Opinión

Clase política

Por Juan José Rodríguez Prats


El problema más grave del siglo XXI sigue siendo el que Rousseau planteó en las palabras iniciales de su Contrato social (1766). Más bien, ha sido el problema de la humanidad desde que empezó a cultivar la tierra y se hizo sedentaria: ¿cómo hacer para que los hombres en quienes recaen las responsabilidades más importantes y trascendentes actúen racionalmente y pensando en el bien común? La respuesta es limitar, mediante la ley, el ejercicio del poder y dividirlo para su ejercicio para contener el uso arbitrario. Desafortunadamente, una y otra vez las normas han demostrado su insuficiencia.

Al inicio de 1972, el presidente Luis Echeverría hizo un evento que pretendía revigorizar las ideas que le daban sustento al PRI como partido hegemónico. Yo asistí como delegado por Tabasco. En el transcurso del aburrido evento, un orador dio un giro a los discursos de peroratas trilladas y lugares comunes: Jesús Reyes Heroles hizo reflexiones históricas, aludió a citas de pensadores clásicos y se apoyó en disertaciones de filosofía política. Quizá ése fue el motivo por el que semanas después asumió la dirigencia de la institución para darle una renovada, junto con el presidencialismo (según Cosío Villegas), a las piezas fundamentales del sistema político mexicano: el partido de Estado.

Reyes Heroles centró su discurso en la defensa de la clase política y en la calidad que deben tener quienes la conforman, indispensable en todas las naciones, sustentando sus afirmaciones en autores italianos.

Tiempo después escuché una reflexión que no por jocosa deja de ser grave. Dicen que en el infierno están los peores profesionistas para que sufran más quienes están ahí, condenados por sus pecados: los periodistas son rusos; los toreros son suecos; los policías, españoles; los militares, italianos y los políticos son latinoamericanos. Los últimos acontecimientos lo confirman. Naciones ejemplares por la solidez de sus partidos, con exitosas transiciones hacia la democracia, de buenos gobernantes (Argentina, Chile, Venezuela), confrontan hoy inmensos retos y sobre ellas se ciernen inminentes desafíos de retroceso. Nuestro país está inmerso en una crisis similar. Iniciamos una transición que llegamos a presumir como ejemplar por haberse realizado en la estabilidad, conforme al Estado de derecho y gracias a difíciles consensos. Todo esto ha devenido en un evidente desastre con la amenaza de concluir en un “choque de trenes” en el proceso electoral de 2024. Anoto tres fallas relevantes a mi juicio:

           1. Pocas veces en nuestra historia se ha dado tanta aversión a la cultura y al conocimiento por parte de la clase política. El discurso es de un nivel tan primitivo, con notorias excepciones, que ha degenerado en una retahíla de insultos y descalificaciones, sin entrar a los temas a dilucidar. Prevalece cierto prejuicio de que nadie puede decir nada porque todos somos cómplices de lo acontecido.

           2. Los partidos, con su oportunismo perverso, mediante encuestas, postulan candidatos competitivos, pero no competentes para el puesto al que aspiran. En otras palabras, lo importante es ganar, el futuro desempeño en el cargo es lo de menos.

           3. Estoy convencido, tras una larga experiencia política, que la calidad humana es lo más importante para que alguien sea un buen gobernante. La soberbia, prepotencia, falta de amabilidad e incapacidad para la empatía, entre otras carencias, descalifican a cualquier candidato. Ahí es donde los ciudadanos deben esmerar su evaluación.

El tema da para mucho. Termino con una reflexión del papa Francisco que mucho me agradó: “La democracia es compleja, mientras el autoritarismo es oportuno (diligente) y atrae las promesas fáciles que proponen los populismos. En diversas sociedades, preocupadas por la seguridad y adormecidas por el consumismo, el cansancio y el malestar conducen a una suerte de escepticismo democrático”.