Opinión

Un nuevo amigo

Por Alejandro Mier


Saúl bajó las escalinatas del viejo edificio de gobierno. Estaba fúrico. No podía concebir tanta incapacidad, burocracia e indiferencia. Toda la mañana perdida y sin haber concluido su trámite. ¿Y ahora que le iba a decir a su jefe para que le diera permiso de volver a faltar al trabajo el día siguiente? “No puede ser, es el colmo” alegó al llegar al último escalón.

–Otro más que muerde el polvo –pronunció una voz a sus espaldas.

Saúl volteó y al ver a la chica, le dijo malhumorado:

–¿Es a mí?

–¿Y a quién más va a ser? No veo a ningún otro gruñón a la redonda que ande maldiciendo en voz alta –contestó con una gran sonrisa que asomó una fila perfecta de relucientes dientes.

–Qué, ¿tú trabajas aquí?

–Ni Dios lo quiera. Yo sólo soy otra víctima de su ineptitud, ¿me creerás que es la tercera vez que vengo y aún no me terminan de entregar mis documentos finales? Pero mira, haz como yo, ya no paso corajes, ¿quieres saber mi receta?

–¿De verdad existe una?

–Siempre la hay… –respondió la chica tomándolo del brazo para cruzar la avenida.

–Ven –continuó–, te invito un café, un refresco o hasta un té si te apetece.

–Qué amable eres. Te lo agradezco, caíste como del cielo. Ya hasta el enojo está pasando.

Ella lo miró, esta vez en silencio y tras un breve instante, le dijo con un tono un tanto melancólico:

–Me llamo Nora y creo que el mejor antídoto para contrarrestar tus arduas horas de burocracia gubernamental, es mi propia casa, ¿te gustaría acompañarme? Estamos muy cerca.

Obviamente a Saúl le sorprendió la invitación. Jamás había conocido a nadie bajo circunstancias similares y ni soñando a alguna chica. Le encantó lo franca y directa. Nora no perdía el tiempo, aunque en todo esto había cierto misterio porque tampoco parecía una niña fácil, al contrario, por su forma de vestir y actuar juraría que era la típica hija de familia bien. De cualquier manera, aceptó gustoso. Al llegar a su casa advirtió que no se había equivocado. Nora vivía en un apartamento en el que se respiraba un ambiente familiar.

–Espérame un momentito, voy a prepararte algo de tomar –dijo Nora.

Saúl se sentó en la sala y apenas empezaba a echar un ojo al lugar, cuando Nora regresó.

–Este… –masculló sentándose a su lado–, ¿sabías que tienes cara de novio?

–¿De novio? ¿Y cómo es eso?

–Pues así… muy besable.

–Ah… –respondió Saúl comiéndose la palabra porque para ese momento la lengua de Nora ya recorría sus labios. Saúl se dejó llevar por ella felizmente, y más cuando tomándolo de la mano, lo condujo al cuarto de sus padres. “No digas nada, sólo sígueme”, indicó.

No tendrían más de treinta minutos haciendo el amor cuando se escuchó que la puerta de entrada se abría.

–¡Deben ser mis papás! –exclamó exaltada Nora–, ¡Quédate aquí! Ahora vuelvo.

Salió a toda prisa de la habitación y Saúl se quedó estupefacto sin saber que hacer. Ya era la hora de la comida e indiscutiblemente alguien tenía que llegar, ¿cómo es que Nora no lo previó? ¿Cómo es que él mismo no lo pensó? En esas estaba cuando se incorporó para vestirse, pero fue

demasiado tarde. Un hombre de panza pronunciada y escaso cabello abrió la puerta y quedó parado justo frente a él.

–Señor… espere… ¡Por favor! Yo puedo explicarle… –rogó Saúl a punto de entrar en pánico.

El rostro del papá de Nora mostraba más asombro que indignación. Miró el débil y pálido cuerpo de Saúl; después bajó la vista y observó cada una de sus prendas de vestir sobre la alfombra. Se detuvo al llegar a los calzoncillos y entonces sí, se dirigió a él:

–¿Quién eres tú?

–Señor, ¡perdóneme! Yo soy Saúl Rivas, amigo de Nora.

–¿Cuándo conociste a mi hija?

Saúl iba a mentir, pero el hombre continuó, –¿fue hoy mismo verdad?

Saúl guardó silencio y el hombre, así tan pasivo como al principio, le indicó:

–Vístete. Vamos a hablar en la sala.

Saúl se sintió desfallecer: “Que actitud tan extraña del señor.” “Y Nora, ¿a dónde se había ido que no escuchaba su voz?” “¿Qué le harían al salir?” Finalmente, resignado a lo peor, salió de la habitación. En la sala lo esperaba el padre de Nora, una dama y una adolescente, que seguramente serían su madre y hermana.

–Tranquilo, no va a pasar nada. Tome asiento por favor –invitó la señora– ¡Hijo!, –continuó llamando hacia la cocina–: trae un poco de refresco para el joven.

Saúl no entendía nada y por dentro la incertidumbre lo hacía pedazos: “¡Qué raro!” “¿Qué esta pasando aquí?” “¿Están todos locos, o qué?”.

El padre se dirigió a la adolescente que por algún motivo que Saúl desconocía lloraba desconsolada. Calma mi amor, –le dijo– vamos a escuchar lo que tiene que comentarnos, ¿te parece?

–Saúl, ¿podrías decirnos como entraste a nuestra casa?

–Nora me invitó.

–¿Ella te abrió?

–Sí, la conocí esta mañana, me trajo a su casa y… ¡lo siento mucho, no era mi intención!

La señora lo interrumpió:

–Saúl, escúcheme bien, lo que estás a punto de oír le sorprenderá, pero es verdad: Nora está muerta.

–¡Qué! –gritó Saúl poniéndose de pie.

–Así es –continuó la dama–, por favor, siéntate, relájate; lamentablemente nuestra hija falleció hace seis meses. No eres el primer joven en venir a la casa; y todas las historias coinciden.

Saúl escuchaba completamente confundido hasta que sintió que le jalaban la manga de la camisa con insistencia y, al voltear, ¡ahí estaba Nora!

–¡No es cierto, no es cierto! –imploró–, ¡diles que no estoy muerta! ¡Ellos no me pueden ver!

–¿Qué pasa? –dijo el señor–, ¿percibes su presencia ahora?

–Oh, no, no es nada –respondió Saúl sin entender que parte era real y cual no.

–Mire, joven –dijo su mamá mostrándole un retrato en el que aparecía toda la familia–, es la última foto que le tomamos a mi Nora.

Saúl observó que la imagen de Nora era muy difusa, pero ya no quiso comentarlo y sólo preguntó:

–Pero, ¿qué le pasó?

–Se iba a casar –reveló la señora– su prometido la traicionó y tal parece que ahora Nora busca venganza, pagándole con la misma moneda.

Otra vez Saúl sintió que le jalaban la manga de la camisa y al voltear y ver el rostro de Nora, el cuerpo se le erizó por completo. No pudo más así es que se paró y salió a toda velocidad de la casa.

Por la noche, sólo a ratos breves pudo conciliar el sueño; sin embargo, en la mañana, mientras se duchaba pensó que todo había sido una pesadilla. Qué locura.

Nuevamente se dirigió a la oficina de gobierno. Esta vez, por fin logró concluir el trámite. Al salir, no pudo dejar de observar si veía a alguien parecido a Nora. Obviamente eso no sucedió, ya que Nora tenía más de cuarenta minutos haciendo el amor con José, su nuevo amigo.

 

andaresblog.com