Opinión

El tapado (II)

Por Juan José Rodríguez Prats


El inicio del PNR (antecesor del PRI, 1929) fue desafortunado. Su candidato a la Presidencia de la República, Pascual Ortiz Rubio, traído precipitadamente de Brasil donde era embajador, con antecedentes casi irrelevantes (diputado federal, brevísimo gobernador de Michoacán, secretario de Comunicación y Obras Públicas). Prácticamente fuera del escenario fue designado por su neutralidad y su lejanía de los grupos políticos. Su contrincante por el Partido Antirreeleccionista fue José Vasconcelos, quien se enfrentó al aparato gubernamental mediante una talentosa y valiente campaña. El “mandamás” Plutarco Elías Calles incumplió su palabra. Hay que releer El preconsulado, obra donde el filósofo y educador relata su ejemplar hazaña para percibir las similitudes con nuestro tiempo. Es la crítica más artera a la frustrada Revolución Mexicana en sus propósitos fundamentales. Habrá que anotar un aspecto relevante del partido hegemónico. Si bien en la idiosincrasia de Calles había rescoldos del pensamiento nazi y fascista, el naciente y sui generis instituto político nunca se concibió como una solución final, sino como un mecanismo de transición. Lo definió así su ideólogo, José Manuel Puig Cassauranc: “Un sistema transitorio que se alargó por culpa de todos” y Luis Cabrera señaló que era una solución emergente y temporal.

A pesar de la cuestionada elección, Ortiz Rubio asumió el cargo, en el que permaneció dos años y siete meses. Su renuncia, de gran valor y dignidad, se debió a las constantes intromisiones en su administración del “jefe máximo”. Transcribo un párrafo: “Salgo con las manos limpias de sangre y dinero, prefiero irme y no quedarme aquí sostenido por las bayonetas del pueblo mexicano”. Esto sucedió en 1932, cuando repercutía en la economía mexicana la recesión mundial y tuvimos la mayor caída del PIB desde que se lleva registro. Dada su estrecha relación con su paisano sonorense, asumió la presidencia Abelardo L. Rodríguez.

El segundo tapado es una historia fascinante de nuestra vida política. Narciso Bassols definió verazmente a Lázaro Cárdenas: “Tiene la política en la yema de los dedos”, destacando su extraordinaria sensibilidad para percibir la realidad y sus desafíos. Fue muy hábil para aparentar sumisión al ser ungido y durante los primeros meses de su gobierno. La sátira política acuñó unos versos:

“Oaxaca nos ha dado dos caudillos

Coahuila dos caudillejos

Sonora dos pillos y

Michoacán dos pendejos”.

Ése era el sentir popular. En aquel aparente sometimiento, don Lázaro fue tejiendo, con gran habilidad, una red de alianzas. Con la asesoría de Vicente Lombardo Toledano, creó la segunda versión del partido de Estado, ahora con influencia del modelo soviético: el Partido de la Revolución Mexicana. Ya no había duda, quien no estaba en sus filas era conservador y reaccionario. Con el apoyo de Andrés Figueroa Figueroa y Manuel Ávila Camacho, disciplinó al Ejército. De esa manera terminó el Maximato. Por primera vez, una lucha por el poder se resolvió sin sangre y se consolidan las dos piezas del sistema político mexicano: un presidencialismo exacerbado en sus facultades, restringido a un periodo sexenal, y un simulacro de partido que permitía aparentar elecciones a los cargos en disputa. Es, pues, el general michoacano el verdadero creador del viejo régimen.

La política es la actividad menos propicia para hacer y preservar amistades. La de Cárdenas y Ávila Camacho fue ejemplar y sólida. El primero nunca dudó en que el segundo era el idóneo para recuperar la confianza y corregir políticas erróneas, con sigilo y sin estridencias. Con todo y la gran cercanía y afinidad ideológica con Francisco J. Múgica, don Lázaro le dio prioridad a la estabilidad. Daniel Cosío Villegas escribe que con esa decisión pasaba a la historia como el último fiel militante del movimiento revolucionario que tantas expectativas había generado en el sufrido pueblo de México.