Opinión

El Portafolio

Por Alejandro Mier


Sentado en un banquillo alto y con el rostro recargado sobre la mano en la que sujetaba su taco de billar, Norberto Buendía observó con decepción como perdía la partida.

Una vez más, la bola se deslizó con gentil elegancia de una banda a otra hasta llegar a la última esquina en la que, tras un rebote más, el sonido sordo, completamente celestial, anunciaba la nueva carambola.

Buendía agachó la cabeza para no toparse con la mirada de su oponente y a manera de descargar su enfado, rebotó dos veces su taco contra el piso.

No puede ser, pensó, a sus 58 años, retirado y sin mucho más que hacer por la vida, todavía tenía que soportar que don Benito le asestara tremenda paliza.

En el siguiente golpe, la bola iba tan lenta que se le figuró su propia vida. Sin chiste, sin jamás poder destacar un poco más. Sin salir del mismo auto, la colonia de siempre; discutiendo con su hija por la cuenta del recibo telefónico y contando cada centavo que gastaba de más su esposa.

Don Benito lo sacó de su letargo: –¡Norberto, es tu turno!

Buendía se incorporó con desgano pero en eso notó que entraba don Camilo al billar y la actitud le cambió de inmediato. Enderezó su encorvada espalda y puso su mayor concentración en el disparo. No era un tiro fácil, sin embargo el efecto resultó excelente y la carambola no se hizo esperar.

–¡Perfecto, Norberto! ¡Qué buen golpe! Te felicito –le dijo don Camilo.

Buendía le agradeció disimuladamente como si la hazaña la pudiera repetir cuantas veces quisiera. Erró en su siguiente oportunidad y afortunadamente, mientras don Camilo iba por su café, fue que don Benito le zumbó las últimas dos carambolas del juego.

Norberto se acercó a la mesa de don Camilo y aprovechando la oportunidad, le hizo la plática.

–¿Va a jugar, don Camilo?

–No manito, hoy sólo vengo por mi café ¿tu gustas?

–Si no le importa, lo acompaño con uno.

Norberto fue a pedirle rápidamente su bebida al encargado. Por ningún motivo quería dejar pasar el chance de que todos lo vieran en la mesa de don Camilo. En realidad, calculaba que eran de la misma edad, pero su forma de vestir, las alhajas de oro y su gran auto, lo hacían un hombre distinguido y de respeto.

A la semana siguiente, viendo que don Camilo se portaba muy cortés con él, lo invitó a su casa. A toda costa quería ganarse su confianza y amistad, así es que le pidió a doña Lucha, que se pusiera bien guapa y cocinara el mole rojo que le quedaba tan rico.

–Que afortunado eres, Norberto, –comentó Camilo.

–¿Por qué lo dice, don Camilo?

–Mírese nada más la familia que ha formado con Luchita, que con el debido respeto, no sólo es muy bella, sino que además cocina riquísimo.

–¿Su esposa también debe prepararle platillos muy sabrosos? –interrumpió doña Lucha, intrigada por saber si el galante caballero que fumaba puro y tomaba coñac con tanto garbo, era casado.

–No, Luchita, –contestó Camilo–, hace muchos años que estoy sólo, es más, ni siquiera hijos tengo.

–Bueno, mujer, –amonestó Norberto–, -deja de importunar a nuestro invitado y sírvenos otro coñaquito.

Para Buendía, la comida había sido todo un éxito, tan es así que la siguiente vez que vio a don Camilo en el billar, éste fue directamente a su mesa.

–¡Hola, Norberto! ¿Cómo estás? ¿Te puedo acompañar?

–No faltaba más, don Camilo, –respondió acercando una silla para que pusiera su inseparable portafolio. Para todos era un misterio lo que contenía y se tenían que conformar con apreciar su delicada piel y el inmaculado broche de estrella, representando la nieve de la cima del “Monc Blanc”.

-Y a usted, ¿cómo le va?

–Más o menos, Norberto. Fíjate que yo salgo mucho por negocios y precisamente mañana voy a Los Ángeles; lo irónico es que a causa de este viaje no voy a poder cumplir con otro encargo.

