Opinión

Vidas paralelas

Por Juan José Rodríguez Prats


La idea me nació leyendo el ensayo de Luis Rubio, La nueva disputa por el futuro. Lo relacioné con las biografías de Plutarco (50-120 d.C.) que cotejó las vidas de personajes de Grecia y Roma para encontrar coincidencias y contrastes. El desempeño del presidente López Obrador evoca el “estilo personal de gobernar” (Daniel Cosío Villegas dixit) de Luis Echeverría. Veamos:

1. Echeverría fue el prototipo de la disciplina hasta su arribo a la Presidencia. López Obrador lo es del revoltoso que ascendió subvirtiendo el orden público. Los dos se cobijaron en Juárez y Cárdenas y prometieron cambios radicales mediante sendos proyectos de nación. En el caso de Echeverría, el desarrollo compartido en contraste con el desarrollo estabilizador y López Obrador el de la 4T como culminación de nuestros tres históricos eventos y en contraste con el “neoliberalismo”. Nunca hemos sabido en realidad en qué consistieron. Al final, son buenos ejemplos de flatus vocis, palabras vanas, sin contenido.

2. Echeverría fue un represor. Los hechos de 1968 y de 1971 lo condenan. López Obrador incurre en la fuga de sus deberes. Tlahuelilpan y el incremento de los delitos del crimen organizado son sus consecuencias. Ambos incumplieron la ley.

3. El primero fue más responsable en la designación de sus colaboradores. Correspondieron a un perfil. El segundo lo ha hecho sin que se perciba un ejercicio previo de análisis de capacidades. El único requerimiento ha sido la sumisión a sus órdenes.

4. De 1970 a 1976 el Estado mexicano observó relaciones de coordinación con la iniciativa privada. En algunas ocasiones se crisparon los ánimos y hubo intercambio de ríspidos reclamos con sus respectivas reconciliaciones. Nuestro actual presidente ha ido más allá de las palabras y ha implementado políticas de evidente agresión a inversionistas nacionales y extranjeros.

5. Al frente del partido en el poder, con Echeverría, estuvieron Manuel Sánchez Vite, Jesús Reyes Heroles y Porfirio Muñoz Ledo, todos con trayectorias acreditadas de liderazgo y de consistencia ideológica. Me resisto a consignar los nombres de los dirigentes de Morena en el actual sexenio. El contraste es abismal.

6. La política exterior es otra notable diferencia. En aquellos años, México se volcó hacia el mundo. El actual gobierno, ante una comunidad global irreversible, se repliega y se aísla. Se percibe también en la relación con otros países. Echeverría condenó dictaduras (Franco y Pinochet). López Obrador los apoya (Maduro, Ortega, Díaz-Canel).

Focalizo un tema que será cotidiano hasta las elecciones de 2024: la designación del posible sucesor. A pesar de todo, en el viejo PRI prevaleció cierta responsabilidad de sus presidentes para elegir a sus relevos. No fue la excepción Echeverría, aunque López Portillo resultó a la postre pésimo gobernante. No fue un mal candidato, reunía los atributos de capacidad y prueba de ello fue su discurso al asumir el cargo que le dio cierta esperanza al pueblo de México. López Obrador presume sus opciones y hasta se permite mencionarlos. Detecto en su ánimo un claro propósito de prolongar su poder más allá del periodo sexenal. Por lo tanto, seleccionará al (o a la) más manipulable. Ya veremos.

El ejercicio da para mucho. Agregaría que a pesar de la gran alharaca de Echeverría hubo permanencia del sistema político, pero con deterioro de las instituciones que se le dieron en custodia. ¿Se va a repetir la historia? Me temo que no. López Obrador es un elemento disruptor, está demoliendo políticas públicas que permitían, volviendo al analista Rubio, crecimiento, estabilidad y civilidad. Hoy, para nuestra tragedia, el Estado de derecho es nuestra más acariciada utopía. En el horizonte se percibe incertidumbre, resentimiento, impotencia. Ni duda cabe: hay mucho por hacer.