Opinión

Del amor en los tiempos del coronavirus. Parte I

Por Liz Mariana Bravo


Todo es paz. El primer acto de “Romeo y Julieta”, de Serguéi Prokófiev, rompe el silencio de la madrugada. Mi paladar se impregna con el dulce sabor a capulín del licor misanteco. Tengo, literal, 1,582 mensajes sin responder en el celular y, en mi intento por atenderlos, algo me transporta a aquella bonita playa Internacional en la que, enmarcados por el mar, sol y tequilas, alguien sugirió que escribiera respecto a cómo las redes sociales coadyuvan con las relaciones amorosas hoy en día. Confieso que entonces, mi romanticismo empedernido se rehusó un poco a ello pues, si algo defenderé hasta el último de mis días, es que ninguna tecnología puede sustituir, o acercarse siquiera, al deleite que produce conversar cara a cara, percibir el aroma, miradas y reacciones del Interlocutor. Incluso, creo que en muchas ocasiones los vacíos que deja la comunicación a través del texting, emojis y stickers; sumado con las publicaciones de las redes sociales, seguidores y hasta likes, son causal de malos entendidos o severos pleitos entre las parejas.

Jamás una video llamada podrá suplir a la magia que se produce al dejarse rodear por la piel, calor, energía, corazón y brazos de alguien; a las centellas que genera un beso en la frente, o a la necesidad imperante de descubrir el sabor de unos labios.

Por arcaico que parezca, me produce una fascinación desbordante recibir cartas o notitas en físico, y escribirlas, porque en el papel se percibe el sutil aroma de la piel, así como las emociones que brotan por cada poro, impregnándose en la caligrafía.

Me causa nostalgia que, en el futuro, en vez de recopilar las cartas de amor para hacer un hermoso libro, habrá que buscar mensajes de whatsapp, Facebook y hasta audios –porque incluso el correo electrónico está pasando a la historia-, para dar cuenta de lo que existió entre dos personas. Cómo conoceríamos las historias de amor entre Frida y Diego, Jaime Sabines y Chepita, Juan Rulfo y Clara Aparicio, Napoleón y Josefina, Albert Einstein y Mileva Maric, si no fuera por las cartas que intercambiaron.

Por otro lado, soy defensora del tiempo libre, individual, de la necesidad que las personas tenemos de relacionarnos con gente más allá de la pareja, de escribir, crear, leer y hasta tener un momento a solas, para nosotros mismos; por lo que suele costarme sumo esfuerzo entender a las parejas que, apenas se despiden comienzan a mensajearse y llamarse permaneciendo en ese bucle inacabable hasta su siguiente encuentro; a quienes se enojan porque el ser amado no les responde la totalidad de sus llamadas y mensajes; o a quienes se estresan por contestar, al momento, cada una de las llamadas, textos y publicaciones del amor de su vida, desatendiendo por completo a interlocutores presenciales o las actividades que les ocupaban.

Sin embargo, debo reconocer también que, muchos amores permanecen y florecen gracias a que las tecnologías acortan la distancia y el tiempo. Lo sé de cierto, no lo supongo.

También es verdad que los roles y las rutinas han cambiado tanto que, sin saber en qué momento, todos nos subimos a un tren desbocado de trabajo, compromisos, reuniones sociales, viajes y, en un intento por ser omnipresentes, estamos en todas y en ninguna parte a la vez, dejando ello poco o casi nulo tiempo para cultivar y atender las relaciones amorosas. Es así que todas las herramientas tecnológicas, plataformas, apps y gadgets suman, hoy por hoy, no sólo a la comunicación y conservación de una relación; sino que incluso, hay espacios destinados para buscar a tu media naranja y, por hollywoodense que parezca, puedo decir que tengo ejemplos afortunados de amistades quienes encontraron ahí al ser que habían esperado por años y que, en contra de los pronósticos, son absolutamente felices.

Pero de modo particular, en estos días de confinamiento, de quedarnos en casa y resguardarnos del COVID-19, las redes sociales y la tecnología son los más grandes aliados para cultivar y preservar las relaciones amorosas pues, si bien es cierto que una parte de la población comparte el techo, la cama y la cuarentena con su pareja; también lo es que otra gran parte del mundo, aunque sostengan una relación viven en sitios distintos; otra proporción igual no tiene pareja y, una cantidad semejante, tiene corazón de condominio lo que les lleva a sostener múltiples relaciones a la vez.

En los casos de quienes co-habitan con el amor de su vida, sirvan las redes de válvula de escape para conectarse con el resto del mundo, reduciendo así la presión natural que se genera tras compartir las 24 horas, durante más de 40 días, con cualquier persona –por mucho amor que exista-.

Entre broma y no, en el ciber espacio comenzaron a circular, producto del confinamiento, imágenes de moteles exhibiendo letreros con la leyenda: “Quédate con la de tu casa. Por disposición oficial, este lugar permanecerá cerrado hasta nuevo aviso”.

Y, si bien es cierto que García Márquez declaró en “El amor en los tiempos del cólera” que el amor se hace más grande y noble en la calamidad, en estos días, de cara al COVID-19, ¿permanecerá vigente su frase?, ¿qué clase de amor descafeinado y desenamorado se vive y se da en 2020 que es necesario aseverar: Quédate con la de tu casa, al menos mientras esto pase.

Lo anterior me lleva a preguntarme ¿cuántos amantes habrán terminado o estarán al borde del suicidio por no poderse reunir?, ¿cuántos matrimonios se habrán dado cuenta, en esta cuarentena, que ya no quieren estar más tiempo juntos?, ¿cuántos habrán descubierto en este encierro la infidelidad de sus compañeros?, ¿cuántas personas se habrán percatado de que su pareja tiene otra familia?, ¿cuántos amores se encontrarán distanciados, añorando abrazar a su alma gemela?, ¿cuántos más no descubrieron que se

amaban, sino hasta este tiempo que les obliga a estar alejados?, ¿cuántos más no soportaron la tentación, ni las ganas, y se desplazaron al otro lado de la Ciudad, el País o el mundo, con tal de hacerse el amor una vez más, así les cueste la vida?, ¿cuántas almas solitarias han aprovechado los días de guardar para reconectar con conquistas de antaño o, en su caso, darse a la tarea de buscar por la inmensidad de la red a su alma gemela?, ¿cuántos le habrán encontrado?, ¿cuántos amores, destinados a enfriarse, agonizar o morir por la distancia y cuarentena, estarán siendo salvados por las benditas redes sociales?

En todos los casos anteriores, la tecnología juega a cupido, es aliada o enemiga, pero tiene un lugar protagónico; sin embargo, hay algunas situaciones en las que ni todos los desarrolladores del Silicon Valley, Japón, Inglaterra, India, Alemania y Corea del Sur juntos, nos pueden ayudar: pensemos en ¿cuántas personas, hasta ahora, han perdido para siempre al amor de su vida?, ¿cuántos pudieron despedirse?, ¿cuántos se distanciaron por un absurdo y, en un chasquido, no tuvieron oportunidad de perdonarse, ni decirse nuevamente cuánto se amaban?, ¿cuántos lloran por haber contagiado a sus parejas, quienes resultaron ser más vulnerables que ellos al coronavirus, por lo que perdieron así la batalla?, ¿a cuántos más, y hasta cuándo, el virus seguirá arrebatándoles el amor?

No lo sabemos, así es que, si tienes a alguien a quien amar, cuídale, protégele, díselo y, sobre todo, demuéstraselo.

Porque, retomando al GABO, en estos tiempos, lo único que debería dolernos de morir, es que no sea de amor…