Opinión

Juan y Pedro

Por Alejandro Mier


A la comunidad Universitaria

Andares

Esta amaneciendo, el mar, cristalino, refleja la imagen de las primeras gaviotas que surcan los aires. Pedro, con su trote, va imprimiendo huellas en la misma playa en la que ayer noche, Juan arrojó la última cerveza.

A Juan chance hasta lo conoces. Es el chavo que se metió a Comunicación porque cree que es la carrera más barco y que ahí cualquiera pasa. Total, lo importante es el papelito que justifique el que papi pague la carrera.

Él es muy cuate de Susy, la chaparrita que se está ligando al profe de diseño porque ya se dio cuenta que aquí no tiene mucho futuro para modelo o edecán, como pensó que pasaría, “seguro, algún productor de tele la descubriría”.

Juan es muy alivianado y se lleva bien con medio mundo. Los martes se va de antro y los miércoles no perdona unas cheves en el bule. Tiene fama de ser el mejor cazador de barras libres en jueves. Y los fines de semana, siempre sale algo.

Ya tiene hasta el gorro a sus jefes con sus horarios, pero no falta el pretexto y la disculpa. Hoy está muy enojado porque no le prestaron el carro deportivo de papá y se va a tener que llevar al colegio la camioneta de mamá, ¿qué van a decir sus amigos?

Saliendo del antro le invitan su primer “toquecito”. No sabe ni qué es, pero por no quedar mal con la banda, le mete chido. Cuando despierta, está en su camita bien calientito. Se saca de onda e intenta acordarse cómo llegó a casa, pero su mamá lo interrumpe para avisarle que le trajo birria y unas cervezas bien frías para que se desayune... Juan no tiene broncas.

Jamás lee un libro, sin embargo, es un erudito en repasarse los pies de foto de las revistas de sociales. No le preocupa el futuro. Por su cabecita no pasa el hecho de que para la gran mayoría de los que se reciben en su carrera, el mercado no tiene cabida. No es una lacra consumada, es simplemente uno más del montón.

Juan hizo puente. A gusto. Se fue con los cuates porque apenas va un mes de clases y dice que no hay “purrún”. Para el examen de Ética, le pide sus apuntes al chavo ese, “el que creo que se llama Pedro”. Pero, ¿a quién le importa su nombre? El caso es que tiene facha de que sabe. Pedro le presta su libreta y Juan lee lo que le parece una ñoña frase en la 1ª hoja:

Círculo del éxito:

“Éxito personal es igual a éxito familiar.

Éxito familiar es igual a éxito social.

Éxito social es igual a éxito laboral.

Éxito laboral es igual a éxito profesional.

Éxito profesional es igual a éxito personal”.

Juan reprueba el examen en el que, por cierto, nunca le preguntaron nada del círculo del éxito, ¿para qué carajo tenía apuntado eso el cuate éste? De todas maneras, no hay porque alarmarse, él se la lleva leve, incluso, en una chamba temporal que tuvo se volvió un maestro en el arte de llegar tarde sin que el jefe lo notara. No movía un dedo más allá de lo que el trabajo exigía, siempre tenía la excusa ideal para justificar su hueva mental y el acabose fue un día en el que le pidieron que se quedara un rato más de su horario habitual. Se quedó como excepción. Estaba muy molesto e hizo pésimo su reporte “para que no se mal acostumbraran” y en cuanto se descuidaron salió volando ya que se le hacía tarde porque seguramente en “el bule”, su nalguita se le estaba enfriando y la chela calentando. Mal negocio.

“Hazme el favor”, le dice a su nalguita, “en el trabajo no me pelan, no me dan proyectos importantes; hay aumento para otros y nunca para mí; aparte, quieren que me quede después de mi horario, ¿no es el colmo?”.

Por la tarde, el sol procura ocultarse y, tímido, lanza sus últimos suspiros en anaranjado y amarillo. Pedro deja que sus tibias caricias lo envuelvan mientras medita como resolver el nuevo reto a vencer. Nadie se lo puso. Él lo buscó. Y es que constantemente se hace la misma pregunta: sí cada semestre se reciben centenares de compañeros de su área y hay tan pocos puestos realmente interesantes en las empresas de su Estado, ¿qué hacer para que uno de ellos sea para él? Está estudiando la solución y aunque aún no llega, sabe que tan sólo plantearse la pregunta es ya parte de la respuesta y que querer es poder. Pedro no tiene la fortuna de que papi lo mande al extranjero a hacer algún estudio, sin embargo, investiga, ahorra y planea para el verano estar en Paris. Por lo pronto ya se bebió todos los libros que hablan de la ciudad y cada uno de los pasillos del Museo de Luvre. Entregarse con pasión y coraje a lo que hace cada día, por pequeño que sea, le ha dado grandes frutos y satisfacciones. Así es que lo toma como algo muy personal. Paciente, le apuesta a su tenacidad y constancia.

Él trabaja desde muy joven. Ayuda a sus padres, paga sus estudios y su actitud es la de un ganador. No le gusta dejar nada al azar o al destino. Pedro sabe donde va a estar en uno, en cinco, en veinte años y lucha desde ya por ello.

Hoy, está feliz. Tuvo un gran día. Por fin juntó el dinero necesario para comprar un Chevy. No es muy reciente, pero está en buenas condiciones y con una manita de pintura, va a quedar de lujo. Se siente contento porque superó la tentación de que con el mismo dinero podría haber dado el enganche para un auto nuevo y quedarse con una interminable lista de pagos mensuales por hacer. Mejor así, de contado y sin deudas. Ya vendrán mejores tiempos.

Al igual que Juan, también tiene prisa por salir del trabajo, pero en su caso se debe a que apenas le alcanza el tiempo para llegar al inglés así que a esa media hora extra que le queda, le saca el máximo provecho para dar ese pequeño estirón adicional que marca la diferencia. A Lucy, su novia, le dedica los viernes y domingos.

En ocasiones se siente cansado, sobre todo los sábados que tiene que salir temprano para su diplomado de radio. No flaquea. La satisfacción de lo aprendido siempre supera la fatiga. Le gusta su independencia. Aprecia su libertad. Lo que hace y lo que no. Goza de los pocos espacios que le quedan y, sobre todo, está tranquilo y feliz consigo mismo, con quién es y con quién será.

Es tiempo de luchar y existen las condiciones ideales para hacerlo, ¿por qué dejar pasar tan increíble oportunidad?

Es octubre de algunos años adelante. Hay luna llena. Luce tan brillante, tan inmensa que los besos de quince abriles por fin seden al encuentro deseado. Vigorosos, apretados, complacientes.

Juan se extasía observando a los enamorados y apenas y se da cuenta que casi lo atropellan. El claxon crece y decrece como la ola que se aleja. Es un auto convertible en el que alcanza a divisar una cara familiar. ¿Quién es, quién es? Se pregunta. Lo recuerda: es Pedro. Se casó con Lucy, mmm… la de administración que estaba como quería. Ya hasta hijos tienen, lo sabe porque los vio en la revista de sociales, que aun lee, festejando la Primera Comunión de su hija en el salón de moda… ¡qué billetazo se ha de haber gastado!

Piensa en hablarle para pedirle chamba porque se ve que le ha ido muy bien. Seguro tuvo suerte. Ya ves, como hay tipos así. A lo mejor se sacó la lotería o encontró una empresa donde sí pagan bien, no como en la que él trabaja. Se tiene que acordar de él porque hasta estudiaron juntos, ¿o no? Pero eso será mañana porque hoy, hoy juegan Los Tiburones.

 

 

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