Opinión

El pasado enseña

Por Juan José Rodríguez Prats


En las postrimerías de su gobierno, Adolfo López Mateos, a pregunta expresa de su amigo Luis Spota, le platicó cómo se había enterado que él sería el candidato del PRI. Don Adolfo, palabras más, palabras menos, hizo el siguiente relato:

Unos tres meses antes del destape, el entonces presidente Ruiz Cortines me preguntó mi edad, le respondí que 48 años. “Muy joven, vamos al acuerdo”, fue el único comentario. Interpreté sus palabras como un descarte en la carrera por la sucesión. Anduve un tanto deprimido, intentando consolarme por no ser el ungido. Sin embargo, en un acuerdo posterior y ya en los tiempos indicados, sin mayor preámbulo, me expresó: “Mañana lo van a visitar los líderes de los tres sectores del partido para pronunciarse por su candidatura. Le pediría que se prepare con las respuestas que el caso amerita”. Obviamente, sus palabras me sacudieron y tuve una reacción torpe e inapropiada y le hice dos preguntas: ¿Por qué hace unos meses me descartó de la contienda? Ruiz Cortines respondió: “Me hacía falta la prueba de la adversidad. Además, usted es un hombre discreto, pero le habría delatado su sonrisa franca”. La segunda interrogante fue más inadecuada, ¿por qué yo? El viejo socarrón, como algunos lo calificaban, contestó que eso había percibido en sus consultas y en la opinión pública. Sacó de su cajón una botella de tequila, sirvió dos copas y propuso un brindis por México.

Le solicitó dos favores al ungido con el dedo presidencial: “Hoy le va a hablar el secretario de Gobernación (Ángel Carvajal) para darle la noticia. Hágase el sorprendido, él cree que maneja la política. Acepte la invitación de Antonio Ortiz Mena a desayunar en su casa, ahí estaremos los tres. Deseo hacer ahí algunas reflexiones”.

Ese desayuno fue histórico. Los dos funcionarios mencionados habían sido finalistas en la carrera presidencial. Don Adolfo expresó sin tapujos que López Mateos haría la parte política y Ortiz Mena dirigiría la economía, “no las contagien, así es como funciona para que haya desarrollo”. Un autodidacta, que había escalado la estructura burocrática hasta llegar al Ejecutivo federal, diseñaba el principio elemental de la economía para darle estabilidad y crecimiento al país. Así lo confirman los hechos, hasta que Luis Echeverría, en 1973, pronunció las fatídicas palabras: “Las finanzas se manejan desde Los Pinos”.

En sus primeros acuerdos, López Mateos le ofreció a Ortiz Mena presidir la Junta de Gobierno del Banco de México. Éste se negó con un argumento contundente: “En ese cargo está un hombre de gran autoridad profesional y moral (Rodrigo Gómez) que acredita a la institución. Además, a diferencia de mi caso, si usted le habla para solicitarle algo, tenga la certeza que le colgará el teléfono”. A peticiones expresas de hacer inversiones en determinados proyectos, el presidente respondía: “Eso no me lo autoriza el secretario de Hacienda”.

México ha tenido dos periodos con desarrollo económico sostenido orientados por principios similares: el del Porfiriato, con José Yves Limantour (1893-1911) y el del desarrollo estabilizador (1940-1970). En 1992 se fortaleció aún más la autonomía e independencia del banco central con una reforma que ha demostrado su eficacia.

En las escasas ocasiones en que el presidente López Obrador ha reconocido algunos buenos desempeños están sus referencias a Ortiz Mena en materia económica.

¿Por qué ahora se cambia lo que funciona? Alejandro Díaz de León ha demostrado su eficacia y solvencia. ¿Por qué no se le ratificó? Arturo Herrera había recibido el beneplácito de los sectores. ¿Por qué, por decirlo en forma amable, se retira su candidatura? ¿Por qué se propone a quien, siguiendo el sello de la casa, no corresponde al perfil de un cargo tan delicado y sí se percibe su cercanía con el presidente?

En fin, preguntas que cercenan la deteriorada confianza de los mexicanos.