Opinión

La sobrevivencia de Pedro Castillo

Por Rodrigo Chillitupa Tantas


El próximo 28 de enero, Pedro Castillo cumplirá seis meses en la presidencia de Perú. El profesor, rondero y campesino fue la gran sorpresa de las elecciones generales del año pasado. Con un discurso antiestablishment, logró calar en gran parte de la población del país andino para derrotar a la representante de la derecha Keiko Fujimori, quien perdió por tercera vez consecutiva un proceso presidencial. La victoria de este dirigente de izquierda generó mucha esperanza para los sectores más pobres debido a que Castillo enarbolaba la bandera del “cambio”. Sin embargo, la realidad -una vez instalado en Palacio de Gobierno- ha sido otra.

Según la última encuesta de IPSOS-Perú, Castillo tiene 33% de aprobación y 60% de desaprobación. Las cifras de aceptación para el presidente son muy bajas si tomamos en cuenta cómo se encontraban sus antecesores más inmediatos a poco de cumplir seis meses: Francisco Sagasti tenía 52%, Martín Vizcarra 45%, Pedro Pablo Kuczynski 43% y Ollanta Humala 54.5%. La debilidad política del Presidente se debe a tres factores que en el que él mismo tiene mucha responsabilidad. Y que lo ratificado y evidenciado claramente en la primera entrevista que le concedió a la prensa peruana en meses al reconocido periodista César Hildebrandt publicada este último viernes.

La presidencia de Castillo empezó con una total falta de transparencia. En su primer discurso presidencial, el profesor rural dijo que no iba a gobernar desde Palacio de Gobierno. Y lo cumplió: sus primeras reuniones las realizó en una vivienda de un pequeño distrito de Lima. Desde allí, Castillo recibía visitas de familiares, definía quiénes serían sus ministros y se juntaba con personas cuyo interés era contratar con el Estado. Esto no duró mucho porque, en efecto, es un asunto de interés público con quién se reúne un presidente de la república.

Debido a la presión de la prensa y porque vulneraba la ley, el Presidente tuvo que regresar a Palacio pero eso no impidió que continúe con su actitud poco transparente de rendir cuentas de sus actos. Un reportaje periodístico reveló que Castillo tenía un despacho presidencial clandestino en el que, como decíamos, iban ministros y personas con interés de proveer de servicios al Estado peruano. Esto casi le costó una destitución en el Parlamento, donde hay una coalición de derecha que busca su vacancia desde el día 1.

Hasta ahora, el Presidente no ha revelado quiénes lo visitaron en su segundo despacho clandestino. Y se le cuestiona, además, porque dos empresarios ganaron proyectos después de haberse reunido con él. Otro asunto en que Castillo tampoco ha sido transparente en sí quiso manipular los ascensos en las Fuerzas Armadas peruanas. Diversos reportes periodísticos lo señalan en la trama que tiene como principal protagonista a su exsecretario personal, a quien se le encontró 20 mil dólares en el baño de Palacio de Gobierno.

Lo segundo es la incapacidad de Castillo para nombrar buenos funcionarios. En este punto hay mucho por detallar, pero hay algunos casos específicos que provocaron escándalos. Al día siguiente de asumir, se esperaba que el Presidente escogiera a un primer ministro que sea capaz de cerrar la brecha de polarización que dejó la campaña electoral. No lo hizo. Castillo puso en el cargo a Guido Bellido, un congresista investigado en la Fiscalía por apología al terrorismo y subordinado del líder del partido de gobierno, el médico marxista-maoísta-leninista Vladimir Cerrón. Pero no fue el único. El Presidente colocó a inexpertos en varios ministros. Tamaña fue la vergüenza que no se tuvo ministros de Economía y Justicia por un día.

