Opinión

La covid-19 no lo cambiará todo

Por Roberto Matosas


Enseguida se instaló el mantra de que la covid-19 lo cambiaría todo. Era normal imaginarlo. Estábamos ante una situación insólita y muy grave. Personalmente, opté muy pronto por la prudencia y cuando me preguntaban sobre ello daba una respuesta que tenía que pronunciar con un tono muy educado y respetuoso para que nadie se sintiera ofendido. En pocas palabras venía a decir que si la covid-19 lo cambiaría todo o no, lo respondería una vez pasados dos años. Bien, no han pasado dos años, pero estamos cerca y parece que estamos de salida de toda esta pesadilla. Ahora ya lo tengo muy claro. Si no vamos con cuidado, las inercias se llevarán muchos de los cambios que hemos experimentado con la covid-19. Nos tendremos que esforzar para que muchas de las experiencias que nos han parecido importantes durante la pandemia no se echen a perder. Y no hablo ya de comportamientos sociales que quedan lejos del civismo y del sentido común, hablo de temas corporativos. 

¿Y cuáles son las cosas que tendríamos que haber aprendido y tendríamos que ser capaces de hacer perdurar? Pensando, me han salido estas ocho. 

Presencialidad aumentada 

Ahora ya sabemos que el teletrabajo ha sido la salvación de las etapas duras del confinamiento, pero también hemos aprendido que da por lo que da, y que no todo el mundo se puede acoger a ello. La tentación de volver a una presencialidad convencional estará en muchas organizaciones. Lo que tiene sentido es una presencialidad aumentada, es decir, saber mantener una presencialidad flexible e inteligente. Saber combinar mejor, aquellos que puedan, la exigencia de aquello presencial y la opción de la virtualidad. Creo que hemos demostrado que podemos gestionar bien las inercias con el teletrabajo, pero no estoy seguro de que pase lo mismo con la generación de nuevas oportunidades. Y las organizaciones necesitan como el agua saber generar nuevas oportunidades. En cualquier caso, tener nuevas formas de trabajo más flexibles tendría que ser uno de los legados de la pandemia. Sin papanatismos ni en lo presencial absoluto ni en el teletrabajo como nueva religión. 

El binomio personas-máquinas 

La pandemia ha evidenciado que el futuro del trabajo pasa por el binomio entre personas y máquinas de una forma más acusada que antes. Es un reto fundamental de nuestras organizaciones. Necesitamos las máquinas para la competitividad o para la vida (recordemos la crisis de los respiradores), pero no para desplazar a las personas del centro de nuestras organizaciones. Necesitamos la tecnología para poder hacer posible el gran reto: ser muy competitivos y ser muy humanistas en nuestras organizaciones. Necesitamos ambas cosas. 

 

La desburocratización 

Hemos descubierto en este tiempo de confinamiento que había procesos en nuestras organizaciones que tenían, por ejemplo, seis pasos pero que, fruto de las circunstancias, se redujeron a la mitad y no pasó nada. Vayamos con cuidado, que aquellos que tienen tiempo en nuestras organizaciones siempre diseñan normas nuevas, convocan reuniones innecesarias y hacen los procesos demasiados recargolados. No tendríamos que volver a las burocracias que la pandemia nos ha permitido superar. La desburocratización es una necesidad para que nuestras organizaciones puedan sincronizar mejor sus capacidades con las nuevas oportunidades. 

 

La diversificación 

Parece que la diversificación en los proveedores y el mantenimiento de algunas capacidades de fabricación en formato local sean opciones muy sensatas, visto cómo han ido las cosas. Tenemos que poner en una balanza la exigencia de precios muy bajos o una mayor garantía de las capacidades de abastecimiento y de fabricación más distribuidas. En Europa, hemos quedado con un palmo de narices al ver lo que nos ha pasado con los semiconductores y los chips después de la pandemia, tener la ingenuidad de dejarlo todos en manos de China y Estados Unidos ha sido de una candidez impropia de la madurez que se nos supone. Hemos descubierto que hemos sido unos bobos. Hay que concretar ágilmente políticas de soberanía tecnológica y leer el mundo que nos viene con todas sus complejidades. 

La complejidad 

La covid-19 ha proclamado que la complejidad no solo se expresa en problemas sino también en dilemas. Los problemas pueden tener una solución, pero los dilemas no tienen una solución perfecta. Todo este periodo hemos vivido con el dilema entre salud y economía. No hemos encontrado una solución perfecta; al contrario, hemos probado muchas soluciones parciales, personalizadas y hemos tenido que hacer mucha prueba y error. También hemos aprendido que la mejor forma de gestionar la complejidad no es incrementándola. 

 

Liderar es servir 

Un sentimiento de liderazgo en todas nuestras organizaciones se ha demostrado como fundamental. Descubrimos con la pandemia, forzados por la necesidad, que el hecho de que algunas decisiones importantes se tomaran desde la base de las organizaciones, y no desde la cúpula, nos podía hacer muy competitivos y muy resilientes. En los primeros meses de la pandemia hubo mucha gente que se sintió apoderada, y no tiene sentido que volvamos a una jerarquía estéril. Liderar es ofrecer estos espacios de confianza al conjunto de la organización y estar junto a aquellos a quienes pedimos que desde todos los rincones corporativos tomen decisiones responsables. La covid-19 ha puesto en evidencia más que nunca que liderar es servir y no servirse. 

 

Compromiso 

Procurar tener una empresa equilibrada, sin desproporciones que hacen daño, sin faltas de respeto, sin ostentaciones impropias, sin tics arrogantes, facilita razonablemente que la gente se sienta más comprometida con los proyectos y con los propósitos. La covid-19 ha demostrado lo que ya sabíamos, pero que ahora tenemos otra ocasión de proclamar: tener a la gente comprometida es tener un tesoro. 

Fuente: por Xavier Marcet