Opinión

Volver al futuro

Por Ricardo Homs


Antes del año 2000 la gran mayoría de los mexicanos, incluso los morenistas de hoy, soñábamos con remontar el viejo y obsoleto presidencialismo priísta para así entrar de lleno a lo que Enrique Krauze denominaba “democracia sin adjetivos”.

La serie de obras denominada “La costumbre del poder”, del novelista Luis Spota, en los años setenta veladamente exponía este viejo anhelo ciudadano y exhibía las debilidades de un sistema presidencialista anquilosado, que ya debía desaparecer.

Armando Ayala Anguiano con su novela “El día que perdió el PRI”, publicada en 1976 en género ficción, daba cuenta de este deseo, pero veía este proceso conflictivo y violento.

Sin embargo, en el año 2000 tuvimos una transición democrática, madura, ejemplar y llegamos a un modelo de alternancia que permitió a quienes hoy gobiernan llegar al poder.

Hoy, dentro de la democracia anhelada, estamos redefiniendo nuestro futuro político con modelos de gobierno obsoletos, resabios de un pasado reciente.

Durante el siglo XX fuimos gobernados a través de un “presidencialismo de estado”, arropado por todo el sistema político del país. El sistema antidemocrático que nos dio estabilidad política y social, misma que hoy ya no tenemos, estaba sustentado en cuotas de poder distribuidas en un gran número de sectores sociales a lo largo de todo el territorio nacional. Por ello los colaboradores del presidente tenían margen de maniobra, pues estaban conscientes de tener una cuota de poder con la cual podían tomar decisiones.

El presidente en turno estaba consciente de ser el depositario temporal del poder institucional que recibía del Estado Mexicano y salvo excepciones, su actitud así lo externaba.

Sin embargo, había respeto a la ley y a las instituciones.

En esos tiempos, aunque había un liderazgo presidencialista anquilosado, se cuidaban las formas institucionales y por ello, por lo menos teníamos la “democracia imperfecta” a la que Vargas Llosa fustigaba desde el extranjero.

En contraste, en esta era de la autoproclamada cuarta transformación, tan solo en unos cuantos días, entre la extinción de los fideicomisos que ahora pasarán a control del presidente para que los administre discrecionalmente y el bochornoso tema del sometimiento de la SCJN a la petición de consulta popular para juzgar a los expresidentes, nos perfilamos hacia un nuevo modelo de estado, que es el “presidencialismo unipersonal”.

El Congreso de la Unión, con sus dos cámaras, se convirtió en la oficialía de partes donde una mayoría de legisladores pertenecientes a MORENA dan trámite a todas las instrucciones que salen de Palacio Nacional, como un simple ejercicio administrativo.

Lo que en cualquier otro país de la importancia del nuestro dentro de la comunidad internacional sería un escándalo, aquí, con críticas y reclamos que son ignorados, se mancilla la división de poderes.

¿Será que el modelo caudillista, que tiene su origen en el sistema político precolombino, es parte del ADN de nuestra idiosincrasia?

Los altos niveles de aceptación presidencial así lo confirman. ¿Será que no podemos vivir sin caudillos paternalistas?

Los que hoy ejercen el liderazgo en ambas cámaras del Congreso de la Unión, antes del 2018 se ostentaban como demócratas. Sin embargo, actualmente trabajan para la restauración del presidencialismo unipersonal, que es un presidencialismo “recargado”.

Parece que estamos reviviendo la trama de la famosa película ochentera “Volver al futuro” … ¿Será que estamos regresando al viejo sistema presidencialista que hace exactamente veinte años ya habíamos dejado atrás?

Debemos preguntarnos qué modelo de país queremos dejar a las próximas generaciones.

Nadie puede poner en duda que todos queremos un país sin corrupción y que los corruptos vayan a la cárcel y se les confisque lo robado para que se reintegre a la nación, aunque hayan sido presidentes de la república, gobernadores o simples funcionarios públicos. Para eso existen los recursos jurídicos y no es necesaria la intervención presidencial ni pedir permiso al pueblo.

Sin embargo, la lucha contra la corrupción ha justificado destruir el legado institucional que muchos mexicanos construyeron a lo largo de muchos años y que fue la base de un sistema gubernamental eficiente, que seguramente tenía aspectos oscuros que debiesen ser investigados y la corrupción erradicada.

Cuando las próximas generaciones estudien la historia de México calificarán a estos tiempos como la era del “presidencialismo restaurado”, bostezarán y se enfocarán en otros hechos históricos de mayor significado.

¿Y a usted qué le parece?

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