Opinión

El perro malo

Por Ramón de la Peña


Hace ya buen tiempo recibí un comentario de Vicente, un asiduo lector de mis mensajes, en donde se pregunta y me pregunta, ¿Entonces por qué debemos de preocuparnos por los demás?, para mi primero son mis derechos y después mis obligaciones, si así es, entonces cual es el objetivo de vivir plenamente en armonía con los demás? después de volver a leer este comentario decidí volver a compartir con ustedes un escrito, la fábula del perro malo, que redacte hace tiempo, partiendo del mensaje de la sabiduría popular: "Perro que ladra no muerde , pero ¡ah! cómo molesta" 
El mensaje se inicia con un comentario de un colega que tuve en el Tecnológico de Monterrey: Nuestro gran temor de niños, allá en mi pueblo era un gran perro –al menos así lo veíamos– que al pasar frente a su casa nos perseguía tenazmente.
Imagínate, me decía, sentir detrás de ti un gran perro, ladre y ladre; casi veíamos su hocico abierto, sus dientes afilados y sus ojos enrojecidos por la ira y con un gran deseo de mordernos. Claro, me platicaba mi colega, nosotros niños fuertes y veloces parecía que volábamos hacía una barda o hacia un árbol salvador. Ese es uno de los acontecimientos que más vivamente recuerdo de mi niñez.
Claro, el perro nunca nos alcanzó, pero sí el tiempo que todo lo puede: a nosotros nos volvió adolescentes y a nuestro enemigo lo hizo un perro viejo y cansado. Después, nosotros, de malosos, pasábamos caminando despacio frente a la casa de nuestro viejo enemigo; dejábamos que se acercara y nos mojara con su saliva el brazo desnudo que metíamos en su desdentado hocico. Al final, el perro nos despedía con un ladrido que parecía un quejido o más bien un lamento, tal vez en recuerdo de mejores tiempos ya lejanos.
Cuando escuché por primera vez esta historia, vinieron a mi mente parientes cercanos que durante toda su vida actuaron como el perro feroz de nuestra fábula. Por todo se enojaban, se sentían los dueños de vidas y haciendas –típicos machos mexicanos–, a todo mundo atemorizaban con su gran voz, con su fuerza y algunos de ellos por la fuerza de sus armas.
Si usted reflexiona o le pregunta a su abuelita o a su mamá, rápidamente le dirán, o vendrán a su mente, un par de nombres de familiares y amigos que eran o son así. Sí, estimado lector, los perros bravos y malos son más comunes de lo que uno cree.
Pero el tiempo pasa y los ‘machos’ malgastan sus monedas de la vida y al final se encuentran como el perro malo de nuestra historia: viejos, cansados y mal queridos.
También vino a mi mente uno de los recuerdos de mi juventud que más me impactó.
Recuerdo la cara de angustia, impotencia y dolor de un amigo cercano, al verse postrado en la cama por una enfermedad terminal y a quien su esposa lo lavaba, bañaba y le cambiaba periódicamente el pañal.
Me decía a mí mismo, qué estará pasando por la cabeza de Don Javier, un hombre recio, trabajador, atrabancado, entrón, mal hablado y cantador, a quien siempre le gustaba salirse con la suya y decir que las mujeres deberían estar como las escopetas: cargadas y en el rincón. Al final de la vida, a quien siempre avasalló era ahora la persona que lo cuidaba, bañaba y le cambiaba el pañal. Casi veía la angustia y el dolor reflejado en sus ojos por la impotencia de su situación.
¿Qué conclusiones podemos sacar de esta fábula del perro malo? Para mí es claro que a cada quien le dan lo que se merece en esta vida o en la otra; que no se llega a ser un perro viejo, cansado y malquerido de la noche a la mañana, sino que esto es el resultado de toda una vida actuando como perro malo; y que se cosecha lo que se siembra. Efectivamente, como dice la sabiduría popular, si siembras truenos, cosecharás tempestades.
¿Cuál es el mejor antídoto al modo de actuar del perro malo?
1. Reflexionar y tomar plena conciencia que ese modo de actuar conduce a terminar la vida en un ambiente de mucha tristeza.
2. Actuar de esa manera es perder la gran oportunidad de ser feliz, pero sobre todo se pierde la oportunidad de hacer felices a quienes nos rodean. Nadie quiere a un jefe que actúa así, nadie quiere a un papá, a una mamá, a un tío, a una abuela o a alguien cercano que actúa como el perro de la fábula.
3. Actuar con una actitud de respeto y amor hacia los demás es el mejor antídoto al modo de actuar del perro malo.
Ama a tu prójimo como a ti mismo, nos dice la Biblia; pero no se le olvide que en este mensaje está implícito el amor y respeto que nos debemos tener a nosotros mismos. No olvide que no sólo entre ausencia y ausencia se nos escapa el tiempo; también entre pleito y pleito y entre enojo y enojo se nos escapa el cariño de nuestros hijos, de nuestra pareja, de nuestros amigos y de nuestros colaboradores.