Opinión

La Rama… Capítulo IV: La Luz

Por Alejandro Mier


Después de mil travesías, los pequeñines por fin encontraron la última Rama, precisamente en vísperas de navidad.
Muy contentos caminaron por el camino que lleva a Veracruz, un camino blanco, lleno de verdad, que parecía florecer con su canto:
A las buenas noches
Ya estamos aquí,
Aquí está la rama
Que les prometí
Naranjas y limas
Limas y limones
Más linda es la virgen
Que todas las flores
Naranjas y limas
Limas y limones
Para esos niños
Que son muy tragones
Al llegar al puerto, cruzaron el puente y desde las alturas observaron las vías del tren y los enormes barcos que escupían todo tipo de cargamento del interior de su prominente barriga.
-¡Canten con más fuerza que a nuestro encuentro las casas se iluminan! -Dijo Roberto.
-Es cierto, ¡miren se encienden las luces multicolores de los arbolitos de navidad! -Continuó Pablito.
¡Arre!, borreguito,
Vamos a Belén
A ver a la virgen
Y al niño también.
Naranjas y limas
Limas y limones
Más linda es la virgen
Que todas las flores
Arriba del cielo
Hay un portalito
Por donde se asoma
El niño chiquito
Naranjas y limas
Limas y limones
Más linda es la virgen
Que todas las flores
La gente comenzó a unírseles: niños, jóvenes; Don José, el herrero, Petra, la enfermera, Fernando, el barrendero y en su contagioso canto los comerciantes también se animaron.
Rodearon por el mercado de artesanías y si, allí en el muelle, fiel y confiado en que lo lograrían, Raúl, su maestro de historia, daba brincos de júbilo y al ver el desfile de la procesión, levantó a Dulce María y girando con ella en lo alto de sus brazos, les cantó:
Señora Santa Ana
¿Por qué llora el niño?
Por una manzana
Que se la ha perdido
Naranjas y limas
Limas y limones
Más linda es la virgen
Que todas las flores
Zacatito verde
Que come el conejo
El que no se case
Se muere de viejo
Luego, ya todos unidos se encaminaron rumbo a La Catedral para dar gracias al Niño Dios y finalmente llegaron hasta el zócalo.
Dulce María lo recorrió completo paseando por los portales; sin embargo, aunque ya había muchísima gente siguiéndola, pensó que no era suficiente: no. Todo el pueblo debía ver la Rama, así es que con la misma fortaleza con la que ahora se había conducido, decidió trepar por el árbol más alto. Deseaba llegar a su copa para mostrarla en todo su esplendor pero justo cuando estaba a punto de lograrlo, la gente que hasta ese momento la animaba, guardó un catastrófico silencio: el viento del norte, en un último intento por estropear la dicha reinante, volvió a rugir ¡Gruooooogggg!, con la mayor de sus fuerzas, esta vez, lo suficientemente fuerte para derribar a Dulce María.
-¡Ha caído! ¡Ha caído!, -gritaron sus amigos, -¡Dulce María ha sido derrumbada!
Y si, en efecto, la pequeña se precipitaba hacia el suelo; mas aún no había dado todo de sí y estirando el brazo con gran valentía, se prendió a un tronco del pino.
Al notar que la rama podría romperse en cualquier instante y junto con Dulce María, caer sin remedio, el silencio fue total, a tal grado que se podía escuchar la respiración de las personas, esperando que de un momento a otro, el viento del norte, rugiera dando fin a cualquier esperanza.
Dulce María se columpiada y sus dedos, uno a uno, se fueron desprendiendo de la rama. Cerró los ojos para no ver como caería, mas en ese instante, escuchó unas pisadas inconfundibles: eran los abuelos.
Carmelita y Don Everardo la miraron con desesperación y un impulso natural los hizo tomarse de la mano; primero ellos y luego el resto de la gente. Una vez que todos estuvieron unidos, cantaron:
En un portalito de cal y arena
Nació Jesucristo por la noche buena,
Y a la media noche un gallo cantó
Y en su canto dijo:
¡Ya Cristo nació!”
Naranjas y limas
Limas y limones
Más linda es la virgen
Que todas las flores.
Dulce María recobró la fuerza y de un solo estirón el mismo tronco la expulsó hasta la punta del árbol. Se postró sobre su copa y victoriosa mostró La Rama al mundo, despidiendo un brillo potente y suficiente para llenar de luz el corazón de cada hogar veracruzano.
Al bajar del árbol, la gente cantaba y aplaudía; el abuelo se aproximó a ella y la bendijo:
Hija mía, mi Dulce María, has traído de nuevo a esta tierra luz y paz.
Tu sonrisa franca, la luz del sol colándose entre las hojas de los árboles iluminan el paseo de los novios que caminan con las manos entrelazadas en busca de un beso entregado.
Has acabado con mi ceguera develando ante mí la voz del bebé que por primera vez dice mamá; a las flores descubriéndose a la vida.
He visto, nena chula, a los viejitos que con el suave vaivén con el que bailan danzón, se abrazan bendiciendo su amor;
He visto también al pescador que tras una mañana de batirse con un mar embravecido, bajo el sol lacerante, recoge su red: vacía de pesca, pero repleta de una terca esperanza, muy nuestra, que le repite: “tu puedes, inténtalo, inténtalo otra vez”
Don Everardo se acercó un paso más a Dulce María y cayó hincado ante ella, a punto del llanto.
¿Lo ves? ¡Mira nada más tu grandeza! Aquí estas, parada frente a mí y con esa sencilla e inocente desfachatez me llenas de verdad y compruebas lo equivocados que estamos los adultos cuando enterramos toda fe.
¡Bravo pequeña! Como el redentor por nacer, has logrado que este pobre viejo recobre las ganas de vivir y creer en un planeta mejor…
Alrededor de ellos, el pueblo de Veracruz comenzó a cantar:
Ya se va La Rama
Muy agradecida
Porque en esta casa
Fue bien recibida
Mientras Don Everardo, abrazado a su nieta, repetía:
¡Oh, qué maravilloso mundo!
¡Oh, qué maravilloso mundo!
Feliz Navidad…
andares69@yahoo.com.mx