Opinión

Mi historia con Maradona

Por Artillero / Moisés Hernández Yoldi


En noviembre de 1980, Diego Armando Maradona realizó una gira internacional de despedida con el equipo Argentino Juniors, previa a su traspaso al Boca en 1981. En esa gira, el club Argentinos Juniors disputó varios partidos en EEUU, incluyendo un cuadrangular en Los Ángeles y un juego en Nueva York contra El Cosmos.  De regreso a Argentina, se logró pactar un par de juegos en México, uno en León y otro en Monterrey contra Tigres.

En aquellos años mi familia y yo vivíamos en León, a mi padre lo habían nombrado gerente de la región bajío en la empresa farmacéutica en la que trabajaba, y en septiembre de 1980 ya estábamos instalados en esa bonita y próspera ciudad.

Para 1980, Maradona ya era motivo de elogios y de los mejores augurios, sin embargo aún no se consagraba como el mejor del mundo. Dos años antes, en 1978 había sido excluido de la selección argentina que dirigía César Luis Menotti, y que a la postre ganaría el Mundial disputado en su país. Su primera oportunidad en un torneo internacional llegaría en 1979, cuando el propio Menotti lo llevaría al mundial juvenil de Tokio, donde Maradona conseguiría su primer título mundial al lado de otra gran figura, Ramón Ángel Díaz, con quien mantendría una relación de rivalidad a lo largo de toda su carrera.

En 1980 tenía yo apenas 8 años, edad suficiente para ser consciente y disfrutar del espectáculo de Maradona en la cancha.  Mi padre era un gran aficionado al futbol y se las había ingeniado para adquirir un par de boletos en uno de los palcos del estadio de León.

La noche del 14 de noviembre de 1980, Maradona saltó a la cancha del Nou Camp, vistiendo el uniforme rojo de Argentinos Juniors, y portando en los dorsales su eterno número 10.  Recuerdo que llegamos dos horas antes de que iniciara el juego, alguien nos había recomendado no perdernos el calentamiento de Maradona, que gran recomendación, fue un espectáculo maravilloso.  Aquel partido lo ganó León 3-2, pero lo mostrado esa noche por Maradona, fue extraordinario, quienes ahí estuvimos, fuimos privilegiados de ver a un jugador fenomenal, con condiciones fuera de lo ordinario.

Esa noche quedaría marcada en mi memoria por siempre.

Seis años después, en 1986, México fue sede de la Copa del Mundo, la selección Argentina era dirigida por Carlos Salvador Bilardo, la estrella del equipo era Diego Armando Maradona, quien venía en calidad de campeón de Italia, donde había sido fichado por el Napoli, tras su fugaz y frustrado paso por el Barcelona.

El calendario del torneo incluía un juego en la fase de grupos entre Argentina e Italia en el estadio Cuauhtémoc de Puebla, para ese entonces mi familia y yo ya habíamos regresado a vivir en Veracruz, por lo que Puebla nos quedaba a 3 horas por carretera; una vez más mi padre se las ingenió para conseguir boletos y asistir a ese partido.

Qué momento tan increíble, volvimos a llegar muy temprano al estadio, esta vez no fueron dos horas, en esta ocasión llegamos tres horas antes; el calentamiento de Maradona era un ritual, un espectáculo que podía pagarse aparte, todo el estadio tenía puesta su atención en Diego, fueron 15 minutos de magia, de arte, el balón parecía estar ligado al cuerpo de Maradona, lo dominaba con todas las partes de su cuerpo. Aquello era algo espectacular.

Luego empezó el partido, Italia se puso adelante muy temprano con gol de penal anotado por Alessandro Altobelli, después llegó lo mejor, el gol de Maradona; la jugada inició en tres cuartos de cancha, en los botines de Burruchaga, quien pasó el balón a Valdano, y este filtró un pase flotado dentro del área, en donde apareció Diego, quien de manera insólita y ante la marca de Gaetano Scirea, uno de los mejores defensas del mundo en esa época, tocó la pelota de zurda a segundo poste, dejando como estatua al portero Giovani Galli. El juego fue duro y de muchos golpes, argentinos e italianos no cedieron, y al final el marcador terminó 1-1. El resultado fue lo de menos, en esa cancha y esa tarde, vi jugar a Maradona en plenitud, en el pináculo y en la apoteosis de su carrera, lo realizado por Maradona en ese Mundial, es la demostración más soberbia de superioridad física, mental y técnica que un futbolista ha logrado en la historia del futbol.

No entraré en la polémica de quién ha sido el mejor jugador de la historia, en mi opinión es una discusión estéril y sin sentido, tampoco ensuciaré su leyenda como futbolista con las críticas a su vida personal, no me corresponde, lo que sí puedo asegurarles, es que no ha existido un jugador tan dominante, influyente y determinante en una cancha de futbol, como aquel Maradona que jugó en el Mundial de México 86 con la selección Argentina.