termino con algunos mensajes de la sabiduría popular sobre las muchachas y muchachos de mi edad:

Hay cuatro cosas viejas que son buenas: viejos amigos para conversar, leña vieja para calentarse, viejos vinos para beber y viejos libros para leer; En la juventud aprendemos, en la vejez entendemos; Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida

Finalmente estimados lectores lean lo que nos dice un adulto mayor: “Benditos los que se acuerdan que mis oídos ya no oyen bien y que a veces no entiendo todo; benditos los que saben que mis ojos ya no ven bien, y no se impacientan cuando se me cae algo de las manos y se rompe; benditos los que no se avergüenzan de mi torpeza al comer y me hacen un lugar en la mesa familiar; benditos los que me escuchan aunque les cuente mil veces el mismo cuento, o los mismos recuerdos de mi juventud; benditos los que no me hacen sentir que estoy de más y me demuestran su afecto con delicadeza y respeto; benditos los que encuentran tiempo para estar a mi lado y enjugar mis lágrimas; benditos los que me tiendan su mano cuando me llegue la noche y deba presentarme ante Dios” Cuídense y quiéranse mucho.