Opinión

Echeverría, de Caparrós

Por Omar González García


¿Cuál es el sentido de echarse a cuestas una tarea que nadie ha acometido? ¿Qué fuerzas, qué talentos se requieren? ¿Tiene sentido de futuro crear lo que nadie ha creído se deba crear? Y aún más: ¿tiene sentido registrar para otros el sentido de esa decisión? ¿Biografiar al hombre que se echa a cuestas la tarea? ¿Indagar con pasión en sus andanzas y al mismo tiempo luchar para que la figura del pie fundacional de una literatura no vea disminuida su especificidad en el relato por el restaurador de una versión de la patria?

Las eventuales respuestas a las preguntas que el párrafo anterior fija, o pretende fijar o cree fijar, empiezan por tres apellidos. El primero es Echeverría (Esteban/Estevan); el segundo Caparrós (Martín) y el tercero es el de Rosas (Juan Manuel de Rozas). Los dos primeros han quedado unidos en el Echeverría de Caparrós que ha editado Anagrama (2016); Rosas gravita sobre la novela como seguramente lo hizo en vida y lo hace en la compleja historia argentina durante el accidentado siglo XIX pues no hay en la historia latinoamericana –nueva o antigua, para bien o para mal— carencia de lo que Arnaldo Córdova llamó en algún texto “el hombre fuerte”, el caudillo, el dictador, o como Rosas, El Restaurador.

¿Puede un hombre crear una literatura? La respuesta es sí, siempre y cuando ese hombre sea Esteban Echeverría, padre fundador de la literatura argentina en los liminares del siglo XIX que es hablar también de los albores del continente recién liberado o casi del dominio español. Empero, la tarea creativa no será fácil por más de una razón.

En los albores del siglo XIX toda Latinoamérica vive tiempos difíciles; insurgencia, rebelión, España al acecho y no solamente España. También Francia, Inglaterra, Estados Unidos… La literatura latinoamericana acusa, previsiblemente, una marcada influencia española y no es gratuito, tres siglos son un extenso arco temporal. Pero los tiempos han empezado a cambiar, o se prevé que cambien o han cambiado ya y dentro de ese cambio debe haber una nueva literatura y ahí Echeverría decidió destinarse “a una tarea que claramente era mucho mayor que sus fuerzas, esto de inventar la literatura argentina, un

delirio porque él no era un buen poeta, sino un poeta mediocre que quiso inventar una literatura nacional a fuerza de poemas” dijo Caparrós a Excélsior durante la Feria del libro de Oaxaca en 2016.

Echeverría, escribe Caparrós, “Se ha dado una misión pero no sabe” (p.56); intuye, sabe, cree saber, piensa que, “un país sin letras no tiene identidad o sea: no es un país –y que era su tarea contribuir a que el suyo fuera uno. Su misión, se dice” (p. 61).

A esa misión, a ese empeño en apariencia extraño Echeverría dedicará su vida entera o lo que algún día sabrá le quedará de ella luego del lapidario diagnóstico médico. Antes ha viajado, ha ido a París, ha estudiado a los clásicos, ha vuelto a sus orígenes y de algún modo u otro, la aldea lo asfixia, o eso cree, o eso parece; o la aldea acaso sea un corazón traicionero, su corazón traicionero, porque Echeverría carga con un estigma, una mala historia, una historia triste.

En cierto modo, o de algún modo, o de todos los modos posibles, Candela, hija de la esclava Jacinta, lo cura, lo sostiene, lo libra de todo mal y de esa otra historia triste y reparte en él sus bienes corporales, sus prodigiosos bienes corporales, sus perturbadores bienes corporales que enervan el cuerpo y el corazón, el traidor corazón de Echeverría que al volver a la aldea y llegar a la aduana tras bajarse de un barco que no conoce muelle, declarará ser escritor. Y el escritor tiene una misión, o varias, o muchas, o todas las misiones posibles, o eso cree, o eso piensa, o por eso dice... Será un poeta, un escritor, un modelo de intelectual que finalmente, Caparrós lo señala, habrá de instalarse en el Río de La Plata, ese río por donde vendrían los barcos a fundar una patria habría dicho poéticamente Borges mucho después. ¡La patria, que noción etérea!, o inasible, la inasible patria diría Pacheco. Esa patria, la del “fulgor abstracto…”.

