Opinión

Y Mariana

Por Liz Mariana Bravo


A los catorce minutos del martes siete de abril, justo al lado del mouse, vibró el teléfono. Mi cuerpo se heló. Atendí a la llamada que puso un maldito STOP a una de las historias y etapas más hermosas de mi vida.

Mientras escucho, como en una película acelerada las imágenes comienzan a correr en mi mente. Vienen a mí cada uno de nuestros momentos, cenas, posadas, quinces de septiembre, cumpleaños, bodas, quince años, charlas eternas… tus regaños cada vez que me accidento en el auto, mismos que siempre han estado acompañados por tarjetas de “alíviate pronto”.

Nuestras bromas pesadísimas para todo el mundo; tu manera sutil de mandar a “volar” a cualquiera que trate de pasarse de listo; nuestros intercambios de postales y calzones cada Navidad; las noches de antro, baile, vodka y tequilas; o aquellas en las que, sin importar el día de la semana, nos reuníamos para cenar ante el llamado de: “alitas now”.

Recuerdo aquella cena en “Picrecha” en la que, con anillo en mano, anunciamos a tu ex novia y amiga mía, nuestra próxima boda, esperando hasta el final de la noche para estallar en risas hasta que nos faltó el aire, mientras le decíamos: “Inocente palomita, feliz 28 de diciembre”.

Revivo nuestros cientos de viajes y caigo en cuenta que eres el mejor copiloto que he tenido en la vida. Me destapas el agua, me das de comer en la boca, cambias la música, me indicas mejor que el GPS la ruta a tomar, me recuerdas que el 1x1 “no es a ver quién pita más fuerte, Nutria, sino que hay que esperar a que el otro pase”; coordinas los juegos como “caricaturas”, “las canciones”, o “veo, veo”, me avisas de los topes –que nunca veo-, te cercioras que todos usen el cinturón de seguridad y, si en algún descuido alguno de nuestros amigos se duerme, le das un golpe suficientemente fuerte para despertarle.

Recuerdo aquél domingo de abril de un año incierto, cuando jugamos en “el Paso de Doña Juana” a sumergirnos bajo las olas mientras éstas nos revolcaban con sus remolinos submarinos y nos expulsaban a la superficie separados por kilómetros de distancia… La madrugada en que, por las prisas de llegar a Puebla para donar sangre a la esposa de nuestro amigo, olvidé la pijama y, como el caballero que eres, para dormir me obsequiaste tu playera, recién comprada en Chiapas, misma que, después de más de 10 años, sigue velando mis sueños.

Como en un loop, escucho tu voz penetrando en mis oídos mientras repites una, otra y otra vez todas y cada una de tus típicas frases. Tus discursos perfectos –dignos de uno de los Toastmasters más reconocidos-.

Por tercera vez saco del congelador el “Absolut Mandarin”, tu favorito, que permanece junto al mío “Azul”. No me pidas tanto, aunque así te guste, ¡Jamás le pondré jugo al vodka!. Le añado quina.

Mi cuerpo revive las miles de horas en las que nos hemos robado la pista para hacer gala de nuestra perfecta coordinación, incluso, para bailar con sirenas en el Puerto de Veracruz. También solemos apropiarnos del micrófono para cantar todas y cada una de las canciones del karaoke.

Recuerdo aquella noche en que te dije que nuestros encuentros deberían ser más discretos y, en consecuencia, como siempre, terminamos bailando al centro de la pista, no sin romper, accidentalmente con nuestras danzas histriónicas, dos botellas de tequila. Aún escucho perfecto nuestras carcajadas que, como siempre, aparecen ante la más banal o mayor de las desgracias.

Vienen a mí tus recomendaciones de outfit para cada ocasión, nuestras conversaciones eternas de biología, ciencia, cultura y arte; tus tips políticos y estrategias para ayudarme siempre a lograr mis metas profesionales; y hoy te prometo que seguiré al pie de la letra tus indicaciones para alcanzar todo aquello que nos hemos planteado.

