Opinión

Unos preciosos cerdos

Por Alejandro Mier


Con la delgadez, la fuerza y la agilidad de un venado, Ramo?n zigzagueaba de un lado a otro de los pastizales, esquivando el aguacero de balas de sus enemigos.

Minutos antes habi?a sido sitiado, y a pesar del factor sorpresa, se encontraba ileso, pero seriamente amenazado por tres pistoleros sedientos de vengar la pe?rdida de dos de sus compan?eros a manos de un solitario hombre, ¡Imposible soportar tal humillacio?n! Ramo?n brinco? la cerca del establo y al ver al fondo el granero y las porquerizas, corrio? hacia alla?.

Tras cerrar el porto?n de madera el lugar quedo? en tinieblas, ya que so?lo una pequen?a ventana en lo alto, dejaba entrar el sol de mediodi?a. Morira? como rata, solito se acorralo?, festejaron los bandoleros. Ahora si?, vamos a ver quie?n es el emboscado, penso? Ramo?n duen?o de la seguridad que le dio el sentirse en una atmo?sfera tan familiar.

Al escuchar que los hombres penetraron en el lugar, Ramo?n se revolco? entre el lodo y el estie?rcol del chiquero. Oinc, oinc, reclamaron los marranos al sentir invadido su espacio. Su cuerpo quedo? camuflageado y con la debida cautela, extrajo de su morral un ejemplar de “El hijo del Ahuizote”; la fecha que sen?alaba la primera pa?gina del semanario poli?tico, era el di?a 9 de abril de 1912, Ramo?n estaba cumpliendo 18 an?os y en la hacienda lo esperaba su familia y una jarra de pulque. Ramo?n era el tercero de diez hermanos. Ma?s vali?a darse prisa ya que si se demoraba mucho, no seri?a la primera vez que Francisco, Luz, Jose?, Mari?a, Manuel, Dolores, Cosme, Carlota, Carlos y Mariano, lo dejari?an a pan y agua. Arranco? la pa?gina y con ella se limpio? el lodo del rostro; al abrir los ojos, no pudo dejar de sonrei?r, la escena que teni?a frente a e?l no era para menos: unos preciosos cerdos lo observaban asustados.

Justo despue?s del canto de los gallos se escucharon los llantos del bebe?. La partera intento? cortar el cordo?n umbilical, pues el pequen?o se revolvi?a con tal fiereza, que tuvo que pedir ayuda para que lo sujetaran.

Una vez concluida la labor, entrego? el cri?o a su madre: es un nin?o don?a Dolores y vaya que viene preparado pa estos tiempos, ¡nacio? “peliando”!, le dijo.

Ramo?n habi?a llegado a este mundo sin vista. Sus padres no tardaron mucho en notar el problema y como en esa e?poca –corri?a el an?o de 1894–, en Chalco no habi?a un solo doctor capacitado para tratar un asunto asi?, en cuanto tuvieron oportunidad tomaron la canoa que iba al Distrito Federal, se bajaron en el embarcadero de La Viga y se trasladaron al consultorio de quien se deci?a, era el oculista ma?s prominente de la capital.

Lo siento don Cosme, dijo el doctor Castro a su padre, el nin?o es ciego y segu?n mis estudios, su problema es permanente. Ramo?n esta? desahuciado de la vista, jama?s podra? ver.

No habi?a nada ma?s que hacer. El diagno?stico del doctor Castro era inapelable, asi? que resignados volvieron a la hacienda de Chalco.

A Ramo?n le llevo? dos an?os y ocho meses aprender a caminar, correr, e incluso, comenzar a conocer el terreno donde creci?a. Rodeado de hermanos, el pequen?o pasaba la mayor parte del di?a jugando con ellos entre los sembradi?os, potreros y porquerizas.

Al principio, a nadie le sorprendi?a que se tropezara a cada instante y que por las tardes volviera a casa lleno de golpes; pero despue?s, eso dejo? de suceder y sin que sus hermanos se explicaran co?mo lo haci?a, Ramo?n a cada rato los sorprendi?a atrapa?ndolos por la espalda.

A los tres an?os y medio, un suceso termino? por pulir su cara?cter y habilidades. Caminaba por los potreros cuando una yegua, al parecer espantada por la presencia de una vi?bora, salio? cabalgando a toda velocidad golpeando a Ramo?n a su paso. El nin?o pego? contra una cerca de madera y cayo? al piso. En ese momento supo lo que era el coraje; jama?s se habi?a sentido tan irritado, asi? que se incorporo?, y sin importarle la sangre que chorreaba por la cabeza, se introdujo entre el resto de los nerviosos caballos, solo que esta vez, a base de concentracio?n, supo esquivar cada peligro, tal y como si estuviera viendo la escena con sus propios ojos. Tambie?n pudo oi?r que en el rinco?n un bicho se arrastraba y de pronto se detuvo agitando amenazadoramente su cascabel. Ramo?n tomo? un len?o y fue tal la rapidez con la que se lo arrojo?, que logro? golpearla haciendo que la vi?bora huyera del lugar. Era su ambiente, era su territorio y ahora, lo teni?a dominado.

Muy cerca de cumplir los cuatro an?os, como cada jueves, don?a Dolores lo llevo? por las compras del mercado.

–Buenas, don?a Dolores –dijo la hierbera–. Oiga, y a ese nin?o suyo, ¿que? le pasa?

–Ramo?n nacio? ciego, don?a Chona.
–Me deja “irarlo” –inquirio? sujetando el rostro de Ramo?n.

Nooo, continuo? la hierbera, pa mi? que e?ste esta? pegado. “Ire” don?a Dolores, po?ngale estas compresas en cada ojo y de?jeselas alli?; a?ndele ahi? luego me cuenta co?mo le “jue”.

Don?a Dolores no teni?a nada que perder, asi? que le puso la hu?meda mezcla de hierbas sobre los pa?rpados durante varios di?as. Por la man?ana del sa?bado, Ramo?n iba a jugar a los corrales cuando su madre lo detuvo para aplicarle el tratamiento. Despue?s, lo observo? alejarse por el camino empedrado con tal firmeza que se lleno? de orgullo. Su delgado Ramo?n se conduci?a como un muchacho mayor. El pequen?o llego? hasta los chiqueros, cuando sin ma?s ni ma?s, se hizo la luz. Las compresas cayeron al lodo desprendiendo con ellas, la carnosidad que tapaba sus ojos. En cuanto pudo controlar la luminosidad del sol, Ramo?n se tallo? los ojos y tras retirar sus manos, pego? el grito ma?s fuerte y terrori?fico de su corta vida: frente a e?l estaba su primera visio?n terrenal, sus pequen?os ojos verdes vieron un pun?ado de cerdos.

Ramo?n escucho? que uno de los bandoleros recargo? su revo?lver. Cubrie?ndose con los puercos, se incorporo?, preparo? la carabina y cerrando los ojos, dejo? que los agudos sentidos que habi?a desarrollado en sus an?os de ceguez, lo guiaran. La intuicio?n aunada al fino oi?do, le sen?alaron con gran precisio?n la posicio?n de los pistoleros. Uno de ellos dio un paso al frente, su bota trozo? dos espigas de hierba, y eso fue suficiente. Ramo?n giro? la cintura y el estallido de su 30-30 lo lleno? todo. Teni?a sed y no podi?a arriesgarse a que su jarra de pulque fuera agotada.

 

andaresblog.com