Los 69 días del primer gabinete de ministros de Castillo fueron perdidos. Porque, muy aparte del estilo incendiario que tenía su portavoz Bellido, también se mostraban grandes vacíos en otros

sectores. Por ejemplo, en el Ministerio de Relaciones Exteriores se puso a exguerrillero, en el Ministerio de Transportes a un transportista informal, en el Ministerio de Defensa se colocó a un abogado sin ningún conocimiento de la cartera y en el Ministerio del Ambiente a un defensor de invasores de terrenos en Lima. Se esperaba que con el segundo gabinete de Castillo cambiará el rumbo, pero no.

Una vez más se nombraron a funcionarios cuestionados. En el Ministerio del Interior se puso al abogado de Vladimir Cerrón, líder del partido de gobierno. Por otro lado, en el Ministerio de Educación se puso a un viejo sindicalista ligado a una organización de fachada del terrorista Sendero Luminoso. “Uno debe reconocer sus errores”, dijo Castillo en la primera entrevista a la prensa peruana sobre los nombramientos de su gestión. Tiene razón: hay margen para equivocarse, pero no tanto como lo ha hecho él en tan solo seis meses. Le quedan 52 por delante. Pero no solo se observa esta inconsistencia en escoger a sus colaboradores, el Presidente tampoco sabe rodearse bien.

El profesor Bruno Pacheco era su mano derecha en Palacio. Su labor de secretario personal lo tenía cerca a Castillo. Sin embargo, tres escándalos –reuniones con lobistas, presiones en los ascensos de las Fuerzas Armadas y la Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria peruana, y el hallazgo de 20 mil dólares en un baño– terminaron por sacarlo del puesto y dejar solo al Presidente. En efecto, Castillo se encuentra así porque no es capaz de escoger bien a quienes lo ayudarán a cumplir sus promesas. Esa falta de tacto político ha llevado al Presidente a que esté en una situación de vulnerabilidad de no contar con operadores que lo respalden y defiendan de las críticas por sus malas decisiones en su mandato.

Y lo tercero se relaciona bastante con lo anterior. El Presidente Castillo no ha podido establecer cuál será la hoja de ruta de su gestión. Esto no solo es de ahora sino desde cuando era candidato. En su campaña electoral tuvo hasta tres planes de gobierno. ¿Alguno lo aplica ahora? La respuesta es no. Castillo maneja su administración en piloto automático porque no ha puesto sobre la mesa qué reformas impulsará. Su propuesta bandera que es la convocatoria a una Asamblea Constituyente no podrá realizarse. El Parlamento ha puesto candados a la figura del referéndum, el cual pensaba utilizar el Gobierno para comenzar con el proceso que iba a culminar con una nueva Constitución.

Sin la propuesta bandera, Castillo tampoco traza la ruta para reactivar la economía golpeada por la pandemia. El Presidente no logró que los puntos más esenciales de su reforma tributaria –como cobrarle más impuestos a las grandes compañías mineras– fueran aprobados. Lo mismo ocurre en los Ministerios de Educación y Transportes que, lejos de apoyar las reformas en esos sectores, el Presidente ha sido ambiguo para manifestar qué opina. Peor aún con su reforma agraria que, hasta el momento, no muestra avance alguno. En esta debacle, Castillo se sumerge también porque tampoco su bancada tiene claro qué desea, aparte de impulsar una Constituyente, en el Parlamento. “Fácil es ser candidato, pero lo difícil es gobernar”, señaló el Presidente en su primera entrevista periodística. Tiene razón: reconoce sus graves limitaciones para liderar un país.

En síntesis, Castillo contribuye a diario a que su legitimidad presidencial se vea mellada ante la opinión pública. Falta de transparencia, pésimos nombramientos y sin una hoja de ruta clara, el Presidente se encuentra con un horizonte incierto en el que no le muestra a él sí llegará al 2026 o terminará como sus antecesores: preso por actos de corrupción. Como vamos, la segunda toma mayor fuerza. O el presidente Castillo se decide a gobernar o, simplemente, termina vacado por su propia incapacidad de guiar hacia dónde y con quién desea trabajar por el bien del Perú.