–Vaya, qué pena. –Respondió Norberto, sin embargo, vislumbrando la oportunidad que había estado esperando para colarse en los negocios de don Camilo, agregó:

–Pues si usted quiere que lo cubra, no tiene más que pedirlo.

–¿Deveras, Norberto? Si te animas, sólo hay que llevar una maleta a Acapulco. La paga es buena, son 10 mil pesos.

Norberto no lo podía creer, diez grandes por entregar un maletín, ¡qué fácil!

Al día siguiente, muy temprano tomó el autobús a Acapulco y antes del medio día ya se encontraba en una desolada playa y aunque la curiosidad era grande, no revisó el contenido de la maleta. De pronto, un hombre joven, como salido de la arena, se aproximó a él y sin mediar palabra le entregó un sobre y se llevó lo suyo. Norberto contó, uno a uno los billetes con gran regocijo y mientras caminaba por la playa, comenzó a sentir la relajante temperatura en sus pies. Por extraño que parezca, decidió no hacer preguntas. Había comenzado algo emocionante que le daba sentido a su vida. El placer de sentir el agua de mar, lo hizo pensar que era momento de estar a la altura de don Camilo. Un nuevo Norberto Buendía, estaba renaciendo.

El viernes, don Camilo lo felicitó por el trabajo realizado. Norberto pensó que de inmediato le pediría otro encargo más, pero al ver que esto no sucedió, él mismo se ofreció.

–Mi estimado Norberto, –rebatió don Camilo–, ¿estás seguro que quieres trabajar conmigo?

–Definitivamente, don Camilo.

–Bien. Hazme las preguntas que tengas, ahora; después no habrá lugar a más dudas.

–No tengo nada que preguntarle y puede contar con mi total lealtad.

Durante los siguientes meses, la vida de Norberto cambió radicalmente y cada viaje traía algo nuevo. Su forma de comportarse, de vestir y hasta de hablar se parecían mucho a los de su mentor. Ahora manejaba un enorme Lincoln, portaba plumas de oro y fumaba puro.

–Mi amor, –ofreció su esposa al llegar a casa–, ¿te sirvo tu cubita de Bacardi Solera?

–¿Qué? –rebiró irritado–, ¿qué ya no hay coñac?

–Ay Norberto, como has cambiado…

–¡No me molestes!

–Bueno, te dejo en paz, sólo dime, ¿qué es lo que haces en esos viajes tan misteriosos? ¿Qué contienen las maletas que llevas? ¿De dónde sale el dinero para todas las cosas que compras, incluyendo el coñac que nunca habías tomado en tu vida? ¿De dónde? ¡Dime de dónde!

Norberto se incorporó y levantando el brazo hizo por darle una cachetada pero al ver que su hija llegaba al comedor, se contuvo.

–Hasta donde ha llegado tu soberbia, –alcanzó a decir Lucha.

Norberto la ignoró y mientras se servía un trago, pensó que lo más seguro era que estaba lavando dinero para don Camilo. No lo sabía a ciencia cierta.

Pocos días después, al llegar al billar, ya lo esperaba don Camilo.

–Norberto, –le dijo–, te tengo una entrega muy especial. Esta vez es en Tijuana. Hay 100 mil para ti.

Norberto no pudo ocultar su felicidad, era el trabajo más grande que le habían encomendado.

–Es muy generoso, don Camilo, se lo agradezco.

–Norberto, tú sabes que te aprecio ¿me permites sugerirte algo?

–Por supuesto, don Camilo.

–Considera la posibilidad de que Luchita te acompañe en este trabajo. Debes aparentar un viaje familiar, además después de tu entrega, yo mismo te voy a invitar un fin de semana en Los Cabos con tu esposa, ¿qué dices?

–¡Gracias! –Contestó Norberto y la emoción hizo que por primera vez le hablara más como un amigo. –¡No se como podré agradecerte lo que haz hecho por nosotros!

Antes de abordar el avión el teléfono de Norberto comenzó a repiquetear y, para que esposa no escuchara la conversación, se alejo. Sin embargo, justo en ese instante el teléfono de Lucha también llamó:

–Diga…

–Luchita, soy Camilo.

