Opinión

La Rama... Capítulo III: La Búsqueda

Por Alejandro Mier


Tras despedirse del maestro Raúl, el grupo de valientes niños, partió en busca de La Rama. Como él mismo les había asegurado, encontrar la última rama sobreviviente del Estado de Veracruz sería una aventura sumamente riesgosa pero también, -y los peques estaban convencidos-, era la única posibilidad de recuperar la bella tradición y devolver la fe en los adultos.
Los niños se encaminaron venturosos y alegres, por el rumbo que lleva a las montañas recordando las palabras de su maestro: “allá donde antes había árboles, hoy existe un valle encantado; y cuenta la leyenda que en ese lugar descansa el último vestigio de La Rama, la cual sólo podrá ser salvada por la mano limpia, bondadosa y desinteresada de un niño”.
Al ir internándose por la pradera, Dulce María comenzó a extrañar a sus abuelos y preocupada recordó cuan tristes los había visto la última ocasión. Guerras, odios, escasez de agua, contaminación, delincuencia y un sinfín más de pesares azotaban la tierra apagando en los adultos la algarabía de antaño.
No cabía duda de que los chiquillos tenían un valor inquebrantable y tras varias horas de jornada, a pesar de que la sed, el hambre y la fatiga los rondaban, firmes como soldados, continuaron su andar.
De pronto, el cielo se convirtió en una espantosa medusa negra que arrojaba sus tentáculos, chicoteando con chorros de agua que estrellaban estrepitosamente en los rostros aterrados de los niños. Y si antes caminaban con gran dificultad, esta vez la lluvia impedía su paso y las ráfagas de aire los tumbaban una y otra vez.
-¡Suficiente!, ¡deténganse!, ¡debemos regresar! -Gritó Pablito
-¡No, esperen! Resistan, no se dejen derrotar, -contestó el Chino.
-Nunca lo lograremos, -decían otros intentando ponerse de pie.
¡Fuuuuu! ¡Gruooooggg! Se oía el escandaloso rugir del viento del norte, cual león enfurecido.
Roberto quiso darles valor a sus amigos, arrastrándose con bravura pero en su intento, una enorme víbora de cascabel le salió al paso. Pensó que su fin había llegado, sin embargo, Diego se arrojó sobre él y juntos rodaron montaña abajo hasta caer a los pies de un inmenso valle. Los otros chicos imitaron sus movimientos y pronto los cuerpos de todos giraban vertiginosamente montaña abajo.
Como por arte de magia, la tormenta cesó y no se escuchó más el amenazante aire.
El verde se había esfumado: no más árboles, no más flores; cero pasto, ni siquiera sembradíos. Todo había desaparecido para darle entrada a una lúgubre atmósfera bañada de gris.
La tierra seca, cuarteada, les recordó la sed y el hambre; pero ahora no flaquearían, no en este momento en el que se hallaban tan cerca del valle.
-¡Miren!, ¡un riachuelo!, ¡corran, bebamos agua! -Dijo Anilú.
Acto seguido, echó a correr arrojándose un clavado que se estrelló de frente con un piso terriblemente seco. Había sido tan solo otra ilusión óptica, como bien les advirtió el maestro Raúl que les podía pasar.
-¡Regresemos a casa!
-¡Extraño a mis papás!
¡Quiero mi cama!
¡Tengo hambre!
Gritaban con toda la fuerza que podían.
Dulce María quiso decirles que no se rindieran pero el llanto de varios de ellos era mucho más potente que lo que sus labios podrían hacer por despegarse de tal resequedad.
Soltó también un par de lágrimas adivinando que el fin estaba próximo y que jamás lo lograrían; sin embargo, el reflejo de la gota del llanto, distinguió a lo lejos un ligero brillito. Rápidamente se talló los ojos y en cuanto pudo enfocar bien, no le quedó la menor duda; algo destellaba en la punta de una ramita.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, se puso de pie y corrió tras ella, pero al parecer tan sólo era una jugarreta más del valle encantado ya que en su camino se interpuso un tronco que la hizo tropezar y caer sobre un gran charco de lodo.
Dulce María sintió como si se hundía y al intentar salir, sus movimientos sólo ocasionaron que el lodo la cubriera más allá de la cintura…
-¡Arenas movedizas! ¡Me han atrapado! ¡Alguien ayúdeme!
Yahir le tendió una mano para halarla pero una fuerza inexplicable lo impidió y pudo más el peso de Dulce María ocasionando que también él fuera chupado por las fauces del lobo.
-Vamos a morir, Dulce María, ahora sí ya valimos.
-¡Grita! ¡Grita fuerte para que nos rescaten!
Roberto fue el primero en llegar hasta ellos, mas al presenciar como Yahir fracasara en su intento por ayudar a Dulce María, comprendió que la única manera de salvarlos, sería uniendo la fuerza de todos los niños, pero sobre todo su fe. Así, pronto se tomaron las manos formando una cadena humana pero por más que estiraban su brazo, por escasos centímetros, los dedos de los pequeños no alcanzaban a entrelazarse con los de Dulce María.
-¡Hey, miren! Allá hay una Rama, voy por ella, seguro nos ayudará a rescatarlos.
La arena movediza rebasaba el cuello de los dos pequeños y ahora si se sentían a punto de perecer, cuando, con la ayuda de la rama, por fin los alcanzaron.
Halaron duro, duro hasta que salió disparado Yahir; luego Dulce María se aferró con todas sus fuerzas a la vara y al salir despedida por los suelos, jamás la soltó, por el simple y feliz motivo de que ese delgado palo de madera que ahora brillaba de la punta, ¡era ni mas ni menos que La Rama anhelada!
-¡Chicos, aquí está! La hemos encontrado, ¡mírenla como brilla!
-¡Guau! ¡Parece una estrella!
-¡Es hermosa!
-Llevémosla de vuelta a casa. ¡El pueblo de Veracruz nos espera para revivir la tradición!
Durante el trayecto de regreso, los niños fueron adornando La Rama con naranjas y limas ahuecadas que hallaron a su paso y su peregrinar colmó la noche de alegres cantos:
“A las buenas noches
Ya estamos aquí,
Aquí está La Rama
Que les prometí”
“Naranjas y limas
Limas y limones
Más linda es la virgen
Que todas las flores…”
Ahora, sólo faltaba que realmente el poder de La Rama, rescatara a los adultos del profundo abismo de soledad e indiferencia en el que se encontraban. ¿Lo lograrán? ¡No te pierdas nuestro último capítulo!
andares69@yahoo.com.mx