Opinión

Repensar la política

Por Juan José Rodríguez Prats


Este mes, dos revistas publican ensayos —que, como suele decirse, no tienen desperdicio— sobre la situación que vive nuestro país. Con el título Después de AMLONexos hace un repaso de todas las políticas con un diagnóstico que lo dejan a uno abrumado por tantas malas noticias. Por su parte, Letras Libres, con el título Cuando la política abandona a los ciudadanos, hace una crítica rigurosa de los partidos y de quienes ejercen poder. Transcribo algunas ideas.

Diego Fonseca: “La mercadotecnia política absorbió las técnicas de venta de ropa y autos y ahora diseña discursos a medida (…) Ya no sólo no discutimos exclusivamente dentro de los partidos, sino que actuamos cada vez más fuera de ellos (…) La ciudadanización de la política es la única opción política, creo, para recuperar la fe en el sistema”.

Luis Carlos Ugalde: “La destrucción del significado de las palabras destruye también las bases de la democracia”.

De lo anterior se desprenden algunas lecciones. Tenemos que repensar la política. No pretendo salir en defensa de quienes hacemos de ella una profesión, pero, a mi juicio, hay también una corresponsabilidad en la misma sociedad que se aleja de los asuntos que a todos nos atañen. El divorcio entre partidos y ciudadanos es una forma segura de suicidio. Mejorar nuestra cultura política debe ser nuestra más alta prioridad. La sencillez y la cercanía para un mejor entendimiento de todo el tejido social constituyen un método ya probado en las democracias consolidadas.

Tres verbos nos indican acciones a realizar: resistir, reconciliar y responsabilizarse. Vaclav Havel, uno de los grandes líderes del siglo XX, insistía en esas virtudes básicas. Agregaría el verbo respetar.

Sin política no hay democracia. Izquierdas y derechas, que como corrientes ideológicas han perdido vigencia, proponen cambios. Hablamos —lo he sostenido en este espacio— de grandes proyectos, pactos sociales y planes nacionales, olvidando que lo más esencial es la obediencia de la ley.

Claro que la corrupción es nuestro principal mal. Combatirla siguiendo prácticas exitosas requiere que, sin estridencias ni alharacas, se disminuya la impunidad.

Tal vez una de las tareas más delicadas sea elegir mujeres y hombres capaces y honestos. La simulación y la mentira han calado hondo en la sociedad en su conjunto. Goethe escribió “¿Quieres saber quién eres? Intenta cumplir tu deber”.

La Revolución Mexicana generó un sistema político. Sus fundadores, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, señalaban sus más graves carencias. El primero dijo: “En el terreno democrático, en el respeto al voto y en la pureza de origen de personas, de grupos electivos, había fracasado la Revolución”. William Townsend, biógrafo de Cárdenas, señala que éste hablaba de que “no hay en el mexicano una convicción plena para ver en la democracia un valor”.

Ese sistema, que institucionalmente se consolidó cuando se acabó el Maximato y el poder presidencial se limitó a un sexenio, ha sido juzgado con gran severidad. Ciertamente se orientaba por reglas no escritas, pero rigurosamente acatadas. Dejó al presidente en turno la designación del sucesor. Ese ejercicio, si vemos cada caso, no fue practicado en lo general pensando en seguir mandando en búsqueda de protección. Ahora que se presume de un cambio de régimen, se confirma que el esquema permanece. De hecho, ya inició el desfile de una elección que promete competitividad y enfrenta enormes riesgos de que se pierdan los avances registrados en los últimos tiempos.

Arrancamos, pues, un proceso que debe ser de reflexión seria y racional. Recuperar el sentido común y la objetividad para ver la realidad no es fácil. Como dice mi buen amigo Raudel Ávila, “la gente cree lo que quiere creer”. Vencer prejuicios y mitos se impone como un buen inicio.