A la hora de la hora, cuando llegan el día y la hora, Echeverría, señala con rotunda claridad Caparrós, sabe, entiende, advierte, que la poesía vale tanto como la espada, que una estrofa es el arma del poeta. ¡El arma del poeta! Antes de saber eso, agobiado por la pérdida de su madre, Echeverría ha sostenido un arma entre las manos. La ha sopesado…y ha sopesado la idea del suicidio, pero la voz, una voz, la voz de su madre, dice Echeverría en una carta, le ha salvado. El escritor se ha salvado, o lo ha salvado la voz de su madre pero la condena la dictará el corazón, ese traidor.

Pero todavía es temprano… Hacen falta los poemas, las narraciones; falta, en cierto modo, el momento de crisis que acaudillará Rosas y que se vuelve el

momento de Echeverría; Echeverría y la palabra, Echeverría y las sociedades secretas, las reuniones sigilosas, los llamados a estar alerta, el estar atentos a La Mazorca, el grupo supralegal del rosismo que hacía cumplir las extrañas formas que el orden adquiere en momentos de crisis y convulsión infravalorando la ley en beneficio de las fuerzas desanudadas.

En ese marco, el joven Echeverría es ya el poeta, el escritor Esteban Echeverría, el maestro Echeverría, el líder de la palabra precisa, la palabra que guía e imanta a otros como él, los que con el tiempo, defenestrado Rosas, se quedarán con la patria, los nuevos fundadores, los nuevos padres fundadores.

De la palabra proviene su liderazgo, su imán, su atractivo intelectual… pero… ¡ese maldito corazón traicionero!… y la estancia a veinte leguas de la ciudad más cercana, el campo, los peones, las alboradas tristes y las alegres, y las malas noticias y las peores y el exilio inminente que viene metido entre el humo del tabaco que el médico y su corazón le tienen prohibido.

Pero algo ha germinado. Lee a Candela las notas que empedrarán el camino hacia la obra fundacional. Si Candela entiende todos entenderán. ¿Lo entiende Candela? ¿Lo entenderán los otros? ¿Lo entenderán otros? ¿Apreciarán ellos, los otros, el retrato de una aldea, una sociedad, un país? “…el valor de las palabras. La potencia brutal de las palabras” las que Echeverría vierte apresuradamente, realistas, crueles, contundentes… una prosa como faca entrando en la cerviz de la bestia, rompiendo sus vértebras… una prosa de sangre en un país ensangrentado, en un continente ¿lo sabe Echeverría?, también ensangrentado…

***

Con la solvencia que de antaño le conocen sus lectores, la crítica y sus pares, Martín Caparrós (Bs.As., 1957) resolvió logradamente su <<Echeverría>> (Anagrama, 2016) a partir de un hecho fortuito, que el autor ha contado en varias entrevistas y que señala con claridad en el propio texto.

Invitado por los organizadores de la FIL de Guadalajara 2014 por su condición de autor argentino pero sin formar parte de la comitiva oficial por razones de presupuesto según señaló a los periodistas en ese momento Magdalena Faillace,

embajadora de asuntos culturales de Argentina en ese tiempo, Caparrós participó de la presentación de la colección <<Clásicos para hoy>> que, aparte de <<El matadero>> y otros escritos de Esteban Echeverría, había ya publicado, entre otros: <<Cantos de vida y esperanza>>, de Rubén Darío, <<Lo que no se debe decir>> de Mariano José de Larra, y <<Fábulas>> de José María Samaniego.

“La noche anterior al acto me dieron, para que prepara mis palabras, tres o cuatro de los doscientos títulos que la colección ya había publicado; uno de ellos era El Matadero” narra Caparrós en su Echeverría (p.318).

