Opinión

Angela Merkel

Por Juan José Rodríguez Prats


Ser buen gobernante exige calidad humana, practicar virtudes. José Ortega y Gasset lo expresó escuetamente: “La política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación”. Hablar de deberes remite a virtudes. Me explico.

El primer ser humano que, con un artefacto en sus manos, percibió que era superior y podía imponerse en su grupo, constituye el más remoto antecedente de un político. Intuyó que adquiría autoridad. Agregó un poder adicional a los que ya tenía. Esa reciente capacidad le proporcionó don de mando. La manera de manejarlo ha sido tal vez el tema más recurrido en la historia. ¿Qué escritor no ha escudriñado en el alma del hombre las pasiones e ideas que orientan su voluntad? Ahí también encontramos la razón por la cual, cuando aquel primitivo ejemplar de hace 10 mil años se sintió superior a sus congéneres, deben haberse conformado grupos que se resistieron a obedecer y, a su vez, los más mesurados iniciaron la tarea de establecer orden.

Lo que intento decir es que la división de poderes fue dándose de manera natural. Después vinieron los pensadores a sustentar la teoría política. Ya en la realidad, en forma embrionaria, habían nacido el Ejecutivo, el Parlamento y los jueces.

En los últimos lustros se ha incrementado exponencialmente la preocupación sobre este tema. La humanidad ha venido produciendo una acentuada perversión de nefastos dirigentes que han atropellado a sus pueblos en todos los órdenes. Decisiones desde las oficinas de gobierno se han escurrido hasta los últimos rincones de los hogares provocando inmensos daños.

De ahí que sea necesario destacar a quienes son ejemplos de buen comportamiento en la cúspide del poder. Eso hicieron Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber con un libro sobre Angela Merkel, a la cual denominan “la física del poder”.

¿Cuál es el principal legado de esta gran líder? Hay un párrafo de obligada transcripción: “El código de poder a partir de la aplicación de la metodología de las ciencias naturales y de la conducción de sus actos siguiendo los preceptos del cristianismo protestante”.

Merkel no puede ser etiquetada ideológicamente. Siendo química de profesión, tiene gran respeto por el saber de los expertos; sabe escuchar y corregir. Tiene principios claros que observa con rigor. En otras palabras, hay teoría y práctica. Hay calidad humana. Dos respuestas lo dicen todo. Alguien la cuestionó por recibir migrantes. Contestó: “Viví mucho tiempo detrás de un muro como para desearlo de vuelta. Si ahora tenemos que ofrecer disculpas por ayudar en situaciones de emergencia, entonces éste no es más mi país”. La segunda respuesta fue: “En casos de emergencia en altamar no sólo es una obligación, sino un mandato humanitario que no admite discusión”.

La canciller no es proclive al discurso feminista: “Pienso que las ciudadanas y ciudadanos deberían votar por mí, no por ser mujer, sino por mis convicciones y conceptos”.

Ella misma decidió el fin de su carrera política, dejando un enorme vacío, no tan sólo en Alemania, sino en Europa y en el mundo. Al final del libro las escritoras señalan algunas ideas extraídas de su vida política. Encuentro una reiterada lección presente en todas las naciones: gobernantes que asumen deberes. Sencillez, tolerancia, capacidad de comunicar, congruencia, empatía, autoestima; es decir, el respeto de la opinión ajena sin ser cautiva del anhelo de popularidad. Podríamos continuar en un repaso que, por sabido, debería ser innecesario. Sin embargo, la política sigue siendo una disciplina de misterios, de confusión y de falta de memoria.

En los tiempos actuales no hay mucho espacio de maniobra. Tal vez lo más trascendente de nuestro personaje sea su capacidad para alcanzar acuerdos. Si no hay suma de propósitos, los pueblos retroceden...