Opinión

Ideologías y gobernanza

Por Juan José Rodríguez Prats


Hemos hecho de la política una disciplina cargada de misterios, ejercida por personajes más orientados por intereses que por ideales. El espectáculo actual, a nivel mundial y nacional, ha degradado una profesión cuya más importante tarea consiste en sumar voluntades mediante la razón. Las consecuencias son desastrosas. La ciudadanía desconfía y repudia lo que más le debería preocupar y que exige su involucramiento. Se impone una intensa campaña de clarificación de conceptos, de enseñanza, de pedagogía que nos permita entender el momento que vivimos y hacia dónde vamos.

El primer deber del gobernante es apreciar el saber de los expertos y asumir sus obligaciones con seriedad y responsabilidad. Una bruma ideológica impide hacerlo.

En nuestra vida independiente, solamente en el movimiento de Reforma y la posterior guerra civil, podemos identificar una confrontación de ideas. Liberales, moderados y conservadores intentaron prevalecer con sus claras e identificables propuestas. El Porfiriato se sustentó en un positivismo contundente: orden y progreso. La Revolución inició con el pensamiento liberal de Madero, luchando contra la dictadura y con un reclamo de vida democrática y concluyó con el gobierno de Lázaro Cárdenas orientado por un nacionalismo revolucionario y un estatismo absorbente. A partir de 1940 hay algunos destellos de pensamiento izquierdista, prevaleciendo un partido hegemónico un tanto abigarrado en sus documentos fundamentales y preñado de un gran pragmatismo. Arribamos a una transición que hoy da señales de frustración y retroceso. Sostener que el partido en el poder es de izquierda me parece que raya en la fantasía y la demagogia.

En ese escenario vale la pena detenerse en algunas consideraciones. Hay algunas lecciones dignas de imitarse. Margaret Thatcher y Angela Merkel fueron científicas que incursionaron exitosamente en la política. La primera relata en sus memorias la experiencia de observar la forma en que su padre manejaba su pequeño negocio y aprendió las reglas básicas de la economía. Las biografías de Merkel insisten en su cualidad para escuchar, ponderar con objetividad las opciones, asumir decisiones con entereza y prever los posibles conflictos. También su sensatez para corregir si los hechos no confirmaban los beneficios esperados. Cuando Nelson Mandela asumió el poder, no cedió a la tentación de políticas aparentemente igualitarias, pero ineficaces en su aplicación. Gorbachov y Adolfo Suárez impulsaron los cambios necesarios, conscientes de que, como finalmente aconteció, se puede provocar la pérdida de poder. Vaclav Havel centró su política en la responsabilidad y tuvo éxito.

Podríamos continuar. Lo cierto es que en los tiempos que vivimos es innecesario inventar o experimentar ocurrencias o improvisaciones. Me parece también que no tiene caso seguir apabullando a los mexicanos en la pésima situación en la que nos encontramos. Lo indicado y prudente es proponer cómo vamos a corregir lo mal que estamos.

Uno de los más preclaros parlamentarios de nuestra historia, Mariano Otero, en un famoso discurso, pronunciado en un año profundamente crítico (1842). habló del “pacto en lo fundamental”, concepto básico. ¿En qué podría consistir? Aventuro algunas ideas.

Impulsar perseverantemente nuestra democracia con sus implicaciones en el fortalecimiento del Estado de derecho, la división de Poderes, la independencia del Poder Judicial y la libertad de prensa. Entender que somos una sociedad plural que requiere entenderse mediante el respeto y la tolerancia. Superar la polarización y aprender a deliberar con el propósito claro de alcanzar acuerdos. Esas apenas son las condiciones previas para iniciar la reconstrucción de México.

Manuel Gómez Morin se hacía un cuestionamiento: hay una posibilidad evidente de ordenar en la tranquila convivencia el curso de la historia. ¿Por qué no hacerlo?