Opinión

La decisión panista

Por Juan José Rodríguez Prats


Precisemos hechos. Más que como oferta de gobierno, el PAN se creó como contención a los abusos del poder. Me atrevo a afirmar que desde su origen le tenía temor a ejercer responsabilidades públicas. Era más conciencia crítica que acción correctiva. La ambición política se fue generando en la medida que se fueron obteniendo triunfos electorales. Ahí comenzaron sus tribulaciones. Dejaron de ser soñadores para agregar una fuerte dosis de ambición. Nada extraño en la historia de la democracia.

Hubo un punto de inflexión cuando en septiembre de 1982, el presidente López Portillo expropia la banca. El pacto priista entre hombres de dinero y hombres de poder se disolvió, beneficiando al PAN. A sus filas arribaron liderazgos con vocación de ganadores, recursos económicos y estrategia electoral. De alguna forma, en detrimento de su idealista sustento doctrinario. Ahí se iniciaba la auténtica competencia partidista con todas sus ventajas y desventajas. Ahí también arrancaba un auténtico crujir de los cimientos del Estado de derecho. La confrontación consabida en toda la historia: ideal vs. realidad.

El PAN continuó su lucha. Lo he dicho, creo que su saldo es favorable… hasta ahora.

Lo acontecido en su proceso de renovación de dirigentes puede conducir a una auténtica debacle. El método para hacerlo fue modificado con enorme torpeza e irresponsabilidad hace algunos años. Hoy, para que un aspirante pueda obtener su registro, debe contar con el apoyo del 10 por ciento del padrón de militantes. Algo así como 27 mil firmas. Para lograrlo se requieren recursos de toda índole.

Participé en la operación a favor de Adriana Dávila y con gran orgullo fui testigo del enorme esfuerzo de sus seguidores en todo el país. No lo logramos, la cifra no rebasó las 20 mil adhesiones. Con soberbia, mediante corrupción, amenazas, utilizando estructuras partidistas y gubernamentales, el contrincante obtuvo, en escasos días, más de 100 mil firmas. La comisión organizadora, evidentemente parcial, ha sido pasiva para sancionar las irregularidades. En estos días, ojalá me equivoque, habrá de legalizar el avasallamiento del auténtico panismo.

Cabe otra posibilidad, más ética e institucional: anular el proceso. El requisito de las firmas, respetando la normatividad interna, ha sido aberrante y prácticamente incumplible. Quien sí lo alcanzó (todo el panismo lo sabe) fue violando ordenamientos internos e incurriendo en maniobras que el PAN ha condenado durante toda su historia.

Si la comisión y posteriormente el Consejo del PAN convalidan una candidatura única, mancharían el proceso con una incontestable señal de corrupción. Si se efectuara una elección con un solo candidato en la boleta, el alto grado de abstención, la cantidad de votos anulados o por otro candidato ocasionaría un ejercicio viciado. Si, por último, un órgano jurisdiccional ajeno al partido anulara el proceso, las consecuencias serían dañinas.

Por todo lo anterior, sólo queda una solución: anular el proceso, designar un presidente interino y convocar a una asamblea que reforme el método para elegir dirigentes.

El fundador fue el primero en afirmar que el PAN no tenía dueño ni patrón. Lo concibió como una noble institución sirviendo a valores superiores. Hoy su tarea trasciende en mucho la vida interna del partido. Está involucrado en el deber de enrumbar nuestra democracia. El próximo dirigente debe tener legitimidad, con todo lo que eso implica. Perseverar en lo que desde el inicio constituye una garrafal equivocación y una sucia maniobra sería un triunfo de ambiciones personales sobre los principios panistas y conduciría a una escisión.

Están por asumirse las decisiones en el momento que redacto estas líneas. Los responsables han sido señalados por obedecer las indicaciones de quien los propuso. Ojalá, por sobre las consignas, prevalezca el sentido del deber y la lealtad a la institución.