Hay dos momentos por los que estaré eternamente agradecida contigo: el primero, por tu apoyo incondicional ante mi revelación en el “Butchers”: “No me quiero casar con Él”. Tu abrazo, apoyo y cada una de las palabras que dijiste me dieron el valor para llegar esa misma noche a anunciarle que cancelaríamos “el gran evento”. El segundo, la forma en que, cuando me encontraba más derrotada en la vida, me diste la mano todos y cada uno de los días para levantarme y recordarme quién soy y de qué estoy hecha. Amé cuando, incluso, sin haber agarrado una sola brocha en tu vida, te ofreciste a venir a pintar mi departamento para cambiar la energía, porque: “el camino es siempre para adelante Nutria, para atrás, ni para agarrar impulso”.

Recuerdo que, la primera vez que me acompañaste a una fiesta, alguien me preguntó si me gustabas o por qué me arreglaba tanto para ir contigo. Mi respuesta fue: porque Él se arregla en la misma proporción para acompañarme. Desde aquella noche, siempre ha sido igual, coordinamos el color de mi vestido, con el de tu corbata; mi maquillaje, con tu camisa, siempre ocupados en ser y hacer “la pareja perfecta”.

A lo largo de estos más de quince años compartidos, muchas personas han pensado que fuimos, somos, o seremos novios. Muchas de nuestras fotos podrían dar fe de los cientos de veces en que nos “suplicamos un beso”. Incluso, hace apenas un par de semanas alguien me increpó porque estás registrado en mi celular como “Bebecito”. Y tú y yo somos tan irreverentes y despreocupados del qué dirán, que jamás hemos necesitado explicar al mundo que ese beso no sólo no ha llegado, sino que siempre ha sido un juego posar así para las fotos; la historia maravillosa

del por qué comenzamos a decirnos “Bebecitos”; ni que, para amarnos de la manera en que lo hacemos, nunca hemos necesitado rozar siquiera nuestras manos.

Odias la trova, pero sabes que yo la disfruto tanto, que me presentaste a otra de tus mejores amigas, amante del género, para compartir la bohemia los tres juntos y, con el vaivén de su hamaca, escucharnos cantar por horas en las madrugadas al ritmo de Silvio, Filio, Aute o Delgadillo, hasta que, finalmente, dices “¡ay, ya, ya, ya, BASTA!, pongamos otra cosa que eso ya me dio sueño”.

Precisamente ella fue quien me habló. La llamada fue corta. Desde entonces, ya pasaron cuatro horas y el mismo número de vodkas. Tengo dos tortas por ojos. Miro nuestras fotos y no es casualidad que las primeras dos en aparecer sean la de nuestra primera y la de nuestra más reciente cenas de gala. No me lo creo, no puedo, me resisto.

Hace exactos 15 días celebramos tus 38 años a pesar del coronavirus, de mi reunión eterna, a pesar de todo… Eres apenas unos meses más grande que yo y nos falta mucho por hacer juntos. Tenemos una meta y muchos pendientes, me debes acompañar a mi boda con el hombre a quien aún no conozco, me debes llevar a Toastmasters, debes jugar con los hijos que no sé si algún día tendré, debes escribir mis discursos, debemos hacer algo por salvar a los mamíferos marinos, las plantas… Tenemos que organizar otra Expociencias, hacer radio, salvar al mundo juntos…

Mi Ángel, mi Colocho, mi Bebecito, my love, mi amor, mi AMIGO... parte vital de mi corazón, no te puedes ir, aún no es tu tiempo, aún no es tu tiempo, aún no es tu tiempo… Al menos eso es lo que quiero creer; lo que mi corazón, que ahora mismo se desangra, quiere tomar por verdad, lo que me repito una y otra vez; pero eso no es algo que decida yo.

¿Cuánto tiempo podemos permanecer sin respirar? Porque desde los catorce minutos del martes siete de abril, al sonar el teléfono, mi cuerpo se heló y, al atender la llamada que anunció tu partida, se me obstruyó la nariz, el aire me falta, el pecho me duele, la cabeza me estalla y se puso un maldito STOP a una de las historias y etapas más hermosas de mi vida.

Descansa en Paz, Ángel Landero… Ve con mamá. Sé cuánto la extrañabas. Como siempre, haz de todo momento una fiesta, carcajéate, baila, canta y espérame, que más temprano que tarde, acudiré a tu llamado de “alitas now” para reencontrarnos. Hasta entonces, besos marinos y “fondo, fondo, fondo, fondo” con tu “Absolut Mandarin”.

Te Amo hoy, te amo por siempre.

“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío,

que no lo puede llenar la llegada de otro amigo…”

Alberto Cortez