–Don Camilo, qué sorpresa, ¿supongo que quiere hablar con Norberto?

–En realidad, no. Quiero hablar con usted. Se que está a punto de subir el avión así es que iré al grano. Luchita me preocupa mucho Norberto. No se en qué este metido pero me parecen muy sospechosos los viajes que hace. Es mi amigo y él me confesó que a usted le ha hecho creer que trabaja para mí. Lucha, le aconsejo que ahora que tendrán unos días a solas hablé con él y lo convenza de que abandone lo que hace, sea lo que sea estoy seguro que no debe ser bueno. Discúlpeme, Luchita por decírselo, pero yo a usted la aprecio y me pareció correcto hablarle con el corazón.

–¡Ay, Camilo! ¡Qué bendición contar con alguien como usted! ¡Yo hablaré con él, pero ahora debo colgar que Norberto se aproxima! ¡Gracias, muchas gracias!

Durante el vuelo ya no platicaron gran cosa y al llegar a Tijuana, Lucha notó que Norberto sujetaba una maleta que ella nunca había visto. Instantes después una gran cantidad de policías los rodearon.

Gracias a don Camilo, esa misma noche Lucha quedó en libertad, sin embargo, Norberto si fue encarcelado ya que descubrieron que detrás de un fondo falso, ocultaba una gran cantidad de fajas de dólares que evidentemente no supo como justificar.

Don Camilo estuvo muy cerca de Lucha en todo el proceso de Norberto, haciéndole compañía y consolándola.

Meses después, ya en franca desesperación, Norberto, tras las rejas, sospechaba que nadie estaba haciendo algo por ayudarlo así que decide que en la audiencia del día siguiente, le tomará la oferta a la policía y delatará a don Camilo para reducir su condena de siete a cuatro años y medio.

Poco más tranquilo, consigue dormir un momento hasta que un fuerte golpe le rompe la nariz. Son dos corpulentos hombres que lo vapulean sin piedad hasta dejarlo semi inconsciente, lo necesario para escuchar lo que le murmuran al oído:

–Norberto, don Camilo te manda sus saludos. Dice que sabrá agradecer tu silencio y lealtad cuidando a tu esposa y a tu hija, ¿tú me entiendes, no?

Los tipos salieron de su celda y Norberto se arrastró entre la oscuridad y la inmundicia hasta asirse de los barrotes. Las lágrimas se fundían en el rostro sangrado que maldecía el momento en que dejó entrar a su vida a Camilo. La ceguera por él, ni siquiera le había permitido percatarse que todo fue preparado. Camilo necesitaba sacrificar a alguien y de paso aprovechó para quedar como héroe ante la hermosa Luchita.

Tres años lleva en la cárcel. Se encuentra reposando tranquilamente sobre su camastro cuando “el Turco“, uno de los criminales más temidos del reclusorio, le muestra sus deplorables dientes tras una mueca burlona y le arroja un sobre en la cara. Son fotos de su mujer con Camilo: en un restaurante muy elegante; frente a un gran ramo de flores; en un viaje de playa y, finalmente, en su propia casa, todos felices festejan el cumpleaños de su hija.

A los seis años, por fin es liberado. Su condena fue reducida por buen comportamiento. Toma un autobús y se pierde en una habitación del centro de la ciudad.

Unos cuantos meses después de vivir en absoluto anonimato, forza la cajuela de un auto de lujo y con rapidez intercambia el portafolio “Mont blanc" por una réplica de él.

Ocultándose tras unas gafas y sombrero, observa como Lucha y don Camilo entran a su casa. Van tomados del brazo y cualquiera que los viera pensaría que es uno de esos felices matrimonios de toda la vida. En el otro brazo, Camilo lleva el inseparable portafolio; es chico pero tiene el tamaño suficiente para soportar el explosivo colocado.

Norberto se aleja caminando por entre las vías del tren. No lleva un rumbo determinado. Arroja los lentes y el sombrero a la hierba. Levanta el rostro al cielo llorando.

En la casa, don Camilo abre su portafolio por última vez. La estrella “Monc blanc” surca los cielos.

 

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