Ese inesperado encuentro devendría en una travesía para indagar sobre la vida y la obra de su compatriota; un qué, quién, cómo, cuándo, dónde, que Caparrós resuelve creando una novela que es una biografía que es el cuadro de una época que es un viaje desde el presente hacia el pasado y de vuelta al presente pero siempre viendo el pasado, con los pies plantados en éste, contextualizándolo desde diversas ópticas: Echeverría, la dictadura de Rosas, el arte poético por alcanzar, su capacidad para desnudar en El Matadero los brutales modos de un déspota y su gendarmería de horca y cuchillo. La literatura de Echeverría – y por ende del propio Caparrós— como la égida y el cayado de un hombre, Echeverría, que es también Caparrós que es también Echeverría ejerciendo un diálogo con Caparrós, monologando para sí, entre ellos, y regresando a dialogar en el marco de un tiempo y un espacio histórico, biográfico, novelístico.

A ambos autores aunque por razones diferentes, las circunstancias los colocan en posición singular y al lector –beneficiario último de tal conjunción— en el momento mismo en que los hechos se desarrollan gracias a la prosa de Caparrós que en su Echeverría pone en el blanco y negro de la composición tipográfica su formación como historiador, su capacidad narrativa, “su prosa exacta, su […] sintaxis única”, escribe Diego Gándara en la contraportada de Echeverría. En ese sentido, el lector agradece sobradamente la suficiencia narrativa de Caparrós en tanto que sitúa a éste en el lugar preciso y lo hace presenciar la historia y vivir los hechos como un elemento más de la narrativa. ¿Cuántos autores pueden lograrlo y hacerlo parecer fácil? Seguramente sólo aquellos que articulan un sólido discurso narrativo; una narración sin fisuras lograda a partir de expandir las fronteras de los géneros hasta crear un espacio donde éstos se unen para difuminarse en beneficio del lector.

En tanto que novela, Caparrós, como escritor, ha logrado en su Echeverría una pieza única en su género al narrar con elegancia la vida de un hombre empeñado en fundar la literatura de su patria. En tanto que biografía, Caparrós realiza un

registro minucioso de la vida pública, la privada y la literaria de Esteban Echeverría como solamente un historiador fraguado en la búsqueda de las razones primeras y últimas podía alcanzar para tocado por los mejores dones de la historia, el periodismo y la literatura recuperar la figura de este autor inmortalizado en más de una calle de más de una ciudad argentina y, en un impresionante cruce de géneros propio del magistral modo de Tomás Eloy Martínez o Ricardo Piglia, lograr una obra que gustosos habrían firmado lo mismo Tomas Eloy que Piglia pero que firmada por Caparrós honra una larga tradición literaria que arranca nominal, cronológica y aparentemente con el Martín Fierro de José Hernández pero que en realidad viene de, precisamente, El Matadero escrito antes que los famosos versos de Hernández cuya obra se edita hacia 1872 mientras que Echeverría ha escrito aunque no publicado, hacia 1840.

Antes de esa hora y ese día su obra poética ha circulado por los canales de la época; diarios, revistas, un libro, dos, tres. Que Echeverría llegue a El Matadero pareciera surgir de una condición de la época que lo pone en situación singular, tan singular como que dentro de los Clásicos para hoy que habría de presentar en la FIL Guadalajara 2014, Caparrós encontrase El matadero y otros escritos editado por Conaculta.

En una conferencia impartida hacia mediados del siglo pasado, “El escritor argentino y la tradición”, Jorge Luis Borges señala que “…la verdadera esencia de la obra de un escritor suele ser ignorada por éste…”. Es probable, muy probable, que Echeverría hubiese estado de acuerdo con Borges. Y es muy probable también que en un diálogo imposible, uno, otro o ambos hubiesen concluido que “si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, […] seremos […] escritores”.

Toca a los epígonos de una tradición –en este caso la tradición literaria— el recogerla, reivindicarla y dotarla de contexto. En su Echeverría, Caparrós lo ha hecho y de paso, mientras sigue escribiendo le hace un guiño a Borges pues es seguro que Martín Caparrós no ignora la verdadera esencia de su obra y si fuera lo contrario, sus lectores estarán para recordárselo, para recordarlo. (Martín Caparrós, Echeverría, Anagrama (Narrativas Hispánicas), Barcelona, España, 2016, 365 pp. El Matadero puede ser leído en: Esteban Echeverría, El matadero y otros escritos, CONACULTA (Clásicos para hoy), México, 2014, 210 pp. La cita de El escritor argentino y la tradición proviene de: Jorge Luis Borges, Discusión, Debolsillo, México, 2017, 